“Es peligroso confundir cultura con información”. La filósofa francesa Bárbara Cassin advierte sobre los peligros de confiar ingenuamente en el recorte de la realidad que realizan los buscadores de Internet, y señala que la educación y el ejercicio crítico de la filosofía son cada vez más importantes en la tarea de dar sentido a la existencia humana
Barbara Cassin (París, 1947) es una de las principales filósofas francesas contemporáneas. Directora de investigación en el Centre National de la Recherche Scientifique, sus trabajos se caracterizan por un marcado esfuerzo por encontrar en los textos filosóficos algunas claves que permitan pensar el mundo actual. En su reciente paso por la Argentina, la filósofa participó de varios debates sobre filosofía, política y estética, y presentó dos de sus últimos libros: Googléame . La segunda misión de los Estados Unidos y El efecto sofístico , que acaban de ser editados en nuestro país por el Fondo de Cultura Económica. En diálogo con adn CULTURA recorrió los aspectos centrales de su producción reciente, evocó experiencias personales de Mayo del 68 y se refirió, entre otros temas, a la actualidad de la filosofía y a la relación entre cultura e información.
-¿Cómo vive su relación con la filosofía?
-Adoro leer libros filosóficos. Y me parece algo muy extraño que plantearse preguntas fundamentales, como hacemos los filósofos, sea un oficio. Que a alguien le paguen por preguntarse si Dios existe es genial.
-¿Cuáles son los autores que le interesa leer?
-Leo mucho y de filósofos diversos. Pero hay escansiones indispensables: los griegos, Spinoza, Descartes, Kant, Hegel, Nietzsche, Marx, Arendt. Lógica del sentido y Diferencia y repetición , de Gilles Deleuze, son para mí muy buenos libros. También La diferencia , de Lyotard, es un gran libro, un texto que me ha aportado mucho. Se trata de libros cuya lectura nos cambia, nos marca. En lo personal, los libros de los filósofos recién mencionados me han marcado, transformado. Pero, por otra parte, son libros que olvido una y otra vez. Y entonces, necesito releerlos continuamente. Haciendo un recorrido por mi historia personal, tendría que decir que yo vengo de una generación filosófica que fue educada por Heidegger. Incluso participé en el seminario de Le Thor dictado por Heidegger en 1969. A partir de entonces me interesé por los griegos, por los filósofos presocráticos. Lo que yo quería era ver cómo se podía ser presocrático de una manera distinta de la planteada por Heidegger; cómo poder ser presocrático sin ir en busca de lo “originario”, en ese sentido casi nazi del término. También me interesé en los griegos por su lengua. La lengua griega me resultó extraordinaria, como a Heidegger.
-Deleuze dice que es necesario preguntarse “¿Qué es la filosofía?” y responde: “La disciplina encargada de crear conceptos”. ¿Se hizo usted esa pregunta? ¿Comparte la respuesta de Deleuze?
-Creo que no hay que tomar esa respuesta como de Deleuze, sino como la de uno de sus personajes conceptuales. A mí me interesan, particularmente, los bordes de la filosofía, pero no pensados como fronteras. Algunas veces me sucede que escribo simultáneamente de muchas maneras. En realidad, yo creo que conforman una única manera, pero los editores piensan que se trata de tipos de textos diferentes. Entonces tengo que ponerme a pensar cuáles son las fronteras entre filosofía, ciencias humanas, poesía, literatura. No estoy nunca de acuerdo con esas fronteras, ni con las definiciones excluyentes.
-¿Cómo vivió Mayo del 68?
-En ese momento era una estudiante, tenía veinte años. El primer efecto que me produjo fue percibir que las relaciones de autoridad no existían como tales. Que hay relaciones de saber, de inteligencia, de creación, pero no relaciones de autoridad. Hubo otros efectos muy marcados, algunos de los cuales siguen vigentes. Cuando uno escucha a Sarkozy decir que es necesario enterrar Mayo del 68, se da cuenta de que algo de aquello se ha mantenido, puesto que todavía hay quienes intentan borrarlo. Uno de esos efectos fue, para mí, el descubrimiento de que se puede hacer cosas con palabras. En aquel momento se hablaba mucho, y todo el mundo podía hablar; había otra forma de instituir la palabra.
