El deseo de ser feliz

A lo largo de toda la historia el hombre se ha preguntado por su esencia misma. ¿Qué somos?, ¿Para qué estamos en este mundo? son cuestiones que siempre nos han inquietado.
A resumidas cuentas cabe decir que la esencia del hombre no es otra que el deseo de ser feliz. Ya lo había planteado Aristóteles con la eudaimonía (felicidad, posesión del buen daimon, de la buena suerte o del buen destino que engendra el bien-estar en el mundo). Si bien de esta noción han surgido múltiples interpretaciones y diversas éticas, comprendo que todo ser humano desea ser feliz antes que nada. ¿Quién quiere sufrir? ¿quién quiere tener cáncer o sida? ¿quién quiere ver morir a sus hijos? ¿quién está esperando con alegría la muerte tras una enfermedad asquerosa? ¿quién quiere agonizar?. Preguntas que se responden por sí solas mientras las leemos.

La naturaleza humana nos dice de antemano que hay un paso ineludible en nuestro existir: la muerte.

Heidegger hablaba del “ser para la muerte”. Es lo que somos. Seres para la muerte. ¿Es fácil admitir lo que somos, animales diminutos en un planeta también diminuto, que nuestro paso es efímero? No, no es fácil, por eso llevamos miles de años tratando de lidiar con ésto, y aún no aprendemos, ni aprenderemos ¿Por qué? porque siempre vamos a querer ser felices, pese a esta inexorable finalización de nuestra existencia. La felicidad, el deseo de gozar de la vida se nos antepone a la muerte. Sin ella nuestra existencia es absurda, carece de sentido alguno.

Pese a la dureza de lo planteado, el hombre sigue adelante, sigue estudiando, trabajando, perfeccionándose, confía siempre en un futuro mejor, apuesta por un mundo prometedor, que aunque no podamos experimentar, porque la vida al final terminó siendo corta, queremos dejarle a nuestros hijos y nietos un mundo mejor que el que tuvimos como escenario mientras vivíamos.

Ahí radica nuestra belleza, lo que muchas veces escuchamos decir en un cuento o mito: “los dioses nos envidian”, pues nuestra acortada vida nos da el preciado tesoro de la temporalidad, convertida metafóricamente, pero no tanto, en oro, y así, pues, nuestros actos a lo largo de los minutos y horas en esta vida, son preciados, sagrados.

Quien quiera entender ésto como una justificación o como una fundamentación pasajera de lo que no tiene remedio, está en todo su derecho. Cada cual es libre de interpretar su vida y valorar sus acciones.

Pero hay algo que no tiene discusión: somos efímeros, pero no intrascendentes. Darle un sentido a la existencia es para muchos, una fábula. Para otros tantos, el sentido de vivir felizmente vale, es necesario, indispensable e irrenunciable para todo hombre. Tal felicidad es el “para qué” de nuestra existencia, sin ella estamos sólo ante el vacío, nada nos es útil, ni siquiera nosotros mismos.

No podemos negar que existenseres humanos que desean renunciar a la vida. Cabe preguntarnos ¿por qué sucede ésto? Si bien es un tema que compete al psicoanálisis y a la psiquiatría en especial, nos atrevemos a afirmar que tales fenómenos psíquicos se producen por un sentimiento de “desesperación ante la nada”, o mejor dicho, al descubrir el hombre que nada lo hace feliz, ergo la vida carece de sentido.

Tener a la mano doctrinas religiosas que nos enseñen que la muerte es un paso dentro de la misma vida, que es eterna, entendida bajo las leyes de Dios, y que vale la pena morir con esa esperanza prometedora, a gran parte de la humanidad le ha servido para salir adelante de guerras (personales, familiares, políticas, etc). Quien no estime tal propuesta, de todos modos, está invitado a valorar su vida como la de los demás seres de la naturaleza como si fueran sagrados. No hace falta ser cristiano, judío, islámico, budista, etc. para darnos cuenta que el tiempo es algo que se pierde, no se recupera, y vale la pena aprovecharlo. Desde los estoicos griegos hasta el día de hoy existe, para tal postura, el sentido de la vida basado en una ética y una moral de acuerdo con la naturaleza. ¿Qué quiere decir vivir de acuerdo con la naturaleza? Que debemos reconocernos como partes de un todo, en el cual cumplimos una función importante, y tal cumplimiento debe tomarse en serio, con honestidad y coherencia. Tal doctrina es tal vez más estrecha, pues considera que sólo el sabio puede llegar a la plenitud o a la felicidad pues su intelecto es la única herramienta para alcanzar ese objetivo.

Todos estamos llamados a ser felices. Todos somos humanos. A todos nos va a llegar la hora de partir. Pero no todos vamos a valorar nuestra existencia de la misma manera. Nadie tampoco pretende que así sea.
Fuente: http://www.diariodecuyo.com.ar/home/new_noticia.php?noticia_id=372931

ARGENTINA. 21 de noviembre de 2009

4 comentarios El deseo de ser feliz

  1. SERGIO

    muy buen artículo, bien explicito, una duda: para alcanzar mi felicidad debo destruir la felicidad de otro lo cual no me hace feliz, como se analiza eso

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  2. Katherine

    En realidad, considero que tanto tu felicidad como la libertad, limitan hasta el punto en que empieza la libertad de otros, es decir, para ser feliz no es menester que destruyas la felicidad de otros, sino que pongas por encima de todo tu sentir, tu pensar y tu verdadero objetivo en la vida lo cual, sin duda alguna, podría ser visto como egocentrismo; pero en realidad No es más que preocuparse por lo que realmente queremos, Y por lo que somos…
    sé feliz, pero sin destruir a los demás…
    se libre y feliz hasta donde empieza la libertad de otros.”!

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