El tiempo vuelto carmesí. José Cueli

Representaciones de objeto que agregan las posibilidades nuevas al estar constituidas por un aflujo de impresiones sensoriales nuevas.
Nueve años tenía Dante cuando conoció a Beatriz, quien también era niña y de su edad, e iba, como Dante refiere en la Vita Nuova, vestida con el más noble color –carmesí desvaído y rico– y Dante sintió que una rara y fuerte potencia se le infundía y lo había de gobernar toda la vida. Y el amor fue la agencia de la vida nueva, de una vida que en cada instante había de ser nueva vida.

No es el amor físico, amor de hombre a mujer, sino amor de peregrino y milagroso linaje. Beatriz, hija de Falco Portinari, casí con Simón del Bardi y murió 24 años después. Más para Dante vivió para siempre, y como si propiamente se le apareciese en presencia mortal, le iba guiando los pasos. “Parece como que es algo que desde el cielo ha llegado a la tierra para mostrar el milagro. Hace entrar por los ojos hasta el corazón una dulcedumbre que no podría entenderla quien no la haya probado. Y de sus labios nacía un alimento suave y lleno de amor que le decía al alma, suspira”.

Don Ramón Pérez de Ayala se pregunta: ¿quién era para Beatriz, Dante? Y contestaba: “Beatriz era el espíritu que reflejado en las cosas viejas y caducas las tornaba nuevas”.

El espíritu que condujo al poeta hasta la razón severa de los círculos paradisiacos, donde la vida nueva se renueva incensatamente y todo goza de novedad eterna e inmarcesible. Región de los círculos paradisiacos en que las representaciones difieren de las esencias síquicas. Representaciones de objeto que agregan las posibilidades nuevas al estar constituidas por un aflujo de impresiones sensoriales nuevas.

Beatriz, el espíritu reflejado en las cosas viejas, se nos aparece como como una representación nueva –apenas capaz de serlo– mientras que la representación caduca de la palabra, se nos aparece como algo cerrado.

Puede concebirse entonces, en el seno de la relación lógica-lingüística, el encuentro de Dante y Beatriz, en la finitud de la palabra y la infinitud del objeto, donde la vida nueva se renueva incensatamente y todo goza de novedad eterna, inmarcesible e incognoscible y, por tanto, misteriosa.
Fuente: http://www.jornada.unam.mx/2009/04/10/index.php?section=opinion&article=a06a1cul

MEXICO. Viernes, 10 de abril de 2009

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