«El ‘atrévete a saber’ del siglo XVIII sigue siendo necesario»

La filóloga dieciochista gijonesa Elena de Lorenzo reivindica la Ilustración y la vigencia de la obra de Jovellanos y Feijoo y desgrana el cometido y líneas de trabajo del Instituto Feijoo de Estudios del Siglo XVIII, del que acaba de ser nombrada directora

«¿Qué es la Ilustración?», se preguntó un día Immanuel Kant. La respuesta que el gran filósofo alemán se acabó dando a sí mismo en un opúsculo publicado en 1784 fue la siguiente: «la salida del hombre de la minoría de edad causada por él mismo». Kant utilizó también en aquel librillo una vieja máxima del poeta latino Horacio a fin de resumir lo que para él significaban las luces epónimas de su siglo. Escribió, Kant: «¡Sapere aude! Ten valentía para servirte de tu propio entendimiento. Ésta es la consigna de la Ilustración». En opinión de Elena de Lorenzo, flamante directora del Instituto Feijóo de Estudios del Siglo XVIII, aquella exhortación sigue estando plenamente vigente dos siglos y medio después. De Lorenzo es gijonesa, filóloga experta en literatura dieciochesca y una apasionada de la obra de Jovellanos y, en general, de aquel tsunami intelectual de creatividad y librepensamiento que, como decía Tzvetan Todorov y cita ella misma, «pasó, pero no puede pasar».

-El siglo XVIII español siempre ha concitado poco interés de los historiadores, tal vez porque en el muy nacionalista siglo XIX, cuando se sentaron las bases de la ciencia histórica, el XVIII era despreciado como un siglo afrancesado. Aunque después, a partir de la publicación de Los afrancesados de Miguel Artola, se le diera la vuelta a esa imagen negativa reivindicando la memoria de aquellos ilustrados que vieron en Francia una luz necesaria, la costumbre de no interesarse por el siglo XVIII pervivió. ¿Sigue siendo así?

-Es posible que todavía hoy funcionen algunos tópicos y prejuicios que se forjaron por cuestiones políticas y morales, sí, aunque creo que los esfuerzos de los dieciochistas durante las últimas décadas han aportado una visión mucho más cabal del siglo.

– En todo caso, ¿qué le diría a un estudiante de historia, historia del arte, literatura, etcétera, para que prenda en él el interés por ese siglo? Parafraseando La vida de Brian, ¿qué ha hecho el siglo XVIII por nosotros?

-De mano se me ocurre que estás haciéndome una entrevista para un periódico y que la prensa nace justamente en el siglo XVIII, con todo lo que implica como espacio de difusión y de intercambio de ideas y como herramienta de formación de la opinión pública. Pero ése es sólo un ejemplo. El siglo XVIII es el de las declaraciones de derechos del hombre, el de las bases de un proyecto de educación pública y gratuita, el de la idea de que la instrucción es la base de toda prosperidad social y de que todas las clases tienen derecho a ser instruidas. Todas las clases y todos los sexos: el siglo XVIII también es el que sienta las bases del argumentario de la igualdad de las mujeres. Y en general es el momento en que se asienta la secularización. La secularización de la cultura, pero también la de la vida y las costumbres; la emancipación intelectual de todo tipo de prejuicio o autoridad. De todas maneras, en cierto sentido, no sé si lo importante es lo que la Ilustración hizo por nosotros o lo que puede hacer por nosotros. Muchos proyectos quedaron truncados, pero dibujados. Quiero decir que quizá importe más lo que la Ilustración quiso ser que lo que logró ser. Al final, seguramente el legado más perdurable sea más bien una cuestión de actitud. Como decía [Tzvetan] Todorov, la Ilustración pasó, pero no puede pasar, porque más que de una doctrina histórica se trata de una actitud ante el mundo.

-Usted es filóloga, y en particular suele menospreciarse mucho la literatura del siglo XVIII, que pasa por haber sido un siglo más de ensayistas, filósofos y científicos que de poetas y narradores. Este menosprecio, ¿sí es justo?

