El ayer de la filosofía

Se reeditan en un volumen tres libros capitales de Emilio Lledó, una obligada lectura en unos momentos críticos para la filosofía.

Tampoco para la filosofía corren buenos tiempos en España. No es un consuelo recordar con Hegel que la lechuza de Minerva sólo echa a volar en la oscuridad. Sobretodo cuando el actual ministro de Educación, experto en estadística, ha decidido, de una vez por todas, cortarle las alas a los filósofos y borrar de los planes de estudio la historia de sus desconcertantes vuelos. El asunto viene de lejos, pues quienes a ella se dedican hace tiempo que se resignaron a cultivar una dramática y a veces patética defensa de la filosofía, frente a los enemigos que le han ido saliendo a siniestra y hoy, con inusitada ferocidad, a diestra. Sin ser un erial, tampoco era muy halagüeño el panorama español en el que hace más de cuatro décadas un joven filósofo doctorado en Heidelberg, Emilio Lledó Iñigo, emprendía una dilatada obra marcada, desde el primer libro hasta el último, por una tenaz profesión de fe en la disciplina. Este aventajado alumno de Gadamer y probablemente el mejor lector español de Platón, siempre ha sabido que la democracia, con sus ministerios, es perfectamente posible sin la filosofía; pero también que ciertas formas de saber son imprescindibles para proteger a la democracia del «imperio de brutalidad» desde el que el poder cerca a la vida colectiva.


El ayer de la filosofía

La historia de la filosofía en las páginas de Lledó es la de una forma de saber comprometida con lo que él mismo llama «formas de hacer el mundo y armonizar las relaciones humanas». Sus ensayos insisten en mostrar que la filosofía, lejos de ser un discurso abstruso y autorreferente, es un conocimiento comprometido con los hombres de su tiempo, precisamente por su constante atención hacia el pasado.

Mucho antes de que la memoria se pusiera de moda en nuestros foros, Lledó nos enseñó, leyendo a Platón y a Aristóteles, que aquélla constituye la estructura misma de la escritura y la lectura filosóficas. Por eso, y porque no hay pensamiento crítico sin crítica del lenguaje, los filósofos han tenido y tienen que andar de la mano de la filología y las humanidades. Hombre, literalmente, de palabra, Lledó transitó de sus rigurosas y generosas interpretaciones de los clásicos griegos hacia una filosofía del lenguaje, de cuño humboldtiano, que abría un horizonte de reflexión mucho más próximo a los problemas humanos de su tiempo que la escolástica analítica entonces dominante.

Los trabajos recogidos en sus tempranos libros Lenguaje e Historia y Filosofía y Lenguaje, que aquí se reeditan, son el fruto de una exhaustiva reflexión sobre los modos en que el pensamiento humano se configura sobre el trasfondo de las palabras y el tiempo. El historiador de la filosofía, crítico de esa misma historia, atiende al espesor semántico, luego histórico, de las palabras; a sus sucesivas capas de significado y al modo, a menudo violento, en que se han ido acotando y moldeando. En su búsqueda de las fisuras que los filósofos dejan siempre abiertas en su terminología, Lledó se revela como el paradigma del intérprete, el mediador, empeñado en hacernos distinguir entre el argumento esencial y el discurso vacío. Por eso sigue siendo apremiante leer o releer sus minuciosas «notas semánticas» sobre la filosofía griega; su reveladora historia de la historiografía filosófica; su insólito análisis semántico del Discurso del método de Descartes; o sus exposiciones documentadas que daban a conocer al público español la mejor filosofía alemana del siglo XX: aquella que, frente a los epígonos de Heidegger, nunca perdió de vista el horizonte de las ciencias humanas y sociales.

El libro que abre el volumen merece especial atención. La filosofía, hoy apareció en 1973 dentro de una colección divulgativa de Salvat, inconcebible –todo hay que decirlo– en el actual mercado editorial español. Aunque no reproduzca la intensa y nada complaciente entrevista a Habermas con que se iniciaba la primera edición, la nueva (cuarenta años después) es encomiable.

Cuando la espesa pedagogía burocrática cuestiona a coro la utilidad de la filosofía, resulta vigorizante adentrarse en este original recorrido por el presente y la historia de la disciplina, que comienza precisamente con el expeditivo epígrafe ¿Para qué filósofos?. La capacidad de síntesis que exhibía en estas páginas Lledó resulta aún tan admirable como su sesgo polémico, antítesis del sincretismo de manual, y su atención al lecho de urgencias, ideologías, miedos y crisis varias sobre el que se despliegan las filosofías del presente y vuelven a leerse las del pasado. Ante el horizonte sombrío de nuestra educación, cabe preguntarse si el «hoy» de la filosofía que titula estos textos de ayer, podrá seguir manteniéndose y por cuánto tiempo. La respuesta está en la misma edición de este sólido libro hecho de libros y cuyo sereno prólogo nos recuerda la tenacidad de un saber que hace suyo el proverbio dictado por otro hombre igualmente sereno y combativo: «Hoy es siempre todavía».

Fuente: http://www.diarioinformacion.com/arte-letras/2013/10/31/ayer-filosofia/1431978.html

31 de octubre de 2013

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