Es filósofo.
Hay una idea de Nietzsche que sostiene que como individuos no somos una unidad, sino que aquello que llamamos nuestro yo es siempre una zona de conflicto entre los diferentes fragmentos que nos constituyen. O sea, no somos uno sino muchos. Y esos muchos pelean en nuestro interior. Incluso, la mitología griega era más letal: somos simplemente un campo de batalla donde los diferentes dioses combaten entre sí. La ira, la prudencia, la pasión, la razón.
El Mundial de Fútbol que acaba de empezar despierta todos estos contrastes. No es un descanso para la psiquis, que podría obviar por un mes tanto conflicto interior y entregarse al consumo de este espectáculo deportivo, sino todo lo contrario: nunca como en un Mundial se ponen en evidencia nuestras facetas constitutivas. Así, se suceden con una ciclotimia insoportable, sensaciones diversas: podemos pasar en segundos de comprender que el Mundial es la exasperación de un capitalismo global del espectáculo que mantiene cautiva a la población planetaria como alienados consumidores de una mercancía televisiva, a encontrar un lapso donde dejar de pensar productivamente y juntarse con propios y extraños para gritar desaforados frente a un televisor.
Somos los mismos que viendo el Mundial somos conscientes de la crisis de los nacionalismos modernos y su vaciamiento estetizado en camisetas de colores al servicio de dos o tres grupos monopólicos, como los que nos emocionamos al constatar que una Babel todavía es posible observando la diversidad humana unida detrás de un juego que en tanto juego es hasta cierto punto inofensivo. O el padre que le insiste a su hijo que hay más cosas además del Mundial mientras le llena la grilla de los resultados. O el que advierte a sus alumnos que no va a tolerar expresiones xenófobas, pero canta las canciones de tribuna donde queda claro que cualquier otro es siempre alguien al que como mínimo “vamos a reventar”.
Cualquier especialista nos aconsejaría algún tratamiento psiquiátrico dada nuestra crisis de identidad exasperante. Es que un Mundial trata de eso: de la identidad. Pone en juego en sus contradicciones una vez más la pregunta por la identidad: ¿quiénes somos? El problema es que somos muchos y por suerte esos muchos pueden manifestarse en sus diferentes expresiones. De alguna manera en estos días saldrán a luz todos estos contrastes. En griego la palabra “entusiasmo” significa “endiosado”: con el dios adentro. Así serán estas semanas. Entusiasmados. Con muchos dioses adentro. Suena bien.
Fuente: http://www.perfil.com/contenidos/2014/06/14/noticia_0036.html
14 de junio de 2014