A PARTIR del año 2000, la editorial Open Court, con sede en Chicago, inició una colección de libros que se ocupan de construir vínculos entre la cultura popular y la filosofía, siguiendo un camino iniciado por el esloveno Slavoj Žižek.
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A PARTIR del año 2000, la editorial Open Court, con sede en Chicago, inició una colección de libros que se ocupan de construir vínculos entre la cultura popular y la filosofía, siguiendo un camino iniciado por el esloveno Slavoj Žižek. Ya pasando la treintena de títulos, cada libro se ha ocupado de abordar desde el pensamiento filosófico a diversas producciones televisivas (Seinfeld, Los Simpson, Los Soprano, South Park), grupos y solistas de pop y rock (The Beatles, Bob Dylan, U2, Pink Floyd), películas (The Matrix, El señor de los anillos, la serie de James Bond) y cineastas (Woody Allen, Hitchcock), entre otros tópicos.
En Quentin Tarantino and Philosophy (2007) los diferentes autores eligen algún título de la filmografía tarantinesca y lo analizan desde perspectivas individuales, sin relación necesaria con las demás. Según sintetiza el editor Richard Greene en la introducción, las diversas líneas de interpretación podrían resumirse en tres “fascinaciones particulares”:
1) la ironía sobre los estándares éticos de la sociedad criminal (y del capitalismo contemporáneo en general);
2) la dificultad en ordenar la información recibida de la experiencia directa, y
3) el resbaladizo papel del lenguaje como determinante de la identidad y los valores. A partir de ahí, el libro se organiza en cuatro grandes bloques que reúnen ensayos de intención o temática similar.
En el primero, dedicado a “Estética, Pop, Estilo”, se destaca el estudio de Aaron C. Anderson, una interesante lectura de Death Proof desde la perspectiva de Jean Baudrillard. Utilizando el concepto de “hiperrealidad” que el pensador francés señalaba en la cultura norteamericana y sus producciones, Anderson encuentra en ese film que “las referencias y las imágenes asumen una forma de `simulación` que de algún modo vuelve lo `real` más `real` o auténtico” y señala que la mayor contribución de Tarantino al cine se encuentra, justamente, en “la ejecución del simulacro, según Baudrillard un efecto negativo de la posmodernidad”. En la misma sección, Bruce Russell hace una lectura centrada en la moral de las historias de Tarantino recurriendo a Stuart Mill y a Hume, mientras Travis Anderson traza un paralelismo entre Perros de la calle y las categorías de lo dionisíaco y lo apolíneo con que Friedrich Nietzsche estudió la cultura griega.
Los seis ensayos que conforman la segunda parte, dedicados al estudio de “La violencia, la agresión y la ética negativa”, resultan los más cohesionados entre sí, y también los más redundantes de todo el libro. Del conjunto, sin embargo, debe señalarse el incisivo aporte de Timothy Dean Roth acerca de “la ética de venganza” en Kill Bill, título que relaciona con el Infierno de Dante. “Ambos cuentan con heroínas llamadas Beatrix y Beatrice; tanto Dante como Tarantino adaptan sus respectivas estéticas a la naturaleza y ubicación del pecador; y ambos toman a la venganza como una extensión lógica del amor”, dice Roth, en lo que puede calibrarse no sólo como una demostración de audacia intelectual sino de imaginación ilimitada.
Ese atributo se hace extensivo a buena parte de los textos que conforman el libro, aunque al mismo tiempo podría reprochárseles su exclusiva dedicación al análisis de contenidos y a las implicancias argumentales. En ese sentido, hubiera bastado con la lectura de los guiones, o incluso de las sinopsis, para que estos académicos en plan divulgativo llegaran a análisis similares. Una saludable excepción la constituye el excelente ensayo de Randall E. Auxier, ubicado en la tercera parte. Con una escritura sofisticada que no excluye el humor ni las observaciones informales, Auxier logra hacer confluir una lectura aristotélica de Tiempos violentos con la experiencia de enfrentarse al film, un rasgo ausente en el resto de los artículos.
La cuarta y última sección, enfocada en “la psicología y la identidad”, se abre con el único enfoque que se ancla en la biografía de Tarantino para iluminar la obra. Para el caso, Mark T. Conard propone la ponderación de Kill Bill en tanto terapia de autoanálisis freudiano. Abandonado por su padre cuando era niño, criado por su madre y educado por el cine, Tarantino habría ajustado cuentas consigo mismo en las dos partes de esa saga. Siguiendo a Conard, si en el “Volumen 1” “revive su niñez como pastiche, como fusión posmoderna de los diferentes estilos que amó y que dieronsentido a su vida”, en el “Volumen 2” el personaje de Bill (David Carradine) “es el padre que Tarantino está matando simbólicamente en su propia pieza edípica”.
Entre los quince textos que componen el volumen hay variaciones en la capacidad expositiva, en la solidez de argumentos y en la seducción para llevar al lector por las densidades del pensamiento filosófico. Pero en su mayor parte obtienen una aproximación insólita, enriquecedora y original a una filmografía que, de lo contrario, quedaría cautiva de su propia referencialidad cinéfila.
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*El texto completo del articulo, lo puede descargar del siguiente vinculo:
Fuente: http://www.elpais.com.uy/Suple/Cultural/09/02/27/cultural_400751.asp
Montevideo, Uruguay. Viernes, 27 de febrero de 2009