Hace algún tiempo, leí un libro que llevaba por título Claros del bosque. Su autora era la filósofa María Zambrano. Al adentrarme en su contenido, me preguntaba por qué Platón expulsaba a los poetas de su República. Allí mismo estaba la respuesta. Los poetas son creadores de imágenes, estimulan la fantasía y permiten al ser humano llegar a los lugares que no alcanza la razón, porque operan en el reino del subconsciente. Lo que Jung denominó “la conciencia eclipsada”. Este horizonte esencial indaga más allá del existir, porque genera un centro creador, constructor de un espacio vital y psíquico que fomenta el desapego a las circunstancias, en el sentido estoico de la palabra.
Todo ser humano puede elegir entre el camino de la circunstancia o el camino del ser o lo que es lo mismo, “despertar naciendo o despