Para comprender emociones intensas de nuestro presente es preciso repasar algunas reflexiones políticas modernas, como las de Hobbes en el siglo XVII, que analizaron el rol del temor y la obediencia en el orden social.
La inseguridad es la preocupación que encabeza la mayoría de las encuestas en nuestro país. Y para trazar maneras que se juzguen apropiadas para atender el problema, es importante analizar los posibles lugares y funciones del temor. El miedo a la muerte violenta, a la inseguridad y el desorden, serían pasiones intensas, y en ellas descansaría la legitimidad del orden público. ¿O acaso la paz social sería el resultado del miedo que debería inspirar el poder desproporcionado del Estado, ese Leviatán y Dios Mortal para Hobbes? Por estas cuestiones parece apropiado volver la mirada a la filosofía de Hobbes, ya que el temor, en la visión más generalizada que se tiene de este pensador, aparece como la roca sobre la cual se afirma el orden social. Pero la obra hobbesiana es compleja, y Claudia Hilb encontró en ella dimensiones, matices y potencias democráticas que suelen ser desatendidas.
Hobbes y su obra más conocida, “Leviatán” (1651), aparecen cada vez que se invocan miedo e inseguridad.
¿Hobbes, entonces, sigue siendo nuestro contemporáneo?
Sí, claro que sí. Hobbes escribe en un momento en el cual se produce una mutación en la manera de pensar la política y los problemas del hombre en la comunidad. Su punto de partida es un problema moderno: el individuo en una sociedad que lo atemoriza, en la que se siente inseguro. Y en ese sentido, el retorno a Hobbes es siempre el retorno a los primeros problemas de la comunidad política moderna y de la situación del individuo moderno. Y en el retorno a Hobbes influye que sus temas -el miedo, la vanidad- tienen un atractivo universal.
Pero se formó un estereotipo.
¿El hombre hobbesiano carece de perfiles?
¿Es un hombre movido básicamente por una pasión, el miedo, o su psicología es más compleja?
No convence esa reducción al hombre miedoso. Parece haber detrás de Hobbes un Maquiavelo que divide a la sociedad política entre los grandes hombres y el pueblo, los orgullosos y los miedosos. Pero hay más. Hasta se abre una oposición interpretativa:
¿el hombre en Hobbes es orgulloso o es miedoso?
Ambas lecturas son posibles.
¿Y por qué el predominio del miedo en la recepción de la filosofía hobbesiana?
Es probable que sea más operativo políticamente hacer una teoría basada en el hombre miedoso que en el vanidoso. Por lo menos es operativo para una teoría democrática, en el sentido de que busca proteger al hombre que desea protección. En cambio, toda interpretación del hombre más bien en términos de vanidad, participa de una teoría que concibe al Estado como queriendo imponer orden sobre hombres que fundamentalmente provocan desorden. Hobbes nos ayuda a pensar la legitimidad del Estado, aun del Estado que impone orden. Además, se propone convencer a los hombres de que lo más importante es el miedo, y que tienen que actuar en consecuencia. En definitiva, miedo e inseguridad son pasiones básicas que mueven a los hombres. Siempre va a haber personas que se van a dejar guiar por otros sentimientos, como el orgullo o el honor, sentimientos muy nobles, pero que ponen en peligro la comunidad. Para que una comunidad pueda funcionar, es mucho más operativo que la pasión básica sea la búsqueda de seguridad, la cual está asentada en el miedo. Hobbes parece decirnos: “Gente, dénse cuenta, el mundo necesita orden, porque sin él nos matamos entre nosotros. Debemos tener miedo al desorden. Entonces legitimaremos al Estado”.
Así se convierte en una filosofía de la obediencia. Parece problemático pensar la democracia desde la imposición de obediencia.
Se convierte en una filosofía de la obediencia, pero basada en el deseo primordial de los individuos que no es obedecer sino ser protegidos para poder desarrollar nuestros planes de vida. Hobbes se puede reescribir en términos absolutamente republicanos: nosotros sólo podemos ser libres en el sometimiento a la ley; para que haya ley tenemos que obedecer.
¿Pero qué pasa si ese Estado que promete protección nos somete?
¿Sería legitimo desobedecer?
En Leviatán, Hobbes afirma que el Estado y el soberano más razonables en cuanto a sus propios intereses son aquellos que no empujan a sus súbditos a la desobediencia. Es decir, interesado en su propia supervivencia como soberano, el Estado actúa de modo tal de no desesperar a sus súbditos haciéndolos sentir que el precio por obedecer es más alto que el precio de prescindir de esa protección. Hay rebelión, en cambio, cuando la gente siente que la negociación entre lo que se cede y se recibe no cierra.
En esta psicología política, ¿cómo se configuran los deseos?