-¿La comunicación virtual mejora las posibilidades de diálogo o acentúa más las distancias?
-Las dos cosas. Por eso es importante cuidar lo que ocurrió en Mayo del 68, pero también es necesario adaptarse. No se puede volver al pasado. Hay que tratar de mantener aquello en lo que uno creyó y tratar, al mismo tiempo, de transformarlo.
-En una sociedad como la nuestra, ¿cómo encontrar un sentido en una maraña de información que parece infinita? ¿Puede un buscador como Google cumplir con la función de organizador del sentido?
-Mucha información mata la información. Es real que estamos sumergidos en ella y que es necesario orientarse. Google nos permite elegir, pero en función de palabras clave. La selección está bien hecha en general, pero no es más que eso: una selección de información a través de palabras clave. Y no se puede confundir eso con la estructuración de un sentido. Eso no tiene nada que ver con la cultura. La información y la cultura no están sobre el mismo plano. Creo que lo perjudicial para la cultura es la confusión. Y es también peligroso confundir lo que uno encuentra a través de un motor de búsqueda con información confiable. Esto no es así, y por supuesto es peligroso, especialmente para los jóvenes, confundir cultura con información. Para mí, sin dudas, la cultura está mejor caracterizada por Hannah Arendt que por Google. Arendt dice que la cultura tiene que ver con la obra de arte y que el gusto es una facultad política. Yo estoy de acuerdo con esas dos premisas.
-En su libro Googléame, si bien reconoce las virtudes de Google como buscador, expone su temor en relación con cierto imperialismo que podría esconderse allí. ¿Esto es así?
-Sí, es un temor al imperialismo de una suerte de “misión universal” que se esconde en dos de sus lemas: “Nuestra misión es organizar toda la información del mundo” y “No seas malo”. En realidad se trata de una “misión” que en los hechos simplemente consiste en la búsqueda de un beneficio económico, pero que se presenta disfrazada de moral y de democracia. Google nos hace creer que su información se organiza con el mecanismo “un clic igual un voto”, pero, en realidad, si una página importante envía a un link,éste automáticamente sube de lugar en el ranking . Al mismo tiempo, se muestra como ajeno a lo comercial, porque no acepta dinero a cambio de mejorar la posición de una página, pero esto le permite hacer enormes negocios con las publicidades que aparecen al costado de la información. Es esa pantalla moral, universal y humanística lo que me preocupa. Es imposible no relacionarla con la cruzada de Bush en defensa de la democracia y de la lucha “del bien contra el mal”. También es preocupante la reducción de la calidad a la cantidad. Google nos hace creer que algo es bueno porque es mencionado muchas veces.
-¿Una manera de enfrentar ese peligro es la mejora de la educación?
-La educación me parece un tema muy interesante. Lo he estudiado especialmente a partir de la paideia griega, que es una educación a la vez de la lengua y de las obras, y de la manera en que alguien se convierte en un hombre. Y la información no es paideia , por eso no debe confundirse con la cultura. Ahora bien, es complicado comparar la sociedad griega con la nuestra. La sociedad griega no puede tomarse como un modelo de la nuestra porque la democracia griega era una democracia “hasta donde llega la voz”, como decía Aristóteles. Era, además, una democracia en la que las mujeres y los esclavos no votaban. Sin embargo, creo que trabajando sobre los griegos se aprenden cosas sobre la educación o, por ejemplo, sobre la política.
-¿Qué enseñan los griegos sobre política?
-Que la política es fundamentalmente una creación de discurso y el hombre es un animal político porque habla. Y una segunda cosa: que la política no depende de nada más. Eso lo aprendí por Aristóteles, no por Platón. Para Platón la política, como para Heidegger, depende del ser. Mientras que para Aristóteles, la política es arquitectónica; en cierta manera traza el espacio. Y ese espacio es un espacio de discurso, un espacio donde hay una manera de procesar lo múltiple.
