“Como la de las hojas, así la generación de los hombres” (Homero).
“Los inicios de la filosofía griega se encuentran en la propia Grecia: en los primeros indicios de que la filosofía como tal, o sea como investigación, se empieza a manifestar en las cosmologías míticas de los poetas, en las doctrinas de los misterios, en las sentencias de los Siete Sabios y sobre todo en la reflexión éticopolítica de los poetas”.(N. Abbagnano: Historia de la filosofía, vol. I, p. 6)
La denominada por Varrón “teología mítica”, por depender de los relatos míticos de los poetas Homero y Hesíodo, se alió con la “teología política” en el culto oficial del estado-ciudad. Cada polis griega tenía sus propias divinidades y los sacerdotes, que dependían de las autoridades políticas, administraban los cultos de acuerdo con las regulaciones de la asamblea de ciudadanos. Este culto religioso es, pues, un asunto público y social, no un asunto personal y privado.
La religión homérica es una religión de la luz, que valora y ama la vida terrena, por eso lamenta su brevedad y caducidad: “como la de las hojas, así la generación de los hombres” (Ilíada II, 6, 146). No hay en ella rasgos místicos y de entusiasmo. La muerte se piensa y acepta como un fenómeno natural semejante al sueño. No existe tampoco un infierno aterrador semejante al cristiano. En el Hades sólo sufren castigo grandes criminales y las islas de los bienaventurados se reservan a algunos favoritos de los dioses.
Los dioses homéricos poseen juventud eterna y son inmortales, pero su conducta moral está llena de inmoralidades: engaños, litigios, amoríos adúlteros, crueldad, etc. Participan de forma antropomórfica de las virtudes y vicios humanos, como cantará el poeta y filósofo Jenófanes de Colofón. Tales divinidades son personificación de potencias naturales, no son trascendentes ni sobrenaturales.
El origen del mal no está sólo en los humanos, sino en las propias divinidades, tanto masculinas como femeninas. A diferencia del judaísmo, no existe aquí una hipóstasis del mal en la figura de Satanás, el Maligno bíblico.
En Homero se encuentra además, de forma incipiente, una protoética intelectualista, muy propia del mundo griego y que anticipa el posterior intelectualismo de Sócrates, Platón y Aristóteles.
El buen obrar depende del saber, de la prudencia. El sabio obra lo correcto y el necio obra el mal. La excelencia o areté se manifiesta en el valor guerrero de Aquiles y otros, impulsados por la ambición de gloria, a semejanza de los vencedores de los juegos, o en la prudencia de Odiseo.
Homero, llamado por Platón el “educador de la Hélade” (Rep. 10, 7) fue para los helenos lo que la Biblia para los hebreos. Pero los mitos homéricos no dependen de una revelación divina contenida en libros sagrados ni de un código de dogmas de fe, como en el futuro cristianismo.
Según W. Nestle (cfr. su Historia del espíritu griego), Hesíodo, en contraste con las fantasiosas invenciones de Homero, busca la verdad sobre el origen de los dioses con el modelo genealógico.
Se convierte, así, “en el primer teólogo de los griegos”, a partir de sus propias reflexiones, no de textos revelados. Su teogonía es también una cosmogonía, que explica la génesis del universo a partir del Caos originario y prepara el camino a la cosmología filosófica basada en la razón (lógos).
Éros, como fuerza de atracción sexual en los dioses y humanos, junto con Éris, la discordia, prefiguran los dos principios antagónicos de la cosmología de Empédocles.
Hesíodo, frente a Homero, canta al campesinado oprimido por la nobleza y exalta el valor del trabajo frente al ocio de los nobles. Hesíodo cree en el orden moral del mundo que viene de Zeus, dios supremo, que gobierna el mundo con justicia. Díke (justicia) y Aidôs (pudor y respeto) diferencian al ser humano del animal. El concepto de justicia evolucionó desde un sentido cosmológico a otro ético y político, central en Solón, y al significado ontológico en Platón (Idea de Justicia).
El mito de las edades del mundo en Hesíodo indica de forma pesimista la degeneración de la humanidad, desde la edad de oro, luego de plata, bronce y hierro. Los males entraron en el mundo por medio de Pandora, como castigo de Zeus a la osadía de Prometeo.
Como Homero, concede valor a la sophía, encarnada en Prometeo, en confrontación con la necedad de Epimeteo, lo que da un rasgo racional a su ética, libre de todo entusiasmo místico.
Solón con su poesía política de reforma social se opone a Homero (“muchas cosas mienten los poetas”). Zeus gobierna el mundo de forma sabia y justa, castiga la hýbris (= desmesura) de los mortales por medio de su hija Díke. La areté o excelencia es inseparable de la justica.
Solón es un buen ejemplo del sabio griego, que une el recto conocimiento con el recto obrar para conseguir la eunomía (= buena legislación) y el bien de la polis democrática. Por el contario, Teognis de Megara, defiende una ética aristocrática, en la que los buenos (agathoì) son los nobles y los malos los plebeyos. Su pesimismo vital se refleja en el verso: “no haber siquiera nacido sería lo mejor para los humanos mortales”.
Fuente: http://blogs.periodistadigital.com/humanismo.php/2018/01/12/del-mito-al-logos-1
13 de enero de 2018