-Es significativo que hayas dejado de lado el teatro, y lo entiendo, porque a todos se nos haquedado algo de aquello que nos ensañaban en la escuela acerca de Moratín, El sí de las niñas y las tres unidades. Y como supongo que aceptamos que el ensayo también es literatura, de mano podemos circunscribir la cuestión a dos de cuatro géneros. Vamos, que se supone que andamos peor en poesía y narrativa. Pero con respecto a esto, es muy clarificador el título de un trabajo de Joaquín Álvarez Barrientos: «¿Por qué se dijo que en el siglo XVIII no había novela?». Novelas hubo; otra cuestión es que lleguen hoy al lector contemporáneo. Entre el Quijote y la picaresca y Galdós tuvo que haber algo, ¿no? Hubo, por ejemplo, novelas morales, que por otro lado son muy representativas de la ética secular del siglo. En buena medida se trata también de una cuestión formal: hoy tenemos un concepto de novela que no cuadra con la narrativa que tenía éxito entonces y que era más fronteriza, entreverada con formas epistolares, autobiográficas, utópicas, de libro de viajes…

-¿Qué hay de la poesía?

En cuanto a la poesía, bueno, yo empecé en el XVIII con una tesis sobre la poesía filosófica de la Ilustración, así que no soy de fiar (risas). Pero digamos que se trata, tal como ellos lo plantean, de superar los modelos barrocos, que estimaban agotados; de avanzar más allá de la temática amorosa y la estética rococó y de explorar otros asuntos. Unos, plenamente filosóficos, como lo sublime cósmico; otros, más vinculados con los ideales ilustrados, con lo común y la contemporaneidad, ya sabes, ensalzar virtudes y vituperar vicios: una sátira sobre la nobleza, una oda a la imprenta… Que un tipo piense en escribir una oda a la vacuna, o sobre un carpintero diciendo: «¡Nobles magnates, generación del crimen laureado!» da que pensar. Da que pensar sobre lo que ellos entendían que era la poesía y su para qué. La concepción de la poesía había cambiado y desde luego es buen indicio de que los tiempos efectivamente habían cambiado también.

-Hay toda una idea de lo útil que impregna al siglo entero. La poesía, la literatura en general, tienen que servir para algo, no pueden ser un mero divertimento o escapismo.

-Exacto. Es el prodesse et delectare de Horacio. Quid verum, quid utile era el lema del Real Instituto. Pasa con todo. Si hay que conmemorar algo, no hay que hacer una arquitectura efímera: hay que hacer una fuente. En cuanto a literatura, en concreto, la idea que prevalece es la de que debe comunicar y no ceñirse a un ejercicio ingenioso, pedantesco u ostentoso. Esto los lleva a buscar un lenguaje claro y conciso y Jovellanos, por ejemplo, publica las sátiras en la prensa -medio camuflado bajo sólo iniciales, eso sí-. En fin, el caso es que creo que lo que cabe es subrayar lo que de innovador había. Un ejemplo muy ilustrativo es la apuesta por el verso blanco frente a la rima, que ellos tenían tan clara (aunque había resistencias, claro está, y ahí está la polémica entre rimistas y versisueltistas) que Jovellanos, ya en los noventa, dice que le aburre el asunto. Moratín decide escribir teatro en prosa por aquello de la verosimilitud; se pregunta: «¿Cómo va a reflejar el teatro en verso la realidad si tú sales a la calle y nadie habla en verso?». O se propone llevar a las tablas eso que ya él mismo llamaba clases medias y sus problemas. No sé. Creo que todo esto que acabo de comentar explica mejor las cosas que la dichosa regla de las tres unidades.

-Menciona a Jovellanos, el gran nombre, junto con el de Feijoo, al que está ligado el recuerdo de la Ilustración en Asturias y aun en España.

-En España, en España. Yo, a mis alumnos, siempre les digo que no dedicamos las horas que dedicamos a Feijoo y a Jovellanos porque estemos en Asturias, sino porque son las que se le dedican en cualquier temario sobre la Ilustración española en cualquier universidad. Son figuras de referencia para la Ilustración española.

-Tanto en el caso de Feijoo como en el de Jovellanos, se suele hablar de la extraordinaria vigencia que mantiene su obra tantos siglos después. ¿Es así?

-No todo sigue vigente, porque, afortunadamente, algo hemos avanzado. Eso, de hecho, sucede precisamente con Feijoo ya en el propio siglo XVIII: vemos que, aunque había sido el gran best seller de la primera mitad del siglo XVIII -estamos hablando de tiradas de 3000 ejemplares, que es como decir que todo el que leía lo leía-, en la segunda mitad del siglo declina. Los modernos de ese momento -vamos a llamarlos así: siempre hubo modernos- empiezan a acceder directamente a las fuentes extranjeras y la prensa viene a cumplir ese papel de canalizador de ideas. Si tienes la Enciclopedia, libros de viajes, prensa; si puedes leer a Rousseau, a Voltaire, a Adam Smith, a Ferguson, a Burke, a Pope, a Hume…, pues supongo que Feijoo se te queda… ¿pequeño?

