Se cumplen 4 años de la muerte de Julián Marías y su aniversario nos trae el recuerdo de un filósofo de estirpe, un hombre de letras, un intelectual que encarnó como nadie de su tiempo las esencias del más puro humanismo liberal.
JM se ocupó a lo largo de su dilatada vida principalmente de temas filosóficos pero su extensa obra abarca además la literatura, el ensayo, la antropología, la traducción de libros, incluso la crítica de cine, del que era un gran conocedor. Personalmente confieso que sentí una cierta sensación de hueco, de ausencia, entre mis afinidades electivas.
Frente al embotamiento que produce el panorama actual dominado por una cultura del todoacién, el gitaneo de la política y el pedregal del debate de ideas, la figura de JM me hace rememorar la Oda a Salinas de Fray Luis de León: El aire se serena/y viste de hermosura y luz no usada/Salinas, cuando suena/la música extremada/por vuestra sabia mano gobernada. Claridad, excelencia y sencillez es lo que percibo cuando evoco a JM.
A veces se tiene la imagen del filósofo como un individuo oscuro, endiosado y críptico que escribe cosas enrevesadas. Nada de eso en Julián Marías, sino todo lo contrario. Desde joven había hecho suya la divisa de Ortega: “la claridad es la cortesía del filósofo” y los suyos son libros de espesor filosófico pero fáciles de leer. El galimatías le parecía una de las muchas formas posibles de impostura. Los filósofos que escriben en jeroglífico me recuerdan a esas azafatas de vuelo que sueltan por megafonía un batiburrillo en inglés con la única intención de alardear y que no se entienda lo que dicen. En los libros de Marías no hay notas ni bibliografías ni referencias. La erudición no le interesaba. Sus libros son de lectura, no de consulta. A diferencia de la consulta -que es información- la lectura lleva implícito el pulso argumental, que es el sustrato de la filosofía.
Tampoco perteneció al gremio de los intelectuales engagés del tipo megáfono en mano frente a los estudiantes sentados en el suelo. Carecía de vanidad para todo eso y además no tenía tiempo, estaba demasiado ocupado escribiendo, explicando, creando.
El rigor y el vigor de su pensamiento unidos a la amplitud de sus saberes y el hecho de que el maestro Ortega y Gasset lo distinguiera con su amistad, podían haberlo endiosado. Sin embargo mantuvo toda su vida la accesibilidad de trato y la sencillez del sabio.
JM fue el cavernícola que se libró de las cadenas, salió de la gruta y volvió para mostrar a sus compañeros que lo que se agitaba al fondo no eran sino sombras proyectadas. Y se liberó de los grilletes utilizando la razón humana. Una herramienta -dicho sea de paso- poco o nada utilizada en la actualidad, “demodé” quizás, y el resultado es que los problemas no se atajan, no se des-cubren y, en consecuencia, resuelven, y permanecen cubiertos, tapados por el multiforme ajetreo colectivo: mítines, comités, grupos de trabajo, conferencias de prensa, reuniones, mesas de diálogo, etc.
A diferencia del hombre común que vive entre los problemas y a remolque de ellos, el filósofo se sitúa fuera de ellos, los observa y -deportivamente- los enfrenta para desentrañar su raíz, verdadera o falsa. Esa es la actitud del filósofo auténtico que encarna JM, la de encarar los problemas, no rehuirlos ni darse a la fuga y desde esta perspectiva torera, desdeñó las corrientes marxistas y existencialistas tan en boga en Europa tras la Segunda Guerra Mundial por considerar que se hurtaban a sí mismas siquiera la posibilidad de hacer filosofía. A diferencia del marxismo, que ve al hombre como un sujeto paciente de la historia, zarandeado por ella, o de los diversos existencialismos, que coiciden en contemplar al hombre como un squater de sí mismo y del universo, su actitud de filósofo le impele a la acción y ahí radica su engagement, en enfrentarse a los problemas de índole filosófico utilizando la razón, quizás el atributo más humano, más irrenunciable de cuantos poseemos.
El hombre hace la filosofía y ésta modela un tipo humano: el filósofo. Desde su condición de filósofo auténtico JM vivió toda su vida según el ideal del sabio, que encuentra la felicidad en la “ataraxia” entendida como el dominio de sí mismo, en la libertad de no tener cadenas, ningunas, de ningún tipo.
