Meditaciones a partir de la lectura de un libro de Gustavo Bueno en pleno agosto
Yo no sé si tendré algo de masoca, como me dice un colega, pero el asunto es que en pleno agosto, Feria de Muestras de Gijón, fiestas de Begoña y demás saraos, no se me ocurre nada mejor que ponerme a leer «El mito de la derecha», libro reciente (no sé si el último, porque desde que se jubiló la fábrica de ideas cogió reprís y no para) de Gustavo Bueno. Pero ya digo que soy valiente, o un temerario. Uno tiene las neuronas un tanto escleróticas hace tiempo, pero en verano, además, se relajan y rozan la galbana absoluta, con lo cual leer a Bueno y pretender digerirlo al completo es como meterse en el «body» una fabada en plena meseta y bajo la solana que está cayendo este verano por España, a excepción, como es habitual, de este verdadero hecho diferencial llamado cornisa cantábrica.
El asunto, o sea, a lo que iba antes de iniciar esta derivación, excurso o bifurcación (en algo se tiene que notar que fui alumno de don Gustavo, como lo llamábamos en mi época con respeto), es que llevo quince días con el tocho de marras y voy a página por día y a saltos.
Algo me animó hace días, en cualquier caso, leer en estas páginas una estupenda entrevista que le hacía Andrés Montes a Ricardo Menéndez Salmón y en la que el escritor gijonés decía haberse decantado por las letras porque la filosofía, que le había atraído desde joven, «es un saber muy cruel».
Yo creo que, como estudié Filosofía y Letras, tengo una formación «fifty-fifty», entre cruel y dulce, un sí pero no o un sol y sombra indeciso, así que se me atraganta la filosofía si no me la sirven con dulzura y cariño, no «allá va que te preste», lo mismo que se me atraganta la literatura que no tenga ideas fuertes tipo Bueno.
Mientras pienso, reflexiono y me hago preguntas con mi medio cerebro filosófico (¿será un hecho diferencial a estas alturas, además de una antigualla, ser licenciado en Filosofía y Letras? ¿Lo de las Letras tendrá algo que ver con las que apoquino mensualmente en el banco?), desde mi atalaya del Muro veo paseando a Juan Cueto e intento llamarlo para ver si me aclara algo, puesto que él, al contrario que yo, fue alumno aventajado de Bueno. Pero mi admirado maestro en estas lides comunicativas o comunicatrices pasa frente a mí a toda mecha, igual que si fuera el Air Force Juan… Cueto. Y yo me quedo de nuevo con mis dudas ante el mar embravecido, sentado y melancólico como Otis Redding cuando cantaba su inolvidable «Sitting on the dock of the bay».
En fin, que tendré que acabar recurriendo a Gustavo Bueno «number two», compañero de carrera y promoción, a ver si me pone al día, si no en letras, en filosofía. Además de sabio y ocurrente, Gustavito (que así era conocido entre colegas y también con respeto) tiene hilo directo con Gustavo Bueno «number one», ese hecho diferencial y perdurable de la filosofía hispana que, según todos los indicios, sigue yendo, igual que fue toda su vida, como un avión.
Fuente: http://www.lne.es/opinion/2010/08/18/hecho-diferencial/956638.html
SPAIN. 18 de agosto de 2010
Después de leer estas palabras, me viene al recuerdo algo que escribí a alguien muy querido hace unos años sobre la contradicción que siempre tuve entre el amor al pensamiento y la dificultad que tenía para entender la Filosofía que nos explicaba Gustavo Bueno en la Facultad y la que estaba en algún otro libro cuya lectura emprendí con gran ilusión y que no conseguí terminar del todo ni comprender del todo. Y si alguien no comprende del todo, es que finalmente no comprende nada: “…entonces me despedí de la filosofía inteligible y del Instituto, porque al llegar a la universidad la materia filosófica se volvió tan elevada que por más que me esforcé, no lograba entender casi nada. El profesor Bueno será una eminencia, pero una eminencia muy árida para una alumna de primero de Comunes. Podía entender la lógica de su razonamiento, pero sólo podía intuir lejanamente la substancia sobre la que versaba aquella forma. Cuando parecía que iba dándome cuenta de sobre qué cosa estaba hablando, las palabras que venían a continuación contradecían mi impresión inicial y así hasta el infinito. Así que me desesperaba…” Eso me ocurría en sus clases, aun sabiendo que aquello de lo que hablaba era importante. Y siempre me pregunté que por qué en una clase de Filosofía o en una conferencia, no dedicaban los primeros cinco o diez minutos a decir “vamos a hablar de esta parcela de la vida o de este fenómeno de nuestro espíritu, para que ustedes se sitúen, e intentaremos poner algún ejemplo”. Pero nunca se hace. Van a las abstracciones directamente, sin compasión. Será que no puede hacerse de otra forma, o que la altura conceptual de los escuchantes se supone que ya no necesita ejemplos. Así que escribí más adelante esto: “La filosofía me apasiona. Es una de las cosas más importantes, junto con el arte, que yo mantengo en mi vida. Pero debo conformarme con filosofía de segunda, que es como yo llamo al ensayo, por falta de otra distinción más clarividente…” “Cuando quiero que me cabeza se ponga en marcha, lo que hago es leer ensayo y oír música. Así consigo el punto de vista y la agudeza mental que necesito para sentirme viva.” Por eso el otro día tuve que cambiar un libro que me habían regalado, “El mundo de ayer” porque ya lo tenía en mi biblioteca, y encontré una novela filosófica alemana de la que me habían hablado ya en la Facultad, “El hombre sin atributos”. Voy a dos páginas por día. Pero pienso llegar un año de éstos al final del segundo tomo sin que me quede nada por entender durante el trayecto. Prometo.