Educación ciudadana, o la ingenuidad de Sócrates

Es profesor de Filosofía del I.E.S. ‘Valdelacalzada’
«Los individuos necesitan de la educación como las plantas del agua» (J. J. Rousseau)

PODEMOS imaginar la escena -veinticuatro siglos antes de que oyéramos hablar de ‘Educación para la Ciudadanía’-; y si creemos a Platón las cosas habrían sucedido así: una de esas mañanas de primavera prematura, en una calle o plaza cualquiera de Atenas se encuentra el ocioso, feo y sabio Sócrates con el joven Menón.
En contra de lo habitual, es este quien interpela al maestro ‘callejero’ preguntándole:

«¿Podrías decirme, Sócrates, si la virtud es cosa que se enseña o se practica, o si no se practica ni se aprende, sino que la tienen los hombres por naturaleza, o de algún otro modo?».

La conversación se prolonga durante horas; pero ni tiempo, ni paciencia ni ganas tenemos -amigo lector- para seguirlo entero. No en vano este tal Sócrates tiene fama de pesado. Pero tampoco tenemos la suerte de ser testigos de esta inmensa lección de ética, de filosofía o de simple convivencia, utilizando el diálogo como método y las ganas de llegar a un acuerdo en la aparente discusión.

Esta conversación tiene traducción actual, pues lo que el joven plantea no es más que esto: ¿Puede enseñarse el Bien, y en qué consiste este? ¿Podemos aprender a ser ‘buenas personas’? ¿Somos ‘buenos’ por naturaleza? Y podemos seguir preguntando maliciosamente: ¿Tiene Sócrates derecho alguno a enseñar cuestiones morales a este joven? ¿Se irritarán y denunciarán los padres de Menón a este charlatán por imbuirle ideas que solo competen a ellos? ¿A quién está permitido enseñar valores morales? Porque verán: el bueno e ingenuo Sócrates estaba convencido de la bondad del ser humano, y quien ‘hacía el mal’ no era más que un ignorante que podía salir de su error enseñándole el Bien.

No parece que este errante maestro que fue Sócrates tuviera éxito en su ‘experimento’ pedagógico conociendo su trágico final: los gobernantes le ‘invitaron’ a morir saboreando una generosa copa de cicuta. ¿Su delito?; tal vez corromper a la juventud haciéndoles pensar (¿El eterno divorcio entre poder, política y educación!).

Volvamos al mundo real, porque desde entonces hasta nosotros raro ha sido el sistema educativo cuya finalidad no haya sido transmitir valores. (Exceptuando quizás el paréntesis medieval en que todo se hacía y enseñaba «a mayor gloria de Dios»). Pero la cuestión que más ampollas ha levantado ha sido la de si el Estado debe jugar algún papel en todo esto. Y este sin duda ha sido el arranque de tanta salida de tono, tanto alarmismo inventado y tanta no verdad en torno a la nada nueva asignatura ‘Educación para la ciudadanía’. Otro viaje en la historia -a riesgo de ser pedantes- nos recuerda lo poco novedoso de estos planteamientos: pensadores y juristas como Tomás de Aquino y Francisco de Vitoria -que a buen seguro defenderían nuestros actuales detractores- se preguntaron literalmente «si el efecto de la ley es hacer buenos a los hombres o más bien ricos y sanos», y concluyen que «el rey deberá hacerlos amantes de la virtud».