Como el minero que lleva la linterna en la frente, su saber iluminó sus pasos por la vida y fue JM toda su vida radicalmente libre, absolutamente dueño de sí mismo a pesar de haber sobrellevado desde su infancia desgracias y sufrimientos personales. El más duro, sin lugar a dudas, la traición de su mejor amigo al acabar la guerra civil, lo que le acarreó meses de encierro y la posibilidad de ser fusilado. Pero Marías escogió la libertad de vivir sin el lastre del rencor y no reveló jamás la identidad de su delator.
Con la desaparición física de JM la filosofía española perdía al último de los grandes. En puridad España sólo ha aportado 5 figuras de fuste a la historia del pensamiento occidental: Ramón Llull en el siglo XIII, Francisco Suárez en el XVI, Miguel de Unamuno, en el XIX-XX, Ortega y Gasset en el XX y Julián Marías. De hecho son los que figuran en cualquier manual solvente de historia de la filosofía porque han sido afluentes de ese río del pensamiento teórico de Occidente que nace tímidamente en Asia Menor a finales del s. VI a.C. y recorre una geografía que pasa por Platón, Aristóteles, San Agustín, Giordano Bruno, Descartes, Kant, Fichte, Bergson o Heidegger hasta nuestros días.
La filosofía es un faro que ilumina el resto de las disciplinas y en España su ausencia había determinado la sequía no solo intelectual sino también científica a lo largo de toda la Edad Moderna y Contemporánea. Desde la escuela iusnaturalista del siglo XVI el panorama filosófico español había sido un escenario sin actores. Los primeros balbuceos regeneracionista en el primer tercio del siglo XIX coincidieron en que para atajar la situación era preciso comenzar desde la escuela y a tal fin, se comisionó al universitario Sanz del Río para estudiar en Alemania un modelo adoptable en España. Y Sanz del Río regresó con las enseñanzas del pedagogo Krause como el que vuelve del mercado con un saco de estiércol. Los hombres de la Institución Libre de Enseñanza cogieron el arado, roturaron, abonaron y sembraron el erial intelectual que era España con el fermento del krausismo. Años más tarde la “generación del 98” se consideró heredera del espíritu institucionista. Una quincena de años después se produciría la segunda fertilización con la vuelta de Ortega y Gasset de Alemania y la pedagogia que ejerció su pensamiento desde las columnas de el diario “El Sol”.
En Marías, su vida hasta el final respondió a un plan trazado en los albores de su juventud universitaria a comienzos de los años 30, una hoja de ruta producto de la inspiración ejercida por Ortega desde su cátedra de Metafísica en la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de Madrid. El joven filósofo intuye lafilosofía como una empresa, como un viaje de exploración de ese continente inmenso descubierto por su maestro. La brújula: la razón vital, el método descubierto, diseñado, puesto a punto por Ortega, la lente adecuada para escudriñar la realidad y descubrir en ella su raíz, su verdad.
Ortega no había fabricado un sistema filosófico cerrado, sino que lo había creado y como un especímen vivo evolucionaba desde la tarima del aula, la tribuna de la sala de conferencias, sus libros. Marías comprende enseguida que la Filosofía no es dada, sino que tiene que hacerse, ser conquistada y con el entusiasmo del enamorado se aplica a conquistar esa herencia filosófica haciendo suyo el proyecto orteguiano convirtiéndose en su discípulo, como también lo eran sus profesores -condiscípulos casi- García Morente, Zubiri y Gaos. El proyecto consistía en trazar los planes, urbanizar, edificar, poner cimientos, pilares y forjados en el solar intelectual que era España desde hacía 5 siglos. Pero estalla la guerra civil, sopla el vendaval, y cuando amaina, el paisaje era el de una escombrera. El joven Marías sintió la orfandad de saberse solo. La Facultad de Filosofía se había convertido en una fortaleza de escolásticos y tomistas y el sanedrín no consintió su acceso boicoteando su tesis doctoral. La Universidad estaba cerrada para él. Tampoco se le permitió la publicación de artículos en los periódicos. Acuciado por un sentimiento de intemperie intelectual pero consciente de ser depositario de un caudal breve -el de su licenciatura- pero enormemente valioso, se puso a trabajar en su Historia de la Filosofía, que finalmente apareció publicada en 1940. Con prólogo de Zubiri, se trata de un libro claro, desbrozado, de trazo seguro, escrito desde la perspectiva de la razón vital, en el que aparece nítido el nervio, el argumento de la historia del pensamiento occidental de los últimos 25 siglos. Siguieron muchos libros a lo largo de su vida de escritor, pero todo lo que escribió después ya estaba germinalmente en el primero, escrito a los 26 años.
