Siempre vigente y atractivo, el romanticismo vuelve a ser materia de un libro, esta vez una biografía colectiva a cargo del filósofo alemán Rüdiger Safranski, donde se desmenuzan las implicancias artísticas y políticas del movimiento.
Hasta al más desprevenido de los lectores se le cruza por la cabeza la palabra “romántico” al momento de descubrir al héroe contemplando, con el cabello revuelto y los ojos cargados de juventud, el agitarse de las olas en un mar embravecido. La profundidad del paisaje marítimo, la apuesta por los sentimientos: el Romanticismo como movimiento siempre tuvo ese contenido en partes iguales de expansión de la subjetividad y aventura mundana, contenido que ya puede leerse en las primeras páginas de Romanticismo: una odisea del espíritu alemán del filósofo alemán Rüdiger Safranski, en donde se lleva adelante una especie de biografía de un movimiento, un estudio histórico más narrativo que explicativo, un relato, así, sin más.
¿Quién es ese primer aventurero marítimo? Johann Gottfried Herder, el que se da a la mar en 1769 con la esperanza de conocer el mundo. A su regreso, en 1771, se encuentra con Goethe, quien resulta obnubilado por el carácter de un hombre que abandonó todo y vuelve colmado de nuevas experiencias. De esta impresión nacerán los principales lineamientos del movimiento prerromántico conocido como Sturm und Drang (“Tormenta e ímpetu”), sobre todo el concepto de subjetividad, que empieza a consolidarse y que hará la delicia de la venidera generación romántica. El yo comienza a rebelarse contra el ámbito objetivo de la causalidad como un espíritu creador que funda el mundo en cada instante. De ideas como éstas saldrán Fichte, Novalis o Friedrich Schlegel, quien acuñará la particular acepción de ironía que maneja el romanticismo y dirigirá, junto con su hermano, la revista en la cual se nuclearon los principales representantes del movimiento, Athenäum.
El Romanticismo continúa como una brisa marítima que atraviesa todo el siglo XIX hasta los sucesos más recientes del XX: la segunda parte del libro de Safranski, “Lo romántico”, comienza desde la crítica realizada por Hegel, pasando por Marx y sus contemporáneos (revolucionarios “románticos” que aborrecían la desmedida subjetividad de las generaciones anteriores), y culminando en el Romanticismo dionisíaco de Nietzsche. Los últimos capítulos se detienen en puntos álgidos de la historia germana, como el nazismo o los movimientos estudiantiles del ’68. ¿Se puede considerar a Hitler como un héroe romántico? Sí y no: el nazismo no es fruto del temperamento romántico sino de un biologicismo trivializado empujado por el ímpetu de la ocasión, de la oportunidad. Sin embargo, este amor por la destrucción, esta tendencia “dionisíaca” a lo cruento en beneficio de categorías “simples” como la de “pueblo”, ya podía encontrarse en la concentración subjetiva del romanticismo de finales del XVIII y principios del XIX.
Rüdiger Safranski, autor de biografías intelectuales de Heidegger y Nietzsche –ambas también publicadas en castellano por Tusquets–, conductor junto con Peter Sloterdijk del programa televisivo Das Philosophische Quartett, aborda en este libro planteos cercanos a la Teoría Crítica (Theodor Adorno fue uno de sus profesores universitarios), esto es, a la lectura del componente político en conexión dialéctica con el ámbito artístico. A lo largo del texto, cada afirmación con respecto a obras como las de Tieck, E.T.A. Hoffman, Thomas Mann o el mismísimo Heidegger se ven acompañadas por una recuperación del contexto político, marcando las adhesiones o diferencias literarias o políticas que cada uno de los representantes de lo romántico ha tenido a lo largo de su vida. La conclusión a la que arriba el libro no puede ser más adorniana: el romanticismo como fenómeno artístico debe circunscribirse a su campo, y nunca inmiscuirse en el territorio de lo político, ya que aquí el elevado espíritu artístico puede generar peligrosas utopías por las cuales se paga un precio demasiado caro, el precio de millones de vidas. Mantener las dos esferas separadas, recuperando al Romanticismo, pero impidiendo que se incluya en el objetivo político (mediocre a los ojos del genio) de mantener la vida cotidiana, la vida a secas; ésa es la advertencia que el autor elige como conclusión del componente explicativo del texto. El problema del Romanticismo, termina aclarando Safranski, es que en su afán de navegar las aguas tumultuosas de la existencia ha terminado casi siempre en los más terribles naufragios.
Fuente: http://www.pagina12.com.ar/diario/suplementos/libros/10-3621-2009-11-29.html
ARGENTINA. 29 de noviembre de 2009