Estoy leyendo en estos días un libro con un título largo que llama la atención: El libro que ojalá tus padres hubieran leído (y que a tus hijos les encantará que leas) de Philippa Perry (Zenith, Barcelona, 2021). Me lo recomendó Lorena R., una valiosa antigua alumna, con la que me encontré el pasado día de santo Tomás.
El mensaje central de este libro, dirigido en particular a los padres, es que validen —esa es la palabra castellana empleada en la traducción— los sentimientos de sus hijos en lugar de negarlos o reprimirlos. La tesis subyacente —y que se explicita en muchos pasajes a lo largo del texto— es que los padres tienden a reproducir con sus hijos la represión sentimental que muchos de ellos padecieron en su infancia.
El libro es muy ‘americano’ y muy ‘psicológico’ en el sentido peyorativo que ambos términos puedan tener, pero apunta derechamente a un problema bien real en las relaciones familiares y en las relaciones humanas en general: la dificultad en el manejo social de los sentimientos, en particular, de los considerados negativos. Todos tenemos comprobado que no es fácil acompañar a las personas que sienten ira, tristeza, ansiedad, miedo, soledad o tantas otras expresiones emocionales que les separan de los demás precisamente cuando más atención necesitan. Por supuesto, no es cuestión de dar una palmada afectuosa en la espalda y de decir: «¡Ánimo, tú puedes!»; más aún, todos habremos comprobado alguna vez que esa supuesta acción animante de ordinario empeora la situación porque hace sentirse a la otra persona del todo incomprendida. Por el contrario, lo más eficaz es una escucha activa asertiva que puede llevar a veces a llorar con el que llora o a entristecerse con el triste, dándole quizás un abrazo, hasta hacerle sentirse comprendido y acompañado.
Me impresionó en este sentido el libro de Franz Jalics Escuchar para ser (Edición de Pablo d’Ors, Sígueme, Salamanca, 2021), recomendado por el poeta Jesús Montiel en su artículo «Cuando escuchamos» del pasado diciembre. El libro de Jalics —fallecido en febrero de 2021— enseña mucho sobre el acompañamiento a las personas y sobre el importantísimo papel de las emociones en esa tarea. Para que quienes acuden a nosotros se sientan escuchados lo más importante es no precipitarse en contar nuestras experiencias o en dar consejos para solucionar los problemas que nos planteen. Jalics sugiere que lo más eficaz es lo que llama la conversación refleja: cuando alguien nos dice que tiene miedo o que está triste no hay que quitarle importancia a esa emoción, sino que es mucho mejor confirmarla —«me dices que tienes miedo» o «que estás triste»— y, por supuesto, no intentar disipar ese sentimiento negativo diciendo que es una tontería o algo así.
Los sentimientos no son tonterías: nadie piensa que el amor sea eso. En cambio, tendemos a rechazar los sentimientos considerados negativos. A veces no los negamos, sino que tratamos de pasarlos por alto, intentando no prestarles atención para que desaparezcan, pero en una conversación confiada es natural que afloren esos sentimientos que tanto pesan en nuestro ánimo.
La expresión de los sentimientos y su generosa comprensión por parte de quienes nos quieren refuerza mucho la comunicación personal, la comunidad, sea en el ámbito familiar o en el de la amistad. Los sentimientos no son una muestra de debilidad, sino que constituyen una parte importante de nuestra personalidad, de eso que llamamos «corazón». Los seres humanos no somos solo racionales, también somos emocionales.
Dar valor a los sentimientos no es una tarea fácil. Para ello hay que reconocerlos generosamente en nosotros mismos y en los demás y comprenderlos, esto es, —en terminología de Perry—, validarlos, darles valor. En lugar de negarlos o reprimirlos, podemos intentar acogerlos y comprenderlos como una de las mejores expresiones de la intimidad personal.
Notas
Fuente: https://portaluz.org/opinion/119449107/El-valor-de-los-sentimientos.html
4 de marzo de 2022