Si el filósofo Diógenes de Sínope, “el gran agitador de conciencias”, hubiera vivido todo el proceso electoral que experimentamos en el país, con toda su singularidad y “desproporcionalidad” por parte de la clase política, funcionarios, comunicadores y ciudadanos, se hubiera sorprendido de la capacidad que tenemos para degradarnos tanto.
Diógenes, también llamado el “Cínico”, fue un pensador griego que eligió vivir en extrema austeridad con la pretensión de poner en evidencia la vanidad y artificiosidad de la conducta humana. Siempre buscando nuevas formas de reducir su dependencia por los bienes.
Cuentan que un día, el filósofo Aristipo, quien cortejaba la corte de Dionisio, se encontró a Diógenes preparándose un pequeño plato de lentejas.
Aristipo le dijo:
– Si halagases a Dionisio, no te verías forzado a comer lentejas.
A lo que respondió Diógenes:
– Si tú comieras lentejas, no te verías forzado a halagar a Dionisio.
El economista y filósofo Karl Marx reconoció que todo el pensar y accionar humano está atravesado por las disposiciones materiales.
Es entendible que, debido a las condiciones que nos representa la “vita activa”, como le denomina la pensadora Hannah Arendt a las tres actividades humanas fundamentales: el trabajo, la obra y la acción, se tomen decisiones enfocadas en lo que nos proporcione satisfacer nuestras necesidades. Incluso, hay teorías de pensamientos que han planteado que nunca podremos ser libres e independientes de las necesidades y exigencias humanas.
Bajo este argumento, se puede formular que podríamos ser capaces de hacer cualquier cosa con tal de obtener ciertas facilidades económicas, lo que, hasta cierto punto, puede ser comprensible.
Pero de ahí a convertirnos en aduladores, “lambones”, y congraciarnos con quienes han demostrado acciones que distan de nuestra ideología por conseguir posesiones, permanecer en un puesto o lograr un cargo, ya es “mucho con demasiado”.
Pero, además, que esto represente la finalidad única de su vida, y que ese apego al “mundo de las cosas” lo constituya como persona, es lo que logra confundirme.
¿Cómo es posible que para recibir ciertas prebendas nos dejemos arrastrar en la mediocridad de formar parte de algo que no está en consonancia con nuestras convicciones y principios, esfumando poco a poco toda forma posible de dignidad?
Aclaro, que no hablo de la dignidad desde el punto de vista ontológico, sino de la que se relaciona con la moral y su comportamiento en sociedad, en el obrar.
Se dice que una persona posee dignidad cuando se valora a sí misma por encima de las necesidades del momento o de las exigencias de los demás. Puede considerarse sinónimo de integridad u honor.
El concepto “dignidad” es una idea utilizada a lo largo de la historia, pero en el periodo de la Ilustración se configura como un atributo inmanente de lo humano.
El filósofo Inmanuel Kant distinguió entre lo que tiene precio y lo que tiene dignidad. “Tienen precio aquellas cosas que pueden ser sustituidas por algo equivalente, en tanto que aquello que trasciende todo precio y no admite nada equivalente, eso tiene dignidad”.
Desde Kant, se aborda la dignidad (el ser) que poseemos por ser seres racionales, pero también desde un “imperativo categórico” que declara una acción o inacción necesaria.
Sobre esa base se construye el carácter, lo que nos permite llevar una vida virtuosa, y ética. Quizás sin muchos recursos económicos, pero con la tranquilidad que nos brinda ser honestas y honestos con nosotros mismos.
Somos seres mortales, la “única cosa mortal con existencia” decía Arendt, y eso nos lleva a reconocer la capacidad que tenemos de realizar actos inmortales, la habilidad de dejar huellas imborrables en el “otro”, relacionarnos, sellar la historia con esa parte “divina” que poseemos.
Diógenes pensaba que “la virtud del ser humano reside únicamente en la propia virtud”, y sugería que debíamos liberarnos de cualquier lujo innecesario. Y como afirma el escritor Saramago “cuando alguien comienza a dar pequeñas concesiones, al final pierde su sentido”.
La dignidad no puede ser negociable, porque cuando la intentamos comercializar se crea un agujero de desolación, humillación, desgracia y pérdida que no puede ser llenado ni con todo el dinero y los cargos del mundo, en pocas palabras, no vale la pena ¡mejor comer lentejas!
Notas
Fuente: https://listindiario.com/la-vida/2020/07/19/626859/diogenes-y-la-filosofia-de-la-dignidad
20 de julio de 2020