-¿Quién es el sujeto de la política hoy?
-Ésa es una pregunta enorme. Hay una respuesta muy bien articulada, la de Toni Negri, que dice que el sujeto de la política es la multitud. Se trata de una multitud diferenciada. Es una respuesta que no me parece nada tonta. No estoy muy segura de estar completamente de acuerdo con el libro Imperio de Negri, pero, en cambio, encuentro que la noción de multitud que él plantea, incluso en relación con Internet, es muy interesante.
-Si, para usted, todo lenguaje y especialmente el lenguaje político, es creador y no un reflejo del ser, ¿qué sucede con la noción de “verdad”?
-No creo en la verdad universal ni en el filósofo rey. Y pienso que es peligroso creer en eso. Creo que es peligroso desde Platón hasta Heidegger. Y ahí pienso con Arendt, que veía en Sócrates un discurso que representa un modelo de unidad que no es, sin embargo, unicidad, sino una unidad que se constituye por singularidades diferenciadas, con lo que la pluralidad es la condición de lo político. O con los sofistas, que le extraen la mayúscula a la verdad y la modulan comparativamente. Ellos sostienen que hay algo más verdadero y algo menos verdadero, pero no una verdad universal. Como dice Sócrates, en defensa de Protágoras, en el libro Teeteto de Platón: “No se puede hacer pasar a alguien de una opinión falsa a una verdadera, pero sí se puede hacer pasar a alguien de un estado no tan bueno a uno mejor”. Ese alguien puede ser una persona, una ciudad o un Estado.
-¿Y desde qué criterio podemos distinguir construcciones mejores que otras? ¿Comparando los efectos que una ficción produce, como en el perspectivismo nietzscheano?
-Absolutamente. Eso es lo que se propone desde la sofística. Hay una frase sobre la verdad, en el libro Conversaciones , de Deleuze, que me gusta mucho: “Las nociones de importancia, de necesidad y de interés son mil veces más determinantes que la noción de verdad. No porque la reemplacen, para nada, sino porque miden la verdad de lo que digo”. Esto es lo que hay que tener en cuenta al pensar en un criterio para distinguir posturas. La idea de una verdad universal que domina el mundo, tanto si es vehiculizada por un filósofo como si es vehiculizada por un dios, es una idea insoportable para mí.
-¿En qué está trabajando en este momento?
-Estoy haciendo un libro sobre Homero como filósofo. Es una lectura de un Homero vestido con el ropaje de un filósofo y, a la vez, de lo que Homero les aporta a los filósofos. Por ejemplo, no sé si usted sabe que las palabras que emplea Parménides para describir el ser son exactamente las mismas palabras que Homero utiliza para describir el paso de Ulises a través del mar de las sirenas. Sobre ese tipo de cosas quiero reflexionar. Otra cuestión que me interesa es cómo se hacen cosas con las palabras; la performance , lo performativo. Veo, en la escena de la Odisea en que Ulises se encuentra con Nausícaa, el nacimiento de lo performativo. Cuando Ulises, que está desnudo y sucio, ve a Nausícaa con las otras jóvenes y piensa en pedirle auxilio, él dice: “¿Voy a tocarle las rodillas como un suplicante o voy a hablarle?” Y Ulises se decide por el discurso. Es el discurso el que gana. Entonces dice: “Yo te tomo por las rodillas, mujer o diosa, porque temo tomarte por las rodillas”. Esto es magnífico, porque él no la toca sino que le dice que la toca. Dicho de otra forma, la toca con las palabras. …stas son las cosas sobre las que estoy reflexionando.
-¿Cuál cree que es hoy el lugar de la filosofía?
-La filosofía es muy importante. Su lugar es el de una toma de distancia crítica en relación con la sociedad, entendiendo “crítico” como la búsqueda de criterios. En cambio, me parece peligroso creer que su función es la de conducir la sociedad, al estilo del filósofo rey de Platón
Fuente: http://www.mega24.com.ar/ver_suple.php?ids=470
Martes 24 de Junio de 2008