(@maieutic_tweets) Es un apasionado de la lectura, con la que llena los vacíos de saber que encuentra en sí mismo a diario.
Atenas. Siglo V a.C (año 470 ó 469 a.C). La partera Fainarate (de linaje entroncado con el de Arístides) da a luz un varón al que ponen por nombre Sócrates. La revolución que traería su pensamiento fue tal que marcó un antes y un después en la filosofía.
Sócrates completará el tránsito del mito a la razón, de la cosmología a la antropología, estableciendo las bases dialécticas y propedéuticas que permitieron el posterior examen de los conceptos clave de la filosofía occidental.
Para conocer su pensamiento, al no haber dejado nada por escrito, hemos de recurrir a los textos de sus discípulos (Platón y Jenofonte). Con ellos surgen los problemas de atribución que jamás podremos resolver con absoluta certeza. Entrar en más detalles al respecto nos separaría de nuestro propósito principal. Conozcamos, por tanto, al maestro.
Sócrates, el filósofo
Sabemos que Sócrates llegó a una gran certeza: que sus conocimientos eran limitados (“Sólo sé que no sé nada”). Tal descubrimiento pudiera haber ocurrido incluso antes de la consulta de Querefonte al Oráculo. “Sócrates es supremo en sabiduría / virtud moral” dijo la Pitonisa, que traducido a lenguaje llano sería: “No hay griego más sabio (conocimiento) / virtuoso moralmente (método/capacidad) que Sócrates”.
En cualquier caso, fue el conocimiento de sus propias carencias lo que le colocó en disposición de acotar y afrontar el problema desde una perspectiva novedosa: el razonamiento como instrumento de descubrimiento.
Los sofistas
Hasta la fecha, salvo honrosas excepciones (cfr. presocráticos), la resolución de las dudas se hacía con prejuicios, creencias, e incluso mediante el (auto)engaño recurriendo al poder del lenguaje para nublar el entendimiento. De esta última forma actuaban los sofistas, relativistas que daban más importancia al contenedor (lenguaje) que al contenido (concepto). Por ello no les importaba llegar a aporías (paradojas) que no eran tal, o conclusiones falaces (sofismas) buscadas de manera premeditada, o incluso antagónicas (con respecto a conclusiones previas) según la necesidad del objeto del discurso.
La ironía
Con todo aquel que quisiera, probablemente con preferencia por los sofistas y sus premisas relativistas, buscaba dialogar un Sócrates que, situándose en el rol (alumno) de la ignorancia de la que era consciente, llevaba a su interlocutor (rol de maestro), mediante preguntas precisas y certeras (de ahí la ironía), a descubrir la verdadera naturaleza de su conocimiento. La mayor parte de las veces quedaban al descubierto contradicciones y falsas verdades, es decir, la base errónea de la argumentación, creencia o razonamiento. Situado en ese estado, el otrora maestro, ahora aprendiz, no siempre se encuentra predispuesto para buscar el verdadero conocimiento (postura muy humana). Pero… ¿y si deseara encontrar la Verdad?
La mayéutica
Platón atribuye a Sócrates (en sus diálogos “El banquete” y “Teeteto”) la autoría de un método que probablemente le corresponde. La mayéutica es la continuación del proceso de la razón mediante la inducción.
Con la ironía se había descubierto el falso saber. Ahora es el momento de dar a luz (maieutike) a la Verdad mediante un proceso de educción del verdadero conocimiento del interlocutor. Este conocimiento se encuentra muchas veces subyacente en el propio lenguaje con el que se transmiten las estructuras mentales.
Al igual que con la ironía, el proceso de la mayéutica también se basa en el diálogo y tiene al lenguaje como herramienta para el bien (en contraste con el uso que le dan los sofistas).
Una vez alcanzado el verdadero conocimiento, resta que el alumno asuma como propio el descubrimiento de la Verdad; es la fase de desvelo (aléthela). En todo el proceso ha sido el alumno quien ha pensado por sí mismo. De manera tutelada y dirigida, cual matrona, pero se ha producido el aprendizaje de un método para reflexionar de manera válida. Supremo, ¿no creen?
La búsqueda de las definiciones universales
Sócrates buscó una definición universal para conceptos como “el bien”, “la virtud”, “la justicia” o “el amor”. Atribuía a la ignorancia de esos conceptos las malas acciones de las personas y por ello pretendía mostrar, a todo aquel que quisiera escucharle, un método racional de conocerse a sí mismo y la realidad que vemos.
El juicio a Sócrates
Aun no participando en la política de una convulsa y decadente Atenas, sus seguidores mostraban una postura crítica e insumisa ante postulados falsarios. Fueron las acciones contra la democracia de dos de sus discípulos (Alcibíades como traidor y Critias como tirano), así como su propia visión de la religión oficial del estado (cfr. dáimôn socrático) los que dieron pie a la presentación de diversos cargos contra el ya anciano.
Han llegado hasta nuestros días las narraciones de supuestos fragmentos de un proceso que duró semanas y en el que parece que Sócrates no abandonó ni sus formas ni sus principios. Sócrates no sólo se defendía a sí mismo, sino también su línea de pensamiento.
A pesar de la brillantez de su oratoria y la fundamentación de sus argumentos, un jurado de quinientos iletrados elegidos al azar encontró culpable de manera democrática a quien resultaba molesto por sus ideas.
Quizá con una rendición “galileana” durante el proceso, o una huida una vez dictada la sentencia, Sócrates se hubiese salvado, pero permaneció fiel a sí mismo. Acataría la sentencia a muerte mediante el suicidio por envenenamiento (cicuta) dejando como últimas y mordaces palabras el encargo de hacer una ofrenda a Asclepio, dios de la salud. Es el año 399 a.C.
Sus discípulos, su legado
El magno legado del maestro son las obras y descubrimientos de sus discípulos. Sócrates les había enseñado a estructurar correctamente el pensamiento y a utilizar la razón como motor de descubrimiento.
Sus sucesores fundan las distintas Escuelas de filosofía (cínica, cirenaica-epicúrea, estoica,…) y cómo no, la Academia Platónica. Porque no podemos hablar del maestro sin referirnos al más destacado de sus discípulos: Aristocles, más conocido por su apodo, Platón, el de anchas espaldas.
Platón destapará para el mundo el tarro de las esencias abarcando con su obra cuestiones filosóficas (teología, ontología, epistemología, ética), psicológicas, estéticas, e incluso políticas; estableciendo el referente y punto de partida de multitud de disciplinas científicas.
Cierra la terna de los grandes el discípulo de este último, Aristóteles, el cual no tuvo la oportunidad de conocer al maestro de su maestro. Aún así, la búsqueda socrática de la virtud es el germen de las virtudes aristotélicas: prudencia, justicia, fortaleza y templanza, cuatro puntos cardinales válidos para cambiar el mundo empezando por uno mismo.
Como ven, veinticinco siglos después, somos hombres hechos de la misma substancia y aún nos encontramos con dificultades para pensar con claridad. ¿Nos hacemos acaso las preguntas correctas?
Fuente: http://www.elconfidencial.com/opinion/blog-del-forero/2012/06/30/el-hombre-que-revoluciono-el-mundo-antiguo-9441/
30 de junio de 2012
Excelentísimo artículo muy bien detallado y con muy buenos datos!. Gracias por el aporte para aquellos que andamos en la búsqueda del conocimiento….
Muy clara toda la informacion, cada vez me agrada mas la Filosofia.