No sobra recordar que estas reflexiones sólo pretenden acercar al lector a lo que significa el pensamiento filosófico en la construcción de las culturas, en nuestra manera de ver el mundo y en nuestra propia transformación personal, para ser mejor.
De otra manera, nos quedaríamos en simples discursos vacíos y sin ninguna aplicación práctica. Ojalá quienes tienen una opinión negativa de la filosofía vean que en ella encuentran pensamientos profundos, serios, rigurosos y hermosos.
Por eso hemos dicho, en varias ocasiones, que la filosofía no puede ser reducida a una enseñanza simplemente intelectual o libresca. Decimos más bien que la filosofía, a más de un saber o de un conocimiento, es una vida, es un pensamiento que se vive intensamente. El filósofo dice que aprender a filosofar es aprender a vivir y a realizar la propia existencia. Afirmación aplicable a la educación de los niños, a la formación escolar y universitaria, y a todo el que quiere buscar una dimensión trascendental de su existencia y de su diario vivir. De allí que haya urgencia en redescubrir los pensamientos, los argumentos y las conductas que han dado a la filosofía el poder de transformar la vida, natural y espiritual. Aunque es cierto que cada escuela o tendencia filosófica ha propuesto su manera particular de hacer filosofía y de presentarnos una posibilidad de asumirla como elección fundamental que orientará nuestro recorrido en este mundo. En consecuencia: “El progreso espiritual no consiste en explicar mejor a un filósofo, sino en transformar nuestra propia libertad; el arte de vivir la filosofía tiene por fuente la vida de cada uno” (Epicteto).
Acercarse a la filosofía requiere voluntad para superarse uno mismo, esfuerzo para ver en uno las contradicciones del ser humano, teniendo en cuenta (1) los preceptos de transformación personal que constantemente insinúa el filósofo y (2) sus tesis rigurosamente argumentadas. Ello hace parte de la vocación pedagógica del filósofo y de la dimensión de la educación filosófica. Por ejemplo, el Eutidemo es un escrito al comenzar Platón su vida filosófica, donde discute dos métodos, a los cuales se les atribuye un valor educativo y dos maneras de buscar el saber: uno honrado, que siente interés verdadero por el conocimiento (filósofos); otro aparente, que busca el culto del yo y el lucimiento personal (sofistas). En el diálogo, Sócrates va a mostrar la necesidad de cultivar el saber y la virtud.
Empieza enunciando los bienes necesarios para la felicidad como son: saber, riqueza, poder, salud, templanza, justicia, valentía, éxito, cuidado del cuerpo. Agrega que el saber es el único bien que permite hacer buen uso de los otros bienes. De ahí que sea útil distinguir el uso que se hace de los bienes y el hecho de poseerlos; no es suficiente tener un bien, sino hacer buen uso de él, de otra manera no sirve para nada bueno. La felicidad exige que se haga un uso correcto de los bienes terrenales, corporales, intelectuales y espirituales. En la base está el conocimiento. De ahí que Sócrates entiende la ciencia en cuanto produce un bien y sabe hacer uso de él. Si no es así de nada sirve conocer. Sería hacer un uso desviado o corrupto de las cosas y de los bienes humanos. En fin, queremos decir, amable lector, que para vivir la filosofía “se requiere tiempo para que lo aprendemos forme parte de nuestra naturaleza” (Aristóteles).
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Fuente: http://cronicadelquindio.com/index.php?module=Pagesetter&func=viewpub&tid=3&pid=44904
2008.08.30