-Provinciano, digamos.

-Bueno, Feijoo estaba al tanto de fuentes extranjeras, pero para ellos queda… digamos superado. En fin, lo que está vigente, para mí, es la actitud de la que hablábamos antes. El desengaño de errores comunes que alienta en Feijoo, en la línea del osa pensar por ti mismo de Voltaire o el ¡atrévete a saber! kantiano, sigue siendo necesario. A mí, de Feijoo, me interesan sus reflexiones sobre la España contemporánea, la gestión de la cosa pública, la actitud de los gobernantes, la defensa de los campesinos, la reforma procesal o la reivindicación del otro, de las capacidades del otro, sean los españoles americanos o las mujeres. Pero no se trata de los contenidos, sino de dónde se sitúa Feijoo; de cómo razona, de cómo lidia con sombras, como él decía. Un monje benedictino que decide ponerse a escribir, llegar a un público amplio y no especializado e intentar liberarle de los prejuicios, fueran costumbres, creencias o milagrerías, merece ser escuchado.

-¿Qué hay de Jovellanos? ¿Cuál es su vigencia hoy?

-La vigencia de un hombre que sostiene en el siglo XVIII que la obligación fundamental del Estado es promover la felicidad pública, que es el germen del concepto del Estado de bienestar, y que es capaz de definir esa felicidad con claridad: dice que es aquel estado de abundancia y comodidades que debe procurar todo buen gobierno a sus individuos. Alguien que sostiene que la instrucción es la base de toda prosperidad social y que sin la ética toda prosperidad es precaria, todavía tiene algo que decirnos. Por cierto: Jovellanos, después de su encontronazo con la Inquisición a cuenta del Informe en el expediente de ley agraria, le decía a Floranes que él pensaba que su época no era buena para publicar y que escribía para otras generaciones que sintonizarían mejor con sus principios. Se escribe mejor cuando se escribe para la posteridad, decía. Yo espero que esa posteridad haya llegado.

-Usted escribió hace unos años un artículo sobre la divinización de Jovellanos en algunos poemas laudatorios. ¿Cuáles eran esos poemas? ¿Quiénes los escribieron? ¿Cuándo? ¿Qué decían?

-Fue en el congreso sobre Jovellanos de 2011, El valor de la razón, que organizó el Instituto Feijoo con motivo del bicentenario de la muerte. Entonces andaba a vueltas con la idea de cómo se construye la imagen pública de Jovellanos en vida, antes de la imagen del sabio virtuoso y benemérito mártir de la patria en 1812. Son poemas de Meléndez, de Moratín, de Eugenio del Riego -el padre de Rafael-, de Quintana y de algún otro vate que no recuerdo (porque lo que sí recuerdo es que había varios a los que el título de poetas les venía grande). Los escriben cuando se nombra a Jovellanos embajador en Rusia y ministro de Gracia y Justicia. Fue algo que se celebró por todo lo alto: en Gijón, en Tineo, la Sociedad Económica de Asturias y hasta la Universidad, con quien había habido problemas a cuenta de la fundación del Instituto en Gijón. Y el colegio de Alcalá, y la Academia de Sevilla. Hubo fuegos artificiales, iluminación de edificios, música, teatro… y poesía, claro. Pero no es extraño que lo deificaran. Era un recurso muy habitual en la poesía de entonces para ensalzar a los nuevos héroes, los grandes hombres, científicos, por ejemplo, que se representan como nuevos prometeos que nos revelan el conocimiento o nos entregan sus dones. Jovellanos era Júpiter redivivo, el astro benéfico, el numen tutelar, el Padre de la luz, qué se yo; un dios que restituiría la justicia, promovería la agricultura, vencería a las Furias… El Real Instituto era el templo de Minerva… Pura retórica, y más sabiendo lo que duró y cómo terminó la cosa. Vierten la retórica mitológica sobre el presente para legitimarlo, y lo interesante es por qué lo hacen. Es como si concentraran en él, en la omnipotencia que le atribuyen, las esperanzas de cambio que atisban en su nombramiento, que ven como una especie de rehabilitación tras el destierro asturiano, y de una posible reactivación del proyecto reformista.