En Hobbes tenemos esta tensión, extraña y difícil de resolver teóricamente, entre el miedo y el orgullo. Hobbes dice, muy freudianamente, que el hombre, finalmente, desea el deseo de desear. O sea, persigue su deseo de proseguir deseando. Hay un deseo ilimitado, que es un deseo, además, comparativo. Yo siempre les digo a los estudiantes que el hombre hobbesiano tiene la figura del norteamericano que está cortando el césped y mira por encima del cerco la cortadora del vecino; y si el vecino tiene una mejor, se pone loco y la quiere o quiere conseguir otra mejor. Hay un deseo muy comparativo que demanda apreciación; el sujeto necesita superar a los demás. En cambio, en otra gran filosofía política del siglo XVII, la de John Locke, no es así, porque el hombre quiere tener lo suyo y no desea comparativamente. Entonces, en ese sentido, se trata de un hombre mucho más pacificado.
Hobbes relaciona al hombre ilustrado con el afán de gloria. ¿Por qué en él el miedo no sería el eje?
La figura del hombre ilustrado se acerca a la idea del hombre magnánimo de la filosofía clásica. Es decir, que aquel que sabe puede escapar a la tensión entre miedo y orgullo. ¿Qué es lo que sabe este hombre de Hobbes para no tener miedo a los poderes superiores, ni participar de la competencia por la máquina de cortar el césped? Sabe que los hombres son así como son, que no pueden ganarles uno a otros porque son básicamente iguales en fuerza y en inteligencia, y entonces este saber lo sustrae de esa pelea. El sabio es un personaje activo, precisamente porque conoce el modo como funcionan las pasiones. El hombre magnánimo es aquel que está por encima de ciertas pasiones bajas, propias de aquellos que no saben.
¿Qué funciones cumplen las leyes en la teoría hobbesiana?
En una lectura republicana de Hobbes, la ley es la que pone límites a las disputas, determinando lo que está adentro de lo legítimo y lo que queda fuera, qué forma parte de la libertad individual y qué es aquello que regula el Estado.
¿Qué sería la vanagloria en la psicología hobbesiana?
La vanagloria sería la idea vana de que uno puede mostrarse como superior a los demás. Hobbes considera que los hombres son básicamente iguales en fuerza e inteligencia. En fuerza, son básicamente iguales porque cada uno puede potencialmente dar muerte a otro, más allá de las diferencias que pueden existir entre ellos. En inteligencia, dice que si bien puede haber diferencias, es notable que nunca ninguno se sienta inferior en inteligencia a los demás, lo cual ya los iguala. Entonces, el hombre que se vanagloria es aquel que cree que es superior a los demás y que los demás tienen que reconocerlo como superior. Si no abandona esa creencia por sí mismo, el Estado debe someterlo y decirle: “No, m’hijito, usted es igual a todos y queda encasillado acá, bajo la ley, que es la misma para todos”. O podría en algún momento experimentar que la vanagloria es mortífera, que puede llevarlo a perder la vida. Pero incluso para poder intentar demostrar una presunta superioridad sobre los demás, primero hay que admitir algo básico, y es que si alguien me mata, no hay nada que pueda demostrar yo después. Así, el sometimiento a una ley igual para todos lleva a que la lucha por la supremacía quede encuadrada en un escenario que no la hace mortal.
¿Habría, contra Maquiavelo, una fundación moral de la política?
Maquiavelo no cree que la política pueda tener una fundación moral, más allá de que esto no signifique que Maquiavelo fuera un inmoral. Maquiavelo es muy maquiaveliano pero no es maquiavélico. Para él, la moral no tiene nada que hacer en las cosas políticas. Leo Strauss dice que muchos grandes hombres se han servido de personajes denostados para poner en su boca lo que ellos mismos creían que era indecente decir. Yo creo que Strauss comparte, en gran medida, el diagnóstico de Maquiavelo sobre los asuntos políticos, con una gran diferencia, que es que cree que por el bien de la ciudad hay cosas que no deben decirse en voz alta.
¿Qué relevancia tiene el pensamiento de Leo Strauss?
Strauss, a diferencia de prácticamente todos los autores del siglo XX, no da por sentado que las verdades modernas sean superiores a las clásicas y que la filosofía política moderna, de Maquiavelo y Hobbes en adelante, sea más verdadera que la antigua. Strauss, de gran influencia en el pensamiento político norteamericano, puso entre paréntesis premisas de la teoría política como el individualismo y reabrió la querella entre los antiguos y los modernos. Más allá de su razón, mirando la modernidad de ese modo, nos hizo ver cosas que, cuando miramos la modernidad y sus pensadores con nuestros ojos modernos, no vemos.´
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CLAUDIA HILB. PROFESORA DE TEORIA POLITICA
Fuente: http://www.clarin.com/suplementos/zona/2009/03/01/z-01868225.htm
Buenos Aires, Argentina. Domingo, 01 de marzo de 2009
que fea pasion es el miedo nos hace agresivos y desconfiados ,nos hace refugiar en muros y armados con misiles…