Esta es la historia de un crimen al que le pesa una cortina de humo de varios siglos. Una historia que echa abajo un certificado de defunción que apuntaba a un mal físico, agravado por el clima nórdico, como causa de deceso.
El investigador alemán Theodor Ebert ha recogido evidencia documental para cambiar la versión oficial de la muerte del filósofo René Descartes, cuya causa fue registrada como neumonía el 11 de febrero de 1650 en Suecia. El material ya decodificado conduce a concluir que el escritor fue víctima de una de las seis pasiones primitivas a las que dedica páginas en su célebre tratado en la materia, el odio, “que es una emoción causada por los espíritus que incitan al alma a querer separarse de los objetos que se le presentan como perjudiciales”.
Un libro aún no traducido al francés ni al español ni al inglés, titulado Der rätselhafte Tod des René Descartes (“La misteriosa muerte de René Descartes”), documentado con expedientes de Estocolmo y París, exhibe cartas y diarios inéditos de testigos que asistieron al autor de El discurso del método en sus días postreros, quienes narran los brutales vértigos, cólicos, calores, escalofríos, vómitos y orines sanguinolentos que padeció el escritor en su semana agónica.
Síntomas todos de envenenamiento por arsénico y no de una neumonía, a decir del doctor Van Wullen, quien así hace saber sus dudas a la reina Cristina de Suecia, benefactora del filósofo en desgracia, quien pide silencio al médico. Dudas, por cierto, que también expresan Henri Schluter, asistente de Descartes, en una misiva rescatada, y Adrien Baillet, profesor de griego de la monarca, quien consigna en su diario “la misteriosa muerte” del pensador.
Después de ocho días de agonía, Descartes pide una mezcla de remedios para provocarse vómito, lo que no deja dudas al investigador: “¿Qué otra conclusión se puede sacar de ese episodio, si no que el filósofo, gran conocedor de la medicina de su tiempo, creía haber sido envenenado?” Pero la versión oficial fue fortalecida por el propio embajador de Francia en Estocolmo, Pierre Chanut, en una carta a la princesa Isabel de Bohemia fechada el 19 de febrero de 1650: neumonía.
El historiador universitario entierra con su hallazgo esa manida leyenda de la muerte del filósofo según la cual Descartes no soportó levantarse temprano cada día para ir a educar a la reina desde las cinco de la mañana en una gélida habitación, propia del agresivo clima sueco, lo que desencadenó el embate al sistema respiratorio que lo abatió. No. La evidencia documental sugiere asesinato. ¿Quién fue?
Theodor Ebert señala con base en sus pesquisas a un sacerdote, François Viogué, de ser por lo menos el instigador. Este cura se había asignado la misión de convertir a la reina al catolicismo, por lo que Descartes era un obstáculo. Así lo explica al autor: “Viogué está convencido de que la metafísica del filósofo es incompatible con la teología católica de la transustanciación, es decir, la presencia física del cuerpo de Cristo en la hostia, y de que está mucho más cercana a la herejía calvinista”.
Este convencimiento del investigador alemán parte, sobre todo, de su revisión de las cartas del religioso a Claude Clerselier de 1654 y del hecho incontrovertible de que se negó a dar la extramaunción a Descartes, a quien quería “enviar al infierno”. Si en efecto, como plantea la reseña de la revista Magazine Littéraire, esta nueva evidencia en nada cambia el discurso del método, la duda razonable ni el cogito ergo sum, sí ofrece un nuevo panorama del contexto en el que evolucionaba la filosofía del siglo XVII: miedo, odio, el rol de la Iglesia en territorio sueco y el combate al protestantismo al grado de eliminar a uno de sus potenciales promotores.
En el ensayo “Genealogía del fanatismo”, Émile Cioran plantea que en sí misma toda idea es neutra… o debería, pero el hombre la anima, proyecta en ella sus demencias. Impura, transformada en creencia, la idea se inserta en el tiempo y adopta la figura de “evento”. El tránsito de la lógica a la epilepsia se consuma. Así nacieron las ideologías, las doctrinas y las farsas sangrientas. Y Descartes, a partir de estos hallazgos documentales, fue otra víctima de ese veneno. Fanatismo y odio.
En el Tratado de las pasiones, Artículo CIII, Descartes ve venir la muerte: “En el odio el primer pensamiento del objeto que produce aversión conduce de tal forma los espíritus que hay en el cerebro hacia los músculos del estómago y los intestinos, que impiden que el jugo de los alimentos se mezcle con la sangre, cerrando todos los orificios por donde suele salir. Y los conduce también de tal modo hacia los pequeños nervios del bazo y de la parte inferior del hígado, donde está la vegija de la bilis, que las partes de la sangre que habitualmente son lanzadas hacia esos lugares, corren, con la sangre que hay en las vena cava, al corazón, lo que origina desigualdad en su calor (…) Los espíritus que van al cerebro tienen también partes desiguales y movimientos extraordinarios, de donde viene que fortifiquen en él las ideas del odio, que ya están ahí impresas, y dispongan al alma a tener pensamientos llenos de acritud y amargura”.
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Fuente: http://impreso.milenio.com/node/8734227
MEXICO. 13 de marzo de 2010
pues mas que genio maligno fue ingenio maligno del que enveneno a descartes, suponiendo que deterndria el florecimiento de su pensamiento.
de la cicuta al griego arsenico al frances.
El asesinato de Descartes en 1650 recién puesto en evidencia en Alemania, fue planificado durante muchos años. Descartes lo previó antes de viajar a Suecia, publicando su obra más importante, “Las pasiones del alma”. En el crimen están involucrados personajes civiles y eclesiásticos, franceses y suecos. Será difícil que en Europa pongan al descubierto a todos los culpables. Estudié en Europa hace medio siglo durante una década (1954-1963) y pude encontar evidencias que espero dar a conocer cuando tenga la oportunidad.
Antes de partir a Suecia -Descartes- ya tenía un mal presentimiento, de hecho lo avisó e hizo saber a uno de sus compañeros. Su muerte o asesinato, dejará de ser un misterio, en cuanto podamos reunirnos -los cartesianos- para desenmarañar ese lamentable destino, del filósofo.