-¿No provocaban problemas con la Inquisición esas deificaciones?

-Sí, claro que los provocaban: de hecho, la delación anónima lo acusa de deificarse al utilizar el seudónimo Jovino, de Jove, o sea, Júpiter. Pero él decía, a sabiendas de que tal cosa corría, que el incienso no le gustaba sino en el retrete. Sic. La frase es suya.

-A cuento de esto de la deificación de Jovellanos se puede plantear una pregunta más general: ¿no se incurre a veces en la paradoja de divinizar o totemizar la Ilustración; de convertirla en un edificio ideológico cerrado e intocable y no en una base de principios elementales sobre la que construir?

-Totalmente de acuerdo. En 2011, con motivo del bicentenario de Jovellanos, publiqué justamente un texto en El Cuaderno titulado «Deificar o edificar». Obviamente, estoy más por lo segundo.

-Ha escrito también sobre la imagen de América en la literatura neoclásica. El de la imagen de América en aquel siglo es un tema verdaderamente fascinante y con muchas derivaciones: desde los proyectos que se hicieron de fundar en el Nuevo Mundo sociedades utópicas e igualitarias construidas desde cero y sin el lastre de la tradición europea hasta cómo ciertas cosas descubiertas en América sirvieron de base a las grandes teorías filosóficas y políticas que rompieron precisamente con esa tradición: la idea del buen salvaje de Rousseau, por ejemplo. O cómo los conquistadores de América descubrieron, al conocer a los indios americanos, que los discípulos de Jesús no habían predicado el mensaje cristiano por todos los rincones de la Tierra, como decía la Biblia, y cómo eso generó una nueva comprensión intelectual, más relativista, del fenómeno religioso que acabó cristalizando en el ateísmo y en la ilustradísima idea de la tolerancia religiosa. América fue muy importante para los ilustrados.

-Desde luego que lo fue. El último congreso de la Sociedad Española de Estudios del siglo XVIII fue precisamente sobre América. Lo que más se ve en la poesía es la literaturización de América bien como una doncella débil, enferma o necesitada de auxilio, bien como una matrona cautiva durante las invasiones inglesas; a fin de cuentas, como una mujer en apuros necesitada de España. Pero sí, también está el tópico del indio inerte y el del buen salvaje, los dos, y también el cuestionamiento de las tesis lascasianas y la leyenda negra. Este era asunto que preocupaba mucho en España, porque tenía mucha difusión en Europa y dañaba la imagen, la marca que dicen hoy. Así que intentaban controlarla. Siempre es cuestión de tensiones. Por ejemplo, la Academia de la Historia se lanza a traducir la Historia de América de [William] Robertson con el beneplácito de Carlos III -¡hasta le hicieron académico!-, pero hay un informe de un fraile franciscano denunciando los contenidos de la obra y el ministro de Indias consigue mandar parar invocando el honor de la nación, la reputación de nuestros conquistadores, en fin, el mal entendido patriotismo.

-La acaban de nombrar directora del Instituto Feijoo de Estudios del Siglo XVIII. Háblenos del Instituto. ¿De qué se ocupa, cómo funciona?

-Empezó siendo una cátedra fundadaen la Universidad por el Ayuntamiento de Oviedo allá por 1954, por impulso y empeño del profesor Caso González: la Cátedra Feijoo. Llegó a alcanzar el rango de Centro de Estudios en los años setenta y el de Instituto Universitario en 2005, por impulso y empeño, en este caso, de Inmaculada Urzainqui. Los Institutos son estructuras específicamente orientadas a la investigación, en este caso, en el ámbito de las humanidades y del estudio del siglo XVIII. En cuanto a cómo funciona, el Instituto Feijoo tiene 20 investigadores titulares, todos profesores universitarios, de distintas universidades, todos dieciochistas, pero de muy diversas disciplinas.

-La interdisciplinariedad es fundamental para entender un siglo de ilustrados multidisciplinares como el XVIII.

