El producto de la ciencia

Como he expuesto en mi artículo anterior, por miles y miles de años el ser humano producía con recetas (saber cómo, know how) transmitidas oralmente, se transmitía el cómo, aunque se desconociera el por qué. Este por qué debió esperar milenios, esperar hasta que la ciencia entendiera del por qué. Pero en cuanto la ciencia lo supo, cayó en la cuenta de que “entonces… hay una técnica mejor para hacerlo” y el “saber cómo” empezó a cambiar la realidad cotidiana, por otra producida por la ciencia. Ningún país tercermundista puede producir aviones, teléfonos, citostáticos, satélites de comunicación con fórmulas ancestrales. De pronto el ser humano vive anegado de una realidad que no entiende porque ya no es natural, esta vez se la han fabricado la ciencia moderna y las tecnologías avanzadas.
Entonces aquello que aseveraba el analfabeto científico: “No necesitamos ciencia, porque la felicidad de nuestro país no depende de que inventemos un teléfono, una medicina, un antibiótico mejor que los que ya existen, sino de que tengamos dinero para comprarlos” se convierte en un drama fatal, porque nadie puede subsistir produciendo teléfonos, medicinas y vehículos como los que había hace 10 ó 50 años. Adviértase que sería desplazado de los mercados, y tampoco tendría dinero para comprar siquiera los productos ya disponibles de la ciencia.

1) Aprovechemos entonces para referirnos al siguiente drama del analfabeto científico: el producto de la ciencia. Nuestros funcionarios y administradores insisten en que los investigadores y científicos produzcamos cosas vendibles en el mercado (“innovaciones”). No discutiré aquí la barrabasada de afirmar que el conocimiento sólo tiene sentido si alguien gana dinero con él, prefiero comparar la ciencia con la gimnasia, con la que una persona “se produce a sí misma”. El producto de la ciencia es en cambio un ser humano que sabe y puede, por eso el analfabetismo científico hace que el Tercer Mundo no sepa y rara vez pueda.

2) El próximo drama surge como reacción humana ante la incapacidad de interpretar una realidad que constantemente produce y nos cambia el Primer Mundo. La babosa que no podía interpretar las realidades quetenía a derecha e izquierda, y la polilla gitana que no sabía cuál feromona venía de una hembra de verdad, simplemente se extinguían. Pero el ser humano suele reaccionar al revés: se multiplica en la adversidad, reacciona ante la falta de seguridades sociales reproduciéndose. Un anciano tercermundista arriesga a caer en la mendicidad, a menos que en su juventud haya engendrado diez hijos vivos: dos policías, tres sirvientas, dos albañiles, un vendedor de billetes de lotería, dos cuidacoches. La población del Tercer Mundo está talando las escasas selvas que quedan, desecando ríos y lagos, entubando arroyos. Falta agua, sobran ratas, enterobacterias, alacranes y funcionarios analfabetos científicos. Sus ciudades crecen a tanta velocidad que sobrepasan la provisión de agua, obras sanitarias, electricidad, cuidados médicos. El quimérico día que el Primer Mundo consiga ponerse de acuerdo para no contaminar con sus industrias descubrirá que en el ínterin el Tercero ha ido haciendo de sí mismo una bomba humana mucho más devastadora.

3) De entre los dramas del analfabetismo científico que elegí para ilustrarlo aquí, el último es que el Tercer Mundo no puede ser democrático. La democracia surgió en cierto modo como un recurso para compensar la caída de un régimen autoritario y estratificado en niveles jerárquicos cuando en Grecia cobraron importancia las ciudades y los habitantes, llamados de ahí en más “ciudadanos”, enfrentaron el grave problema de cómo gobernarse entre iguales. Generaron entonces las “reglas del tener razón”: argumentar, refutar, convencer, disuadir, demostrar, que con el tiempo fueron sentando las bases de la democracia, la filosofía y los pródromos de la ciencia. Hoy en cambio la democracia se identifica con el voto, siendo que este es un recurso que en realidad señala el fracaso de la democracia. Es que los asuntos humanos son tan enormes y complejos que no se puede argumentar hasta que ya no quede una sola objeción. Se tiene un tiempo finito para decidir y se recurre a votar.

Pero, a diferencia de pelos y uñas que nos surgen independientemente de nuestra educación, la democracia no es un producto natural, sino que depende de un nivel educativo (dejemos de lado el ético) que el habitante del Tercer Mundo no tiene ni de chiste. Así sea justo lo que solicita, no es capaz de argumentar a su favor. Sólo le queda bloquear carreteras, tomar instalaciones, apedrear edificios donde se decide a sus espaldas, hacer huelgas de hambre, desnudarse y encadenarse a postes de alumbrado. Los regímenes no democráticos provocan daños accesorios. El primero es que el autoritarismo es cognitivamente muy pobre, pues trabaja con un solo cerebro: el del jefe. En cambio, en un régimen democrático pueden participar en paralelo todos los cerebros de la población. El segundo inconveniente emana de que el desempeñarse en una realidad que no se logra interpretar fomenta la corrupción: tanto da un procedimiento sensato y honesto como otro fraudulento y venal. Luego solemos quejarnos de corrupciones que son –al menos en su comienzo– meras burradas.

¿Qué proporción de la humanidad es capaz de interpretar la realidad “a la manera científica”? La respuesta a esta pregunta no es tan fácil como podría parecer, y comienza a señalar además la verdadera tragedia humana de nuestros días. Así como sólo los ricos pueden adquirir un automóvil último modelo y el grueso de la población se sigue valiendo de viejas catraminas, sólo unos pocos países han accedido a la manera científica de interpretar la realidad, pero el grueso de su población se sigue manejando con modelos precientíficos. Aún en los países del Primer Mundo, que tienen ciencia, ésta sólo la interpreta y domina una reducida élite, como cuando decimos que la odontología estadunidense es de muy alta calidad no daremos por sentado que allá todo el mundo es dentista. Lo que sí entenderemos es que tienen una “cultura compatible con la odontología” y, en caso de problema dental, van a recurrir a ella. Análogamente, los países del Primer Mundo tienen una cultura compatible con la ciencia y, en caso de padecer un problema sanitario, energético, de transporte, escolar, bélico, confían su solución a la ciencia y la tecnología que practican, fomentan y costean en sus grandes universidades y centros del saber. En los países del Tercer Mundo impera en cambio el analfabetismo científico.

Puesto en otros términos, la ciencia moderna ha dividido a la humanidad en un 10-15 por ciento, el Primer Mundo, que tiene ciencia, investiga, crea, inventa, produce, vende, decide y determina quién deberá ser bombardeado y torturado para que aprenda a respetar los derechos humanos, y un 85-90 por ciento restante, el Tercer Mundo, donde la gente produce, se comunica, se transporta, se divierte, se cura y se mata con aparatos, redes telefónicas y computacionales, vehículos, deportes, medicamentos y armas inventados por el Primero, y por supuesto se anega en el desempleo, deudas internas y externas, hambre, dependencia, humillaciones y desesperanzas que se profundizan día a día.

*4ª parte de ”Analfabetismo científico”, conferencia inaugural del VI Campus Euroamericano de Cooperación Cultural, por el doctor Marcelino Cereijido, el 24 de marzo de 2009
Es Profesor titular del Departamento de Fisiología, Biofísica y Neurociencias, Cinvestav. Miembro del Consejo Consultivo de Ciencias de la Presidencia de la República (CCC)
Fuente: http://www.cronica.com.mx

MEXICO. 3 de marzo de 2010

1 comentario El producto de la ciencia

Deja un comentario

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *