Se irá haciendo a un lado poco a poco la obsesión tecnocrática de medirlo todo, no vamos a medirlo todo en función del simple crecimiento económico y apuntó hacia un objetivo mayor: el bienestar del alma y no sólo material o el económico. La obsesión tecnocrática versus la obsesión por la felicidad del pueblo.
En el diccionario de la Real Academia Española bienestar es
- El estado de una persona en el que se le hace sensible el buen funcionamiento de su actividad somática y síquica.
- Vida holgada o abastecida de cuanto lleva a pasarlo bien y con tranquilidad.
En francés bien-être el término es más profundo: bien-ser y bien-estar.
Bienestar es una de las palabras que el presidente Andrés Manuel López Obrador más utilizó en su mensaje del Informe de gobierno. Cerca de 20 veces, y sobre todo la expresión bienestar del alma fue una de las expresiones que causó mayor ruido, tanto en redes como en las críticas de los sesudos analistas. Sobre todo cuando contrapuntea la noción de crecimiento cuantitativo versus bienestar del pueblo, o desarrollo. Se irá haciendo a un lado poco a poco la obsesión tecnocrática de medirlo todo, no vamos a medirlo todo en función del simple crecimiento económico, señaló enfático; en cambio, apuntó hacia un objetivo mayor de su gobierno: el bienestar del alma y no sólo material o el económico. La obsesión tecnocrática versus la obsesión por la felicidad del pueblo. Muchos nos preguntamos si es tarea del Estado buscar el bienestar del alma.
¿El gobierno es responsable de la felicidad de la sociedad?
En la distinción entre el alma y el cuerpo, espíritu y materia está el origen de las religiones. En el dualismo cuerpo-alma se condensa el principio de la vida eterna y la concepción teleológica del Cosmos.
AMLO introduce de manera intrépida ponderaciones de conducción política y manejo de lo económico, al plantear: El crecimiento económico y los incrementos en la productividad y competitividad no tienen sentido como objetivo en sí mismos, sino como medios para lograr un objetivo superior: el bienestar general de la población; y preciso aún más: el bienestar material y el bienestar del alma.
¿Cómo medir el bienestar del alma?
se preguntarán los racionales analistas del acontecer político.
Me recuerda a mi viejo profesor Emile Poulat que al valorar las grandes consignas de la revolución francesa: Libertad, Igualdad y Fraternidad. Acotaba, la libertad y la igualdad pueden ser medidas y cuantificadas, no así la fraternidad.
¿Cómo medir sin subjetividades la felicidad de una persona y la felicidad de un pueblo?
Los observadores se desconciertan mientras el ciudadano de a pie conecta inmediatamente con la intencionalidad didáctica de un gobernante que usa el lenguaje coloquial y accesible. En parte y de ahí el nivel de aceptación y reconocimiento de 70 por ciento del Presidente. Palabras y símbolos populares. Pero, atención, porque hay riegos de una moralización peligrosa en el discurso del Presidente cuando en el mensaje asienta: Si seguimos actuando en forma ética y aplicando con voluntad firme la política de moralizar la vida pública, nada ni nadie podrá detener la aplicación del principio supremo de la soberanía del pueblo, y el interés nacional se impondrá a los hombres ambiciosos seducidos por el falso brillo de lo material y lo mezquino. Entiendo que el gobierno debe corregir y castigar la conducta corrupta de la clase política. Por supuesto que debe moralizar la vida pública de las élites en el poder, pero ¿el gobierno como prioridad debe tener un rol moralizador en la sociedad?
Aquí me preocupa el empalme con los relatos moralizadores que algunos grupos conservadores pentecostales han desarrollado. Con un discurso de la predestinación, sustentados en una narrativa absoluta y de una teología moral excluyente que oriente a la redención del ser humano. Algunos neopentecostales y grupos católicos de la extrema derecha guerrean que para implantar su reino en esta tierra. Bajo posturas ultraconservadoras sobre la familia, el rol de la mujer, el rechazo a las minorías homosexuales y matrimonios homosexuales. Dios como absoluto homogeneiza la sociedad y la cultura se debe subordinar para alcanzar la salvación eterna.
¿La construcción moral y subjetiva de lo social corresponde ser capitaneada por el gobierno?
El bienestar del alma me remite a las viejas lecciones de filosofía política y concretamente al capítulo cuatro de La república, de Platón. Política del alma y alma del político en la república. La analogía dinámica entre el alma y la polis. El alma para Platón es el principio de todo cambio y está en la raíz de todo reordenamiento o reorganización.
Es cierto que la ética y la moral reflejadas en el Estado sirven para expresar la voluntad de un cuerpo social. Pero dicha construcción debe realizarse con los diversos singulares y de la sociedad. Incluyendo aquellos con los que no coincida. El Estado tiene el deber, en su papel de conciencia colectiva, de encarnar un mensaje moral básico, diría minimalista, para no nulificar la diversidad de principios subyacentes en la sociedad. Su deber debe estar centrado en las libertades públicas, los derechos humanos y en el marco jurídico. El Estado de la moral y la moral del Estado deben entretejerse con sabiduría. En una palabra, el Estado debe ser laico para garantizar la armonía social y apuntalar los principios y ejercicio de la democracia. En ese sentido, en su audacia, AMLO es ambivalente. Por ello, debe evitar el riesgo de protagonizar una ética como principio único ni protagonizar la construcción absoluta. Debe consentir un marco tangible dentro del cual puede aceptar todas las expresiones. El Estado debe ser sensible a las manifestaciones que ponen en peligro la voluntad del cuerpo social, así como cuidar la cultura de los derechos humanos de los ciudadanos.
Notas
Fuente: https://www.jornada.com.mx/2019/09/04/opinion/020a2pol
5 de septiembre de 2019. MÉXICO