Pudo haber otros que creyeran serlo, pero parece que desde Pi i Margall, que fue presidente de la I República y ministro de la Gobernación, sólo hubo otros dos ministros que también fueron filósofos en un Gobierno español. Y ahora tenemos al cuarto, Ángel Gabilondo, metafísico.
Después de Pi vinieron Nicolás Salmerón, que también presidió aquella República, y Gonzalo Fernández de la Mora, que predijo para Franco el crepúsculo de las ideologías y terminó construyendo la teoría del estado de obras. Otros filosofaron, a su manera, pero éstos fueron filósofos.
Gabilondo dice que tan sólo es un profesor de filosofía. Pero enseña metafísica, que es la nuez de la filosofía. ¿Y qué puede hacer en un Gobierno un hombre así? Se lo pregunté a su colega Emilio Lledó, y el historiador de la filosofía, y filósofo, me respondió con unas líneas de Platón. Dijo Platón, así que silencio: “A no ser que los filósofos reinen en las ciudades o que los que ahora tienen el poder filosofen sincera y auténticamente, identificando sabiduría y poder político, y se excluyan tantos políticos que no piensan más que en su propio interés y en el de sus amigos, no habrá tregua para los males de la ciudad”. Lo dice Platón en La República, precisamente, y Lledó lo comenta en La memoria del logos. Ahí Lledó ha parafraseado a su maestro, y resume lo que dice del papel del filósofo en la ciudad: “Los filósofos traen dignidad frente a la indecencia”. Y para ser decente en lo público hay que ser, dice Lledó, “decente en lo privado”. Del mismo modo que algunos médicos recomiendan comer alimentos saludables para conservar la salud, Gabilondo suele reclamar “pensamientos buenos” para seguir andando. Ahora entra en un territorio en el que los dardos se hacen a veces con alimentos caducados; como está acostumbrado a limpiar las palabras antes de usarlas, verá enseguida cuáles vienen envenenadas.
En esa lección que Lledó da de Platón hay una sentencia que subrayo tan sólo para imaginar qué puede hacer un filósofo en un Gobierno: “Decía Platón que un filósofo ha de trabajar para salvar lo público, ha de volcarse hacia lo público”. La creencia de que lo público es lo privado ha llenado de indecencia la política, pero Platón ya lo decía: “Una ciudad decente tiene que evitar que los indecentes la manden”.
Y uno que creía que los filósofos eran, como los semióticos a los que canta Eduardo Arroyo, románticos amigos de las nubes, y no hacen otra cosa que buscar en el lodo las pepitas de decencia que aún permanecen intactas en los basureros de la ciudad. –
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Fuente: http://www.elpais.com/articulo/panorama/metafisico/elpepusocdgm/20090412elpdmgpan_9/Tes
SPAIN. 12 de abril de 2009