Es Profesor de Matemática Aplicada de la Universidad Politécnica de Cataluña. Colaborador de ‘Revista de Occidente’, ‘Cultura/s’, ‘Artes&Letras’ y ‘El Correo Español-El Pueblo Vasco’.
En los textos clásicos de Grecia o de Roma siempre se puede encontrar algo que admirar y que compartir. Veamos, por ejemplo, la voluntad de paz de Plutarco en sus Consejos políticos: “Lo más importante es tener previsión para que nunca estalle un conflicto civil y considerar esto como el fin más grande y hermoso de la, por así decir, profesión política”. No se debe hacer política más que en busca del bien común, lo cual exige un resuelto desinterés por la vanagloria. Así: “tampoco hay que ingresar en política con la vista puesta en la ganancia y el lucro”.
Y en cuanto a los adversarios políticos, ¿qué aconsejaba Plutarco hace veinte siglos? “Si nuestros adversarios dicen o hacen algo bueno, no es preciso enojarse por los honores que ellos reciben ni hay que enojarse ni escatimar palabras de felicitación por sus bellas acciones”. Un motivo es que llegado el momento en que hubiera que reprocharles algo, nuestros adversarios estarían “predispuestos contra la maldad, si ponderamos su virtud y comparamos unas acciones con las otras, en el sentido de que las primeras son más dignas y decorosas”. Es evidente que se empuja hacia lo peor a quien nunca se le reconoce lo mejor que haga. Sucede a veces que los adversarios quieren ser enemigos. En tales casos, ¿cómo desenvolverse ante sus acometidas? La propuesta del autor griego es: “Si quieres afligir al que te odia, no lo taches de hombre degenerado ni cobarde, ni libertino, ni bufón, ni innoble, sino tú mismo sé un hombre, muéstrate moderado, sincero, y trata con amabilidad y justicia a los que tienen trato contigo”. Esto es positivo y va de acuerdo con el consejo que daba un moralista socrático: la mejor venganza contra tu enemigo es ser ‘bueno y honrado’.
Plutarco citaba a Platón, para quien “el colmo de la injusticia es parecer justo sin serlo”, frase que aparece en La República. Platón comparaba al peor hombre malo con los pilotos hábiles y los grandes médicos, en cuanto detectan enseguida lo que es posible con su arte y lo que no, y saben lo que hay que enmendar. En una edición de ese libro se lee: “el gran mérito de la injusticia consiste en parecer justo sin serlo”. ¿Con qué traducción quedarse, la que habla del gran mérito o la que define un colmo? No sé. No conozco el griego para decir cuál es la más fiel, pero diré la que se ajusta mejor a mi entendimiento.
En mi libro de referencia, un gastado tomito verde, se dice poco después que “el hombre se hace injusto tan pronto como cree poderlo ser sin temor”; diríamos hoy, cuando no hay filtros de control y se cuenta con la impunidad. El justo, en cambio, está más ansioso de ser bueno que de parecerlo. Por eso me quedo con que el máximo o “el colmo de la injusticia es parecer justo sin serlo”. Ahora bien, ‘tiene mérito’ que un sinvergüenza pueda parecer honrado. Pero siempre hay que saber ser escéptico, palabra griega que significa ‘observar minuciosamente, con detenimiento y evitar precipitarse con afirmaciones’; esto es, con espíritu científico. Y ahora miremos alrededor nuestro, siempre con libertad. ¿Qué vemos?
Fuente: http://www.cronicaglobal.com/es/notices/2014/10/el-merito-de-parecer-justo-sin-serlo-11699.php
2 de octubre de 2014