-Claro, porque ningún autor del siglo XVIII, ninguna obra de la Ilustración, puede entenderse y explicarse cabalmente desde un solo flanco. Y su equipamiento fundamental es una biblioteca especializada de más de 10.000 volúmenes de o sobre el siglo XVIII. Se trata de una biblioteca de referencia: este año, por ejemplo, han realizado estancias aquí dos investigadoras pre y postdoctorales de las universidades de Toulouse y Mannheim, con las que tenemos convenios. Pero sobre todo, el Instituto tiene a sus socios; 200 socios que abonan su cuota anual y que contribuyen con sus investigaciones a hacer avanzar el trabajo común. Colaboran en cada número de la revista con sus artículos, reseñan lo que estiman que merece la pena de lo que sus colegas publican, acuden con sus trabajos cada vez que el Instituto convoca un congreso… Las cuentas andan justas, pero ese intangible es el verdadero capital de este Instituto. Y el prestigio, claro: el mes pasado contactó con nosotros un particular de fuera de Asturias que posee algunos manuscritos de Jovellanos, porque me decía que así se lo indicaron en la Biblioteca Nacional. Ese es un capital forjado en décadas de trabajo.

-¿Cuáles son las líneas de trabajo del Instituto?

– El centro, al margen de los proyectos individuales de los investigadores y de sus colaboraciones con otros grupos, tiene ahora mismo cuatro proyectos en marcha, unos más visibles, otros menos, pero igualmente importantes. Por un lado, la edición crítica de las obras completas de Jovellanos y Feijoo. Como centro especializado en siglo XVIII y radicado en Asturias es una responsabilidad para con la sociedad que obras de referencia internacional estén editadas y anotadas con criterios científicos. Digamos que los peculiares criterios ecdóticos de los editores decimonónicos permitían cepillar y arreglar los textos -en el fondo, la imagen del autor-. Además, implica bastante trabajo de archivo, por la necesaria búsqueda de los originales y la voluntad de recuperación de textos inéditos. Por otro lado, están la Bibliografía dieciochista y los Cuadernos de Estudios del Siglo XVIII. La primera es una gran base de datos que arrancó como tal en 1981 -estamos hablando de más de 30.000 referencias- en que se recoge lo que se edita sobre siglo XVIII español -siempre que digo español incluyo la América española, que entonces forma parte de España-. Es una herramienta fundamental para la investigación: antes porque no había bases de ese tipo; ahora porque hay tanta información que es necesario que esté filtrada y ordenada.

-¿Publican también alguna revista?

-Sí, los Cuadernos de Estudios del Siglo XVIII que mencionaba, que no es precisamente una revista de antes de ayer: fue fundada en 1973. Está ya en imprenta el número anual de la revista, que incluye un monográfico sobre Cervantes en el siglo XVIII, que coordina Emilio Martínez Mata. El de 2017 será sobre historia de la Iglesia y coordinado por Ramón Maruri, de la Universidad de Cantabria. Nuestro objetivo inmediato es pasar al formato digital incorporándonos al sistema de gestión de revistas de la Universidad de Oviedo, REUNIDO, y adaptar algunos requisitos para mejorar su valoración en los rankings en beneficio de quienes en ella publican.También están en proceso de impresión las actas del congreso sobre Feijoo, Con la razón y la experiencia, que preparan Inmaculada Urzainqui y Rodrigo Olay y recogen los trabajos de unos cuarenta dieciochistas. Estas publicaciones salen adelante, por ejemplo, con la colaboración del Ayuntamiento de Oviedo y del Servicio de Publicaciones de la Universidad. Los congresos son una actividad periódica del Instituto que es trabajosa, pero muy gratificante como lugar de encuentro y debate y luego por publicar trabajos desde muchas perspectivas entorno a un mismo asunto. Y están en preparación paralela los tomos de Escritos artísticos y Escritos jurídicos de Jovellanos y el tomo II de las Cartas eruditas de Feijoo.

-¿Cuáles van a ser sus grandes retos como directora?

-Los retos son comunes, de los investigadores del centro y de los socios, porque si no, no salen adelante. El gran reto es conseguir financiación estable para garantizar el desarrollo de estos trabajos y para poder abordar otros que tenemos en el cajón; pero también, en otro plano, conseguir continuidad, formar dieciochistas que puedan incorporarse a los proyectos comunes y desarrollar los suyos. En todo caso, no todo es cuestión sólo de financiación: también pasa por establecer colaboraciones, o fortalecerlas, con otros grupos, sociedades e instituciones con que compartimos objetivos. A escala local, nacional e internacional. Hay que sum

Fuente: http://www.lavozdeasturias.es/noticia/cultura/2016/11/05/atrevete-saber-siglo-xviii-sigue-siendo-necesario/00031478370048639426836.htm

8 de noviembre de 2016. ESPAÑA

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