Silvia L. Gil, autora de ‘Nuevos feminismos: sentidos comunes de la dispersión’.
Licenciada en Filosofía, Silvia L. Gil es especialista en filosofía de la diferencia y teoría postfeminista. Estos días publica su libro ‘Nuevos feminismos: sentidos comunes de la dispersión’, y aprovechamos para charlar con ella sobre la evolución de este movimiento y su situación actual.
¿Por qué crees que provoca tanto recelo el término ‘feminismo’ hoy en día?
Hay mucho desconocimiento de lo que realmente es el feminismo, de lo que ha aportado a nuestras vidas y de las cuestiones que pone sobre la mesa como retos inaplazables. En España ha existido un movimiento feminista muy potente, muy presente en la transición y en todo lo que vino después: las reformas legales, la reestructuración del mercado de trabajo, el despegue del neoliberalismo… Todo esto se hace invisible, entre otros motivos, porque muchos lo perciben como una amenaza a los privilegios de los que gozan. Por ejemplo, el feminismo empuja a que el trabajo doméstico y de cuidados no sea solo cosa de las mujeres. Sienten que se cuestiona su posición, sus valores, y esto es así, pero justamente para construir entre todos un lugar más habitable. Pero además vivimos en un momento histórico que no puede ser comprendido sin los avances que el feminismo ha puesto sobre la mesa.
Un comentario muy escuchado es el de que el feminismo es como el machismo, pero del otro lado, que se aleja de la meta de la igualdad.
Hay muchos tipos de feminismos, y es cierto que muchos no buscan la igualdad. Se preguntan igualdad ¿con qué?, ¿con una sociedad machista, injusta, que explota más a quienes se encuentran en posición de subalterno? ¿Una que pone el beneficio económico por encima del bienestar de las personas? ¿O una que encuentra en la guerra su arma de defensa y relación con lo diferente? Creo que esta afirmación sigue siendo una postura defensiva para no plantearse la incómoda cuestión de que uno de los grandes problemas de nuestra sociedad tiene que ver con cómo nos han impuesto lo que tenemos que ser en tanto mujeres y hombres. No se trata de poner por encima los valores femeninos o masculinos, sino de cuestionar radicalmente su naturalidad.
Se habla en el libro de la vasta existencia de etiquetas, así como de la abundante publicación de textos no académicos. El problema de ello es que, para una persona que quiera acercarse por primera vez a un estudio teórico del feminismo, puede generar cierto desaliento. ¿Por donde recomendarías empezar? ¿Qué obra o autor/a consideras fundamental?
Hay algo que es universal independientemente de los conocimientos teóricos de los que se disponga: la posibilidad de contagiarnos por la pasión y la necesidad de hacernos dueños de nuestra existencia. Los feminismos nos enseñan que la batalla más importante es la que tenemos que lidiar con nosotros mismos para volver a ser de un modo más propio. Sentimos que la manera en la que vivimos actualmente (sometidos a un montón de códigos e imperativos: al trabajo, la precariedad, la competitividad social) nos ha robado algo propio. Lo primero sería recuperar el deseo de ser, tocar la potencia de vida que todas y todos tenemos. Y desde ahí leer los textos, y el mundo, buscando lo que la alimenta, lo que nos empuja a pensarnos, a no dar por inevitable lo dado. Dos de las primeras obras feministas, muy dispares entre sí, con las que yo tuve un encuentro fueron ‘El Segundo Sexo’, de Simone de Beauvoir, y ‘Manifiesto Cyborg’, de Donna Haraway. Luego vinieron los textos de Teresa De Lauretis, por supuesto Judith Butler y las feministas de color, como Audre Lorde o Angela Davis. También recuerdo que cuando se tradujo, leímos mucho, crítica y apasionadamente, el texto de la Librería de Mujeres de Milán ‘No creas tener derechos’.
¿Hemos cambiado mucho desde Simone de Beauvoir, desde su “no se nace mujer, se llega a serlo”?
Beauvoir puso sobre la mesa la cuestión de la libertad: la tensión entre el ideal de la Mujer que se nos impone y que asumimos como propio y, al mismo tiempo, la capacidad de elección, de transformación, de la relación con ese ideal. Es la paradoja del feminismo: tiene que afirmar lo que quiere cuestionar. Pero actualmente esta paradoja se ha vuelto aún más compleja: ya no se trata solo del dilema en torno a cómo afirmar y negar al mismo tiempo a la Mujer, sino de que ese ideal de la Mujer no las nombra a todas, porque ha sido definido desde una determinada experiencia, la de las blancas y heterosexuales de los países del Norte. Eso explica que exista un discurso sobre la igualdad argumentando, por ejemplo, que hemos accedido al mercado laboral, mientras que en realidad lo hemos logrado gracias a que ahora otra mujer emigrante se hace cargo de las tareas en el hogar, por lo general, en unas condiciones inaceptables permitidas por la ley que regula el trabajo doméstico en nuestro país. Es decir, la igualdad no es para todas.
