Magíster en Filosofía y Magíster en Estudios Políticos
Aunque el término “calidad” salpique por doquier nuestra cotidianidad: calidad de vida, calidad en los productos, calidad en la prestación de los servicios, etc., casi nunca nos preguntamos sobre su irrupción, el contexto desde donde emergió y sus efectos, como si se tratara de un valor que siempre ha estado detrás de la cortina de la historia para descorrerla y, entonces, podamos abrazarla para que nunca más nos abandone. Si se deja este concepto en la esfera de la abstracción, entonces seguirá iluminándonos desde el más allá, mientras el mundo educativo se hunde en su propio atolladero. Si seguimos haciendo una lectura de la “calidad” fuera del sistema lingüístico e histórico en que se originó daremos por sentado que su procedencia es legítima y solemne.
Debemos reparar en el hecho de que “la calidad” ha venido asociándose dentro del ámbito empresarial a palabras como producto, cliente, gerente, eficiencia, ganancia. Por lo tanto, a las claras, antes de instalarse dentro del discurso educativo se incubó en el seno de un saber económico-administrativo cuya raíz histórica-ideológica es el liberalismo clásico económico del siglo XVIII.
Resulta importante señalar brevemente que en la educación griega, en vez de buscar o fabricar artefactos burocráticos para crear la calidad, enfatizaban en la areté o virtud. Así, por ejemplo, un músico era virtuoso porque sacaba las más bellas notas de su instrumento, y porque dentro de su alma la pasión por su oficio le hacía tocar del mejor modo posible. La pasión era necesaria, aunque no suficiente, pues requería tanto de la destreza adquirida en la práctica diaria del instrumento como de un conocimiento teórico profundo. La virtud o areté era de capital importancia porque su papel no sólo debía afectar al individuo sino que contribuía al orden de la colectividad.
La problemática que subyace al asunto de la virtud, o a lo que hoy en día denominaríamos calidad de vida, es ilustrada por Platón recurriendo a Sócrates como personaje del diálogo Gorgias. Allí recrea una atmósfera de debate entre éste y el sofista Gorgias, quien defiende que la Retórica es un arte, porque su poder estriba en hacer cambiar la opinión. Frente a esto, Sócrates, quien adopta una posición de indagación, emprende la tarea de precisar, sacando a la luz a través de la pregunta, qué criterios autorizan hablar de arte, después de lo cual pasará a demostrar que la Retórica está muy lejos de serlo. Para Platón el arte o techné es toda actividad que es desarrollada, por una parte, conforme a un saber sustentado en principios que la orientan y, por otra, con arreglo a la experiencia.
La palabra arte, en el contexto mentado, abarca un amplio espectro de actividades que hoy difícilmente incluiría a actividades como la guerra, la medicina, la política, la gimnasia, entre otras. El problema que Platón formula es que si bien todo arte o techné es una actividad, no toda actividad es digna de llamarse arte. Sócrates indicará que así como del cuerpo cuidan la gimnasia y la medicina, la Ciencia política se encarga del cuidado del alma; que así como la cosmetología y la culinaria suplantan a la gimnasia y a la medicina, la Retórica desplaza a la Ciencia política. En consecuencia, la cosmetología es una actividad que presta al cuerpo una belleza ficticia y efímera, generando un resultado contraproducente en nombre de un falso cuidado: termina robándole al cuerpo la belleza natural que sólo la gimnasia a través del dolor del ejercicio puede brindar. En este sentido, Sócrates revela que la Retórica carece de contenido y su interés es cosechar aplausos mediante la adulación.
Platón y Sócrates advirtieron el peligro de la formación de un discurso que se erigía como el más potente de todos, como la panacea que conjuraría los problemas de su época, es decir la retórica como actividad de adulación que promovía el autoengaño. Si ponían a un paciente enfermo delante de un sofista y de un médico, con el fin de convencerle de tomar su medicamento, el primero por el poder de su retórica y no por conocimiento del oficio terminaría por convencerle y dejaría mal situado al segundo. Así mismo, un niño en convalecencia resultaría prefiriendo a un pastelero que le endulzaría su paladar en lugar de escoger al médico que le ofrece medicinas. A este respecto, Platón por boca de Sócrates afirma en el diálogo Gorgias: “de manera que si, ante niños, un cocinero y un médico tuvieran que poner en juicio quién de los dos conoce mejor los alimentos beneficiosos y nocivos, el médico moriría de hambre. A esto lo llamo adulación y afirmo que es feo” (Platón, Gorgias: 49).
Con estas imágenes pretendo subrayar el hecho de que el actual discurso empresarial de la calidad aplicado a lo educativo es la retórica de nuestro tiempo, que se empeña en mostrar resultados y cosechar aplausos. El saber que pregonan se torna en agua bendita para una comunidad sedienta de la verdad en educación. La calidad es, pues, un mecanismo formal, artificial y, potencialmente, con el riego de alimentar políticas educativas totalitarias que osan asegurar al individuo a la cadena productiva como si se tratara de un eslabón que es expulsado de la cadena productiva si no se doméstica y somete a ésta.
Fuente: http://www.elciudadano.cl/2012/04/17/51278/el-discurso-empresarial-de-la-%E2%80%9Ccalidad-educativa/
CHILE. 18 de abril de 2012