El valor de lo humano, como algo sustantivo, propio y personal, no cotiza al alza. El dinero y el poder que ya se habían adueñado del trabajo, tratándolo como mercancía y no como algo personal y humano, lo hicieron también de la inteligencia y capacidad de las personas, para someterlas a los nuevos iconos o deidades del capitalismo y del poder político. Ya Piketty había dicho que lo peor del capital era el capitalismo.
En efecto, actualmente, no sólo se desprecia el “valor divino” de lo humano, del que hablaba el Padre Jesús Urteaga, sino que, incluso, se desecha el propio valor humano, salvo que sirva o se utilice como medio o instrumento para la sumisión al poder o al progresivo enriquecimiento del poderoso.
El valor de la vida se mide por el grado de sumisión o dependencia que la persona esté dispuesta a soportar, tanto del poder político como del económico.
Ya resulta lejana la afirmación de Terencio, de que “soy humano y nada de lo humano me es ajeno” o, como más propiamente decía Unamuno, “soy hombre, a ningún otro hombre estimo extraño”.
En las antípodas de esas expresiones de solidaridad humana y de respeto y consideración a la dignidad de las personas, se inscribe el vitalismo ateo y elitista de Nietzsche que, en su obra Así habló Zaratustra, desarrolla la tesis del superhombre, rechazando la “moral de esclavos” propia de la humildad y mansedumbre; la conducta gregaria o “moral del rebaño” y afirmando que el superhombre sólo es posible cuando se prescinde absolutamente de la creencia en Dios, cuando se realice hasta el final la “muerte de Dios”. Con esa crudeza “deicida” se manifiesta el autor del superhombre que, incluso, afirma que es el hombre el que ha hecho a Dios a su imagen y semejanza y que sólo tiene por norte la afirmación enérgica de la vida, como creador y dueño de la misma, para ser un espíritu libre.
En definitiva, Nietzsche no mata a Dios sino que lo sustituye por divinizar al superhombre.
Para este autor, “la vida humana conlleva un grave riesgo o vencer al hombre mediante la superación o volver a la animalidad primitiva”. Reconociendo que no ha surgido todavía ningún superhombre, cita a algunas personas que podrían servir como ejemplo o modelo, entre ellas, Sócrates, Jesucristo, Leonardo da Vinci, Miguel Angel, Shakespeare, Goethe, Julio César y Napoleón.
Finalmente, podríamos decir que Nietzsche ha elevado a “culto idolátrico” la figura del superhombre frente, a cualquier posible divinidad o ser transcendente, es decir, en vez de considerar al hombre criatura de Dios, ha convertido a Dios en criatura del hombre.
Fuente: http://www.elidealgallego.com/opinion/enrique-santin/degradacion-dehumano/20161222231640315038.html
5 de enero de 2017. ESPAÑA