Si doña María Zambrano habla de los hombres expulsados del paraíso que dejan de ser dioses, Sigmund Freud genialmente lo hace del fenómeno de la inhibición, Emmanuel Levinas de la técnica como destructora de los dioses del mundo, los dioses cosas. Todo lo cual tiene un efecto de embrujo. Pues la técnica no nos pone a salvo de toda mistificación. Queda la obsesión de la ideología, por la que los hombres se engañan y son engañados. Ni siquiera el conocimiento sobrio, o que pretende serlo, aportado por las ciencias humanas, está exento de ideología.
Pero, sobre todo, la técnica no protege de la anfibología que yace en cualquier aparición, es decir, de la apariencia posible que se enrosca en toda aparición del ser. De ahí el persistente temor del hombre moderno a dejarse embrujar, ser Dios, ser omnipotente.
Esto lo expresa admirablemente Cervantes, dice Levinas, en Don Quijote, novela que tiene como tema principal, en su primera parte, el embrujo de la apariencia que está latente en toda aparición. Pensemos aquí, sobre todo, en los capítulos XLVI y siguientes de esta primera parte, en los que el “Caballero de la Triste Figura” se deja embrujar, pierde el entendimiento y asegura a todos que el mundo y ellos mismos sufren un encantamiento: “Ágora acabarás de conocer, Sancho hijo, ser verdad lo que yo otras muchas veces te he dicho de que todas las cosas deste castillo son hechas por vía de encantamiento”. (“Don Quijote, el embrujo y el hambre”, en Dios, la muerte y el tiempo, Levinas, Emmanuel, Editorial Cátedra, Madrid, 1994).
En la aventura, Sancho es el único que conserva cierta lucidez y parece más fuerte que su señor (“[ibid]… jamás llegó la sandez de Sancho a tanto, que creyese no ser verdad pura y averiguada, sin mezcla de engaño alguno, lo de haber sido manteado por personas de carne y hueso, y no por fantasmas soñados ni imaginados, como su señor lo creía y lo afirmaba” (ibid). “Sólo Sancho, de todos los presentes, estaba en su mesmo juicio y en su mesma figura; el cual, aunque le faltaba bien poco para tener la mesma enfermedad de su amo, no dejó de conocer quienes eran todas aquellas contrahechas figuras…”.
Esas “figuras contrahechas” de las que desconfía Sancho son un cura, un barbero y toda una cuadrilla que han decidido conducir a Don Quijote a su tierra, donde podrá ser curado y, para ello, se les ha ocurrido introducirse en su locura y hacerse pasar por espíritus, cosa que el caballero, en su pérdida de entendimiento, no tiene dificultad en creer (ibid).
Quizá no exista una sordera que permita escaparse a la voz de los afligidos y los necesitados, dice Levinas, voz que en este sentido sería la verdadera ruptura del hechizo, la caída de los dioses. Voz que provocaría otra secularización, cuyo agente sería la humildad del hambre. Detrás de los dioses millonarios y sus empleados los políticos más de la mitad de la población mundial deambula en el hambre. Una secularización del mundo mediante la privación del hambre, cuyo significado sería una trascendencia que empezaría no como primera causa, sino en la corporeidad del hombre.
“Una trascendencia, por tanto, no ontológica o que, al menos, no encontraría su origen ni su medida en la ontología. La ontología reduce a los dioses visibles, pero nos situará en el lugar de Don Quijote y su encierro laberíntico si no existiera esa otra trascendencia”, afirma Levinas.
El carácter único del yo es la huella de esta escapatoria imposible y de la responsabilidad intransferible de la que, incluso dentro de su encantamiento, se acuerda todavía Don Quijote. En la posibilidad de ser yo, la vida conserva su aliento y su vitalidad de fuerza que avanza.
El hecho de que uno escuche a otro, de que uno salga de sí mismo hacia el otro, es la respuesta a la pregunta y al ruego prerracional del hambre.
Fuente: http://eldiariodevictoria.com.mx/2011/06/11/el-embrujo-y-el-hambre/
MÉXICO. 11 de junio de 2011