En un bloc del cartero -Cartas al Director- de una revista semanal leí, con suma atención y gustosamente, lo que un hombre hace saber –a mí, sí; seguro que muchos de ustedes lo sepan, ya- sobre la doctrina de John Rawls, filósofo norteamericano, que “aunaba la libertad y la igualdad para fortalecer una sociedad democrática y justa…” Venía a decir que todos los individuos que tienen que tomar decisiones sociales, políticas o económicas deberían estar bajo un velo de ignorancia. Lo que implicaría que ninguno de ellos debería saber cuál va a ser su lugar en el nuevo ámbito que se formase a raíz de sus decisiones. “Ninguno de ellos debería saber…” Toda una declaración de intenciones para un nuevo orden, ya que la posición inicial de los participantes es la imparcialidad. Nos conduciría a principios justos para todos.
Si lo deseable es que los representantes públicos diseñen políticas con criterios de equidad y eficacia sin considerar intereses de colectivos o grupos de poder, semeja que los principios de la doctrina del filósofo americano son los ideales. Y es a partir de aquí donde enmarco las sesenta medidas para regenerar la democracia de Feijóo; medidas que, como pronuncian diversos medios, sirven para acabar con el nepotismo, opacidad y arbitrariedad del Gobierno. No es entendible, en aras a la independencia judicial, que una exministra pase con solución de continuidad a Fiscal General del Estado; se legisla para complacer y tener el plácet de los socios de Gobierno; se promulguen leyes que producen el efecto contrario al que se pretende… Cuando esto sucede en la gestión del ejercicio del Gobierno, vamos en sentido contrario a la doctrina de John Rawls, ya que éste sitúa las personas en pie de igualdad y asegura que “las contingencias naturales y sociales no dan ventajas ni desventajas a nadie, al escoger los principios”. El objetivo que propugno sería la credibilidad y la independencia.
En la actual coyuntura política y social, la tendencia en la gestión por parte de nuestros mandatarios es la antítesis de la doctrina de Rawls. Este, desde la posición inicial de los participantes, es imparcial cuando se aplica su doctrina. Y es a partir de aquí cuando surge la pregunta esperada: ¿A quién o quién se beneficia? Cui prodest? Aun haciendo la pregunta, y queriendo responderla, sucede que, voluntaria o involuntariamente, obviamos los pronunciamientos y las decisiones que nos lleven a ignorar cuál va ser nuestro destino, cuando el ser humano, por naturaleza, quiere saber. Gobernamos y tomamos decisiones para los demás, teniendo en cuenta que nosotros mismos somos unos más entre todos los demás.
Si uno de los valores a tener en cuenta, al entablar relaciones de “tú a tú” con nuestros semejantes, es el de la empatía, como capacidad de comprender y compartir los sentimientos de los demás, ¿existe interacción entre empatía y la doctrina de Rawls? Pues… la empatía también ostenta bastante de esa doctrina del filósofo, en cuanto que nos permite por propia naturaleza empática ver las cosas desde la perspectiva del otro, en vez de la nuestra. Pudiera ser que la empatía formase parte del “velo de la ignorancia”.
Regenerar la democracia, que falta hace, es apartarse del interés, a toda costa, de mantenerse en el poder al precio que sea; ello sí va contra la doctrina del “velo de la ignorancia”. Es por ello que aparezcan propuestas como las de modificar el reglamento de las Cortes, con el fin de evitar que se introduzcan “enmiendas intrusas”, que no guarden relación con la ley en cuestión, tal como ocurrió con la reforma del Código Penal, a la carta, por ejemplo. Si el filósofo cree en la razón, el poeta en la locura y el hombre tiende al conocimiento futuro, hagamos caso… quizás a John Rawls. Filosofía para tiempo de regeneración.
Notas
Fuente: https://www.laregion.es/opinion/rosendo-fernandez/velo-ignorancia/202302012315111194468.html
4 de febrero de 2023. ESPAÑA