Con el beneficio de la mirada retrospectiva quizás quepa pensar que el destino hizo bien las cosas apartándole a la primera de cambio de aquella Universidad, en donde su espiritu bienpensante y liberal podía haberse ahogado entre mezquindades, envidias y capillas, y sólo cuando finalmente fue aceptada su tesis doctoral en 1951 pudo trasladarse con su familia a Norteamérica y ejercer por primera vez como profesor de filosofía en una institución pública.
JM fue silenciado durante la dictadura y ninguneado durante la democracia. Su enrolamiento en el ejército republicano y el hecho de ser el más directo discípulo de Ortega fueron argumentos suficientes para que el régimen lo considerara una personalidad de izquierdas que había que “invisibilizar”. Ya en democracia los “modernos” lo consideraron de derechas por su su falta de interés en las corrientes de sesgo marxista y quisieron empequeñecerlo encasillándolo como “pensador católico” (que es algo así como querer meter un elefante en un huevo kinder) por haber sido nombrado por Juan Pablo II consultor -el único en España- para temas de Etica. Imbéciles y malvados, así los describió su hijo Javier Marías en un artículo de prensa hace unos diez años.
Cuando hojeo un libro de historia de la filosofía española actual acudo al índice bibliográfico y si no aparece JM devuelvo el libro al anaquel convencido de que el autor, si no es ignorante, si es al menos sectario. Se podrá estar de acuerdo o no con JM pero en ningún caso puede ser pasado por alto lo mismo que un libro de geografía de España no puede omitir referirse al Mulhacén.
Desaparecido el filósofo, quedan sus libros, sugestivos, iluminadores, nutritivos. Y queda su ejemplo. JM vivió la filosofía como un ejercicio de libertad y de ahí su liberalismo medular. Los obstáculos, envidias y mezquindades a que tuvo que enfrentarse en su vida no lastraron su espíritu insobornablemente libre, rebelde sin estridencias, exquisitamente insumiso.
Sus obra y su vida, sus libros y su ejemplo, su enseñanza y su trayectoria vital. He aquí el doble legado de JM.
Fuente: http://www.canarias7.es/articulo.cfm?Id=151571
SPAIN. 17 de diciembre de 2009
Admirable recuerdo del gran pensador hispano, don Julián Marías.
Se siente su ausencia, en estos tiempos grises para las ideas.
Pero nos queda su obra, su inmensa obra: todo un monumento al saber y a la cultura en español. En extraordinario español.
Saludos.
He disfrutado mucho estas notas (muy bien escogidas) sobre la biografía de JM,por el que siento admiración y gratitud.Desde mucho antes-hace ya mil años-de saber la relación que los une,en mi pequeña biblioteca yacen juntos el “España invertebrada” de Ortega y el “España inteligible” de Julián Marías.Forman un tándem inseparable, y la dialéctica entre ambos debería ser de obligada lectura en los colegios por ser, además,la filosofía mundana de nuestra tierra a la vez austera y fértil.
Nada más. Pido disculpas por la perorata y agradezco el post de nuevo.
Un saludo
Gracias Enrique y Ezequiel, para mí Julian Marías fue un santo laico que mantuvo una intachable dignidad a lo largo de toda su vida, una vida marcada por la búsqueda razonada de la verdad. Pero no todo es contenido, su estilo es claro, preciso y a la vez rico, exento de artificios, nada pretencioso, como lo fue él. Su figura y obra son ejemplares
Le felicito por su diáfana síntesis de la vida y la obra personal de Julián Marías, tan bien escrita y tan bien realzada su significación filosófica en la cultura española del siglo XX. La Historia de la Filosofía de JM, no la he leído, aunque si consultado, sin embargo, como profesor de filosofía de instituto (jubilado), tengo una obra de JM que fue, en mi primera década de vida profesional, mi tabla de salvación: El tema del hombre. (Colección Austral). Una excelente selección de textos de Historia de la Filosofía que conservo como oro en paño. Cordialmente le saluda, y agradece su espléndido artículo, José Mª Callejas Berdonés.