Todo el edificio racionalista de inspiración metafísica (desde Platón hasta Kant y Hegel) se derrumba a partir de Darwin
«…me fue invadiendo el escepticismo poco a poco, hasta que me convertí en un incrédulo completo. El proceso fue tan lento que no sentí ningún dolor». Darwin, carta de 1879 a un estudiante alemán
Charles Robert Darwin (1809-1882) considera que la selección natural es ciega, es fruto del azar. Con ello el autor de «El origen de las especies» muestra que la evolución desde las primigenias formas elementales de vida a otras más complejas es un proceso que carece de lógica o racionalidad. Y esto es lo decisivo y novedoso de su pensamiento: la naturaleza y la vida son, en última instancia, irracionales. Todo el edificio racionalista de inspiración metafísica (desde Platón hasta Kant y Hegel) se derrumba a partir de Darwin. Se inaugura así una etapa en el pensamiento que pone en duda el denominado principio de razón suficiente (todo cuanto hay o sucede en el mundo ha de tener una explicación racional), formulado por el metafísico Leibniz. También la aceptación del darwinismo supone cuestionar uno de los pilares que fundamentan el pensamiento científico y filosófico de Kant: el principio de causalidad. La causalidad, categoría o concepto que emana del entendimiento con el fin de racionalizar la experiencia sensible, la expresa Kant del siguiente modo: «Todo cambio ha de tener una causa». Sin embargo, la selección natural implica que el cambio o transformación de una especie a otra distinta es algo que ha podido producirse de un modo azaroso, es decir, sin causa o explicación racional alguna.
El pensamiento de Darwin también evolucionó, no siempre fue igual. De joven fue creyente y se planteó muy en serio estudiar teología, no tanto por vocación como por no saber qué hacer tras haber sido un estudiante mediocre. Pero su experiencia como naturalista a bordo del «Beagle» durante el viaje que hizo con la armada británica durante cinco años de su vida, cambió por completo sus creencias más íntimas sobre la vida y la naturaleza. Tardó veinte años en madurar las observaciones realizadas en ese viaje hasta publicarlas en «El origen de las especies». Aunque no se consideraba ateo, «agnóstico sería la descripción más correcta de mi actitud espiritual» (carta de Darwin de 1879).
Agnóstico o escéptico, es decir, reconocer la imposibilidad racional para demostrar la existencia o inexistencia de Dios. La razón, como ya había sostenido anteriormente Kant, tiene sus límites epistemológicos que hace que haya de guardar silencio –un silencio «teórico» («científico») aunque no «práctico» («ético»)– ante ideas metafísicas como la de Dios. Pero para Darwin llegar a esta conclusión escéptica no fue una conmoción, diríase que la aceptó con serenidad estoica. Su firme actitud científica le puso a salvo de las tentaciones metafísicas (dogmatismo), pero, a pesar de ello, Darwin no dejó de pensar en problemas metafísicos (lo que Kant llama metafísica espontánea o inevitable):
«…puedo decir que la imposibilidad de concebir que este grandioso y maravilloso universo, con estos seres conscientes que somos nosotros, se origine por azar, me parece el principal argumento en favor de la existencia de Dios; pero nunca he sido capaz de concluir si este argumento es realmente válido. Me doy cuenta de que si admitimos una primera causa, la mente aún anhela saber de dónde vino aquella y cómo se originó. Tampoco puedo pasar por alto la dificultad que supone la inmensa cantidad de sufrimientos que hay en todo el mundo. También me veo inducido a ceder hasta cierto punto a la opinión de muchas personas de talento que han creído plenamente en Dios; pero aquí advierto una vez más el escaso valor que tiene este argumento. Me parece que la conclusión más segura es que todo el tema está más allá del alcance del intelecto humano; pero el hombre puede actuar con justicia» (Carta de Darwin de 1873 a un estudiante holandés).
La conclusión es kantiana: ser escéptico en cuestiones metafísicas y pensar que puede haber justicia en el mundo aunque Dios no sea más que un deseo humano, demasiado humano. Hoy, 200 años después del nacimiento de Darwin, hay quienes se empeñan en tergiversar sus teorías. Los defensores del llamado «diseño inteligente» caen en la trampa del dogmatismo: borrar los límites que separan la ciencia de la metafísica. Afortunadamente, el pensamiento de Darwin, como el de Kant, sigue siendo un antídoto contra la intolerancia.
Fuente: http://www.diarioinformacion.com/artes-letras/2009/07/31/artes-letras-darwin-azar-escepticismo/916172.html
Provincia de Alicante, SPAIN. 31 de julio de 2009
Los planteamientos teóricos de Darwin constituyen un avance científico importante. Sin embargo la pretensión de explicar directamente a Dios a partir de esta teoría es un intento intelectual vano. El universo medianamente conocido por Darwin es tan pequeño que no puede servir de plataforma para dar el salto hacia Dios. En realidad, es mejor empezar a pensar que a partir del siglo XXI debemos estructurar la idea de Dios que es conveniente para toda la humanidad, sin cuestionar su existencia o inexistencia en cada parada del camino de la ciencia o de la filosofía. Por mucho tiempo más, quizá un siglo, es mejor pensar que Dios está más allá, pero que nosotros podemos aproximarnos a Él estructurando la idea más adecuada. En esta misma página web, en el artículo sobre el ateismo publicado en un diario panameño presento un esquema de trabajo intelectual ad-hoc.