Lo cierto es que ha pasado un tiempo prudencial desde el comienzo del nuevo curso y ningún centro educativo extremeño ha salido ardiendo, ni las madres y padres han realizado autos de fe para depurar la maldad de esta nueva asignatura. Y aunque pueda parecer que todo está dicho, se podría puntualizar lo siguiente:

1º) Resulta cuanto menos curiosa la mal llamada ‘objeción’ a la enseñanza de esta materia por parte de un escaso sector. De la noche a la mañana se preocupan y saben más que nunca y que nadie sobre temarios oficiales, programas, derecho a la educación, artículos de la Constitución Lo extraño es por qué no antes las protestas y por qué no con otros contenidos, pues un breve vistazo hubiera bastado para ver la ‘carga ideológica’ de otras materias obligatorias que se imparten desde hace años (Historia, Filosofía, Ética, o simplemente actividades de acción tutorial). ¿Y es que ni en tiempos del malogrado Sócrates tuvo como finalidad la educación la mera transmisión de conceptos y conocimientos ajenos a ciertos valores! (a pesar de las machaconas y anacrónicas protestas de la señora Ana Pastor, quien se empeña en recordarnos que nuestra actividad se limita a ofrecer contenidos)

2º) Estamos ante una trifulca de carácter político ajena a la educación, apoyada en una potentísima maquinaria de propaganda y ayudada por algún medio de comunicación «de cuyo nombre no quiero acordarme».

3º) No es cierto que el Estado deba ser ajeno al tipo de educación que se imparte, pues la tan socorrida Constitución nos recuerda que «el pleno desarrollo de la personalidad en el respeto a los principios democráticos de convivencia» figura entre sus obligaciones. Y si los padres y las madres son los únicos responsables de la educación moral de sus hijos e hijas convendría que no se demoraran mucho, pues a tenor de lo que a veces se observa en las aulas – con todo respeto- no parece estar demasiado presente esta u otra educación en algunos hogares.

Y como el que esto escribe «no se casa con nadie», antes de que algún impaciente lector se empeñe en verme como defensor de lo oficial, demos la ‘vuelta a la tortilla’ objetando lo siguiente:

1º) Si el gobierno actual a través de su ministerio de Educación se hubiera creído su ya lejana LOGSE, ninguna nueva asignatura habría hecho falta para transmitir valores, pues parecía claro que estos no eran monopolio de ninguna materia concreta sino de todas. A esto es a lo que se denominó ‘transversalidad’, en un intento ya clásico de inventar un vocabulario nuevo para ‘cosas viejas’.

2ª) Nuestros gobernantes parecen pecar – a mi juicio- de la misma ingenuidad que el bueno de Sócrates si creen poder eliminar con una asignatura a futuros maltratadotes, potenciales machistas, posibles adictos, malos ciudadanos, o , en fin; evitar el Mal enseñando el Bien.

3º) Mal ‘negocio educativo’ parece el de sacrificar materias como Plástica, Música o Tecnología -necesarias como todas- por este nuevo empacho (pues hoy es ‘Educación para la Ciudadanía’ pero nos esperan los próximos cursos ‘Ética y Ciudadanía’ y ‘Filosofía y Ciudadanía’).

4ª) Y cuando todo parecía tranquilizarse, los ‘jóvenes’ de nuestro Gobierno convierten nuestra asignatura en espectáculo a través de un video circense y maniqueo, que dice muy poco a favor de esta (¿Se acuerdan?).

En fin, ya ven que como aprendiz de sofista, se puede defender y criticar todo de modo razonado.

Pero ahora recuerdo que hace horas dejamos discutiendo al joven Menón con el experimentado Sócrates sobre la esencia del Bien! Y a estas alturas deben estar llegando al final. Cuánto me hubiera gustado discrepar también con este viejo maestro, porque me consta que al final del diálogo Sócrates le espeta a su discípulo:

«parece claro que la virtud llega a quien llega por favor divino».

Qué opinión tan lejana a la nuestra, pues tal vez la enseñanza de la ética, del Bien o de la ciudadanía no sea más que un acuerdo racional, dialogado y progresivo entre ellos -madres, padres y alumnos; y nosotros- profesores; pues quizás la transmisión de valores no sea patrimonio de una asignatura concreta ni de ningún docente, pero sí de la educación en definitiva.

11.01.2008
Fuente: http://www.hoy.es/prensa/20080111/opinion/educacion-ciudadana-ingenuidad-socrates-20080111.html

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