Ilustración por Mathieu Larone
Por: Paul M. Sutter
La mayor parte del universo está hecho de nada. Esta constatación debería hacernos sentir fortalecidos, no asustados.
Nietzsche estaba errado: cuando miras el abismo durante suficiente tiempo, el abismo no te devuelve la mirada. En lugar de ello, el vacío permanece silencioso, implacable y aterrador en su enormidad. Pero cuando miramos la oscuridad infinita que define la extensión de nuestro universo, tenemos una opción. Podemos retroceder con miedo e ignorar nuestra humanidad ante el puro temor cósmico. O
Soy cosmólogo y estudio el origen, la historia y la evolución del universo. He pasado mi trayectoria investigando los vacíos cósmicos: las vastas extensiones de nada que se extienden entre las galaxias. La mayor parte de nuestro universo está vacío —alrededor del 80 por ciento del volumen del cosmos está hecho de nada en absoluto.
De acuerdo con una contabilidad estricta de las abundancias cósmicas, nuestro planeta y la vida que encontramos aquí equivalen esencialmente a cero. Insignificante. Un pequeño punto de azul y verde suspendido en un océano de noche, un pedacito de roca y agua orbitando simplemente otra estrella. A la escala del universo, incluso las galaxias poderosas se reducen a meros puntos de luz.
Cuando nos enfrentamos a la verdadera escala del cosmos vacío, existe la tentación de mirar nuestro diminuto mundo con nihilismo. Sentir que nuestros grandes logros no valen nada. Que nuestra historia no logra dejar huella. Que nuestras preocupaciones y ansiedades carecen de significado. Que nuestra propia humanidad queda reducida a la irrelevancia.
He pasado años trabajando para comprender qué nos enseñan los vacíos cósmicos sobre el universo en general y su historia. Y en el curso de mis estudios, he aprendido a rechazar esa tentación.
Sí, el universo está vacío en gran medida, pero hemos encontrado maravillas en esas extensiones. Los vacíos definen y ofrecen contraste a las galaxias que los rodean. Las propiedades de los vacíos —sus formas y tamaños— reflejan las fuerzas misteriosas que gobiernan la evolución del universo.
Y hemos descubierto que los vacíos están repletos de energías cósmicas que algún día podrían abrumar al resto del universo.
En términos cósmicos, la Tierra no es grande ni longeva. Pero en comparación con los vacíos, algo especial está sucediendo en nuestro planeta. A pesar de décadas de búsqueda, la Tierra sigue siendo el único lugar conocido en todo el universo donde seres conscientes levantan sus ojos curiosos al cielo y se preguntan.
La Tierra es el único lugar conocido donde existe la humanidad —donde la humanidad puede existir. Es el único lugar conocido donde existen la risa, el amor, la ira y la alegría. El único lugar conocido donde podemos encontrar danza, música, arte, política y cosmología.
Nuestros desacuerdos y celos y todas las hermosas complejidades que nos hacen humanos no carecen de significado. La presencia y el dominio de los vacíos cósmicos garantizan lo contrario —las historias y experiencias con las que llenamos nuestras vidas son especiales precisamente porque nunca sucederán en la extensión vacía del universo.
Esas mismas lecciones yacen en los vacíos que encontramos en nuestras propias vidas. Los vacíos agudizan y definen; crean contraste; están llenos de potencial. El dolor que sentimos de la pérdida es el último recordatorio del regalo de una vida profundamente amada. El silencio antes de que inicie un espectáculo brilla con anticipación eléctrica. Nuestra decisión de ignorar las noticias que provocan ansiedad es necesaria para permitirnos centrarnos en lo que importa.
Los artistas y filósofos han comprendido desde hace mucho tiempo el poder del vacío. Saigyo, el monje y poeta budista del siglo 7, reflexionó sobre los intervalos entre las gotas de lluvia que caen, señalando que las pausas entre sus sonidos eran tan importantes, si no más, que las gotas mismas. El compositor John Cage nos retó con “4’33’”, una interpretación compuesta enteramente de silencio, que el público buscaba llenar con toses incómodas y risas nerviosas, que se convertían en su propia música. El famoso arquitecto holandés Rem Koolhaas celebró la utilidad de los espacios negativos, proclamando, “Donde no hay nada, todo es posible”.
Cuéntale un chiste a tus amigos. Lucha por lo que crees. Llama a tu madre. Crea algo que el cosmos no haya visto antes. La implacabilidad de los vacíos cósmicos nos llama a la acción. El universo no hará nada por nosotros salvo darnos la libertad de existir. Es nuestra responsabilidad imbuir al cosmos de significado y propósito.
Notas
8 de noviembre de 2024