De la ontología al feminicidio en la entidad.
Cuando se abordan temas de cierta dificultad, muchas veces “el abordador” sale raspado, y otras, sus temas son poco entendidos.
Baruch (Benito) Spinoza nació en Ámsterdam (países bajos) en 1632 y murió el 21 de febrero de 1677, hoy hace ya 337 años, en La Haya, ciudad que queda al noroeste de Holanda. Fue un filósofo que en el apogeo de la fuerza ideológica de la religión católica (Siglo XVII) y entre “las brisas” de los tribunales de la Santa Inquisición, que apenas 70 años antes habían condenado a la muerte horrenda de morir quemado vivo en la hoguera a Giordano Bruno, expuso sus ideas teológicas bajo la tesis de identificar y fundir a Dios con la naturaleza. Para Spinoza Dios es todo, es el mar, la tierra, los montes, ríos y bosques. Es considerado el más fuerte exponente del panteísmo, doctrina religiosa según la cual el universo, la naturaleza y Dios son la misma cosa. Enarboló la idea de que la “sustancia” –podría atreverme a decir “espíritu”, “idea infinita”- es “aquello que es en sí mismo y se concibe por sí mismo”. Según B. Spinoza Dios se manifiesta en dos atributos: el pensamiento y la extensión. Dos potestades que son infinitas; el ser humano es sólo una cualidad de esos atributos. Dios es la sustancia divina, infinita, y por lo tanto todo es Dios, es la naturaleza misma (panteísmo). Pudiésemos hacerla entrar –la tesis de Spinoza- por la orilla de la tesis magistral de Heidegger sobre la ontología y lo óntico.
En su tratado de Ética “la forma correcta de entender a los hombres, es que son una parte más de la naturaleza y que las acciones humanas no se deben analizar con criterios morales sino como partes necesarias de leyes que rigen el cosmos, esto es, que existen leyes universales de la naturaleza a las que los hombres están ligados” (y aquí debemos apuntalarnos en la filosofía de nuestros padres Mayas)
Sus apuntes contundentes sobre Dios, su morada y su mundo, lo describe meridianamente en sus textos: “Deja ya de estar rezando y dándote golpes de pecho; lo que quiero es que salgas al mundo a disfrutar de tu vida; quiero que goces y cantes y que disfrutes de todo lo que he hecho para ti. Deja ya de ir a esos templos lúgubres, oscuros y fríos que tú mismo construiste y que dices que son mi casa; mi casa está en las montañas, en los bosques, los ríos, los lagos, las playas. Ahí es donde vivo y ahí expreso mi amor por ti”. “El sexo es un regalo que te he dado. Deja ya de estar leyendo supuestas escrituras sagradas que nada tienen que ver conmigo… si no puedes leerme en un amanecer, en un paisaje, en la mirada de tus amigos, en los ojos de tu hijito… ¡No me encontrarás en ningún libro!! Yo no quiero que creas en mí; quiero que me sientas en ti cuando besas a tu amada, cuando arropas a tu hijita, cuando acaricias a tu perro, cuando te bañas en el mar”.
Estos conceptos que perfilan un Dios universal, distinto a la concepción tradicional del Dios materializado e idolatrado en templos y en la cruz, ¡y expresado en el siglo XVII!, se antojan temerarios hasta para nuestros días ya que generalmente se omite tratar temas que contradigan la concepción religiosa, pero…
¿Quién no ha vibrado en un bello atardecer y “ha vivido a su manera” amando la vida y la libertad? ¿Cómo no sentirse impactado por la distancia verde-azul de la montaña que parece llamarnos con sus ojos de viento? MI correo: [email protected]
PASEMOS EL RUBICÓN: ¿Quién puede negar que el Dios interior se manifiesta en los bosques, los ríos, los lagos, las playas, que son la casa universal de la vida? Quiérase o no al Dios universal lo leemos en el bello amanecer, en un paisaje, en la mirada de los amigos, en la manita temblorosa y en los ojos risueños de los hijos… Dios está allí, en toda la naturaleza, en la caricia de los perros y en su lenguaje que nos llaman.
Fuente: http://peninsulardigital.com/opinion/de-baruch-spinoza-y-giordano-bruno-parte/140306
21 de febrero de 2014. Baja California Sur. México.