Cito del libro: “Se fue descubriendo que el papel que la tradición había asignado a las mujeres podía ser desafiado con infinidad de pequeños gestos”. Sin embargo, seguimos escuchando cada día muertes por maltrato doméstico seguidas de la explicación “es que ella no tenía dónde ir, no podía valerse sin él”, incluso en chicas bastante jóvenes. ¿En qué seguimos fallando?
El discurso institucional contra la violencia de género ha supuesto un gran avance al señalar con contundencia el problema. Pero lo ha planteado como un hecho aislado que atajar por la vía legal: la violencia solo concierne a determinados hombres malos a los que hay que condenar. Y propone una solución falsa: denunciar, cuando en realidad a las mujeres que sufren maltrato no se les proporcionan recursos materiales para separarse, sobre todo cuando hay hijos de por medio. Esta óptica impide que podamos avanzar como sociedad en contra de la violencia. Y que se extraiga realmente del ámbito doméstico. Habría que mirar más al movimiento feminista, quien nunca ha escindido la parte legal del apoyo a las mujeres y el trabajo educativo y social. Si realmente queremos acabar con la violencia, ¿por qué no ofrecemos a las mujeres que desean separarse recursos para ello, pisos propios en lugares donde se sientan seguras, dinero para costear su mantenimiento y el de sus hijos durante el tiempo necesario, etc? En cambio, lo que se ofrece es un número de teléfono con una invitación a denunciar sin alternativa real. ¿Qué sentido tiene?
Hablas de la pérdida de nuestra memoria política. ¿Por qué existe ese desconocimiento por parte de las mujeres (y hombres) de nuestra propia historia?
Creo que se oculta que la historia es el movimiento de diversas fuerzas en lucha, y se nos presenta como si siguiese en cambio una evolución lineal natural. Sin embargo, el diseño de nuestras plazas y nuestras ciudades, la reestructuración de las fábricas y la emergencia de nuevas empresas, el hábito de consumo y los estilos de vida, los roles de género y la normativa sexual, las políticas públicas y las leyes son resultado de batallas sociales y políticas: la resistencia siempre está presente en la sociedad. Por eso en el libro intento rescatar los elementos virtuosos del movimiento de entonces. Pero desde los 90 es como si toda esta memoria se hubiese borrado de un plumazo, liquidado, y solo fuésemos hijos e hijas del deseo de consumo y de la competitividad social.
¿Cuáles son las futuras metas del feminismo?
Existen dos cuestiones clave: por una parte, indagar en las nuevas formas de dominación que se están articulando en nuestra sociedad, y cómo afectan no sólo a las mujeres blancas de clase media, sino también a las emigrantes, lesbianas, transexuales, precarias, queer, etc. La cuestión es que el patriarcado no ha finalizado con las políticas de igualdad, sino que se rearticula de complejas y nuevas formas (por ejemplo, globalizándose). Eso es algo que intento indagar en el libro hablando de diferencias, globalización, cuerpos y moda o trabajo de cuidados. Las políticas públicas deben incluir medidas en torno a estas problemáticas (por ejemplo: no se puede dejar fuera de la ley de violencia de género a las mujeres extranjeras en situación irregular, o que la ley de extranjería no contemple la especificad de género).
Por otra parte, repensar la cuestión de lo común y romper con el modo de la política más convencional. Creo que durante mucho tiempo el debate se atascó en la cuestión de cómo hacer para construir un sujeto político feminista desde la diferencia, pero actualmente el reto ya no es definir sujetos políticos, sino reconstruir un espacio común en el que nos reconozcamos y encontremos diferentes. Y para reconstruir eso tenemos no tanto que imprimir una estrategia política o una ideología como ser capaces de nombrar situaciones comunes que nos afectan a muchas y muchos de manera diversa. Eso solo puede realizarse a partir de la escucha y la experiencia con lo diferente. ¿Qué puede el feminismo aportar a este proceso de reconstrucción de lo común? Creo que es una pregunta clave para pensar lo político en la actualidad. Y es lo que intenta también indagar este libro.
Fuente: http://www.elmundo.es/yodona/2011/11/10/actualidad/1320950750.html
SPAIN. Madrid. 11 de noviembre de 2011.