Occidente tiene una fijación omnímoda por la luz enceguecedora que proporciona cierto logocentrismo a prueba de contradicciones. Pero, ¿qué hay más allá?
Cuando Martin Heidegger lanza la que para él es la pregunta de todas las preguntas -¿por qué es el ente y no más bien la nada?- nos obliga, mañosamente, a salir de aquel “tribunal asegurado desde la eternidad” que nos proporciona una luz a prueba de incertezas: la Lógica. Somos calibrados a partir de ella, y nadie medianamente razonable podría dudar de sus competencias. Pero, enquistado a este convencimiento absoluto, como suele acontecer con todas las convicciones, duerme algo, que por su oscuridad latente nos agobia por su ausencia.
Lejos de cualquier aire esotérico que se le quiera dar a este texto, afirmo lo vago del discurso, justamente por la impotencia al tratar de si quiera mencionar ese algo, que carece de sentido. Ese algo que carece de claridad, claridad lógica. La tautología no es gratuita y el uso de la metáfora luz/oscuridad, pese a mostrarse arbitraria, me parece que tampoco lo es. Occidente tiene una fijación omnímoda por la luz enceguecedora que proporciona ese logocentrismo a prueba de contradicciones. Y por eso, a partir de ese convencimiento se le hace imposible responder “sus” ¿para qué? ¿hacia dónde? ¿y luego qué?
Si para Parménides esa “verdad bien redonda” pasa por el reconocimiento de que “lo que es, es imposible que no sea” y que “lo que no es, es necesario que no sea”, para Heidegger es más bien la nada, la que le da todo el sentido a lo que sí es. Es la oscuridad la que abriga y cobija la luz, y, por ende, su olvido vuelve necesariamente miope a todo lo existente.
Es así que es necesario volverse deliberada y “odiosamente” (si se quiere), acientíficos. Obviamente, no podemos hablar de la nada como si fuera una cosa, simplemente hay que ingresar en un ámbito muy particular del pensar. Dentro de un dominio y un orden, si se quiere, más originario.
Este pensar, para Heidegger, estaría asociado a la poesía. Si bien poetizar y pensar no serían lo mismo: “hablar de la nada seguirá siendo repulsivo y un sin-sentido para la ciencia. En cambio, además del filósofo, puede hacerlo el poeta, y ciertamente no porque en la poesía se trabaje con menos rigor -como cree el entendimiento común- sino porque en la poesía (sólo me refiero a la auténtica y grandiosa) impera una esencial superioridad del espíritu frente a toda mera ciencia”.
Es así que “el poetizar del poeta y el pensar del pensador siempre dejan tanto vacío en el espacio cósmico que cualquier cosa en él pierde por completo su carácter indiferente y banal, ya sea un árbol, una casa, el trino de un pájaro”, y, por su puesto, por sobre todo la nada misma.
Quiero creer que este salto o inmersión en lo originario del pensar y del poetizar, conducen a una voluptuosidad contemplativa que en sí misma provocaría el goce de lo más simple y la absorción de lo más puro. Digo “quiero creer” porque una cosa es la aprehensión de una firme intuición filosófica y otra muy distinta su vivencia plena. Por mucho que se sienta el aroma pleno de dicha aprehensión, aún está distante tal abandono embriagador.
Simplemente es una invitación a alejarse solo un poco del “basto ácido de la mera sagacidad lógica” encarnada en “la desarraigada habilidad multifacética del hombre actual”, para adentrarse en una posibilidad, una gran posibilidad.
En nuestro auxilio, necesariamente, un poeta, Rainer María Rilke:
OSCURIDAD, de la que yo desciendo,
te amo más que a la llama,
que al mundo pone límites,
en tanto que ella brilla
para ese cierto círculo,
fuera del cual no hay ser que de ti sepa
Más la oscuridad todo en sí sostiene:
formas, llamas, animales y a m
Notas:
Christian Miranda Bascopé es Músico y filósofo – [email protected]
Fuente: http://www.opinion.com.bo/opinion/suplemento.php?a=2018&md=0916&id=14973&s=3
18 de septiembre de 2018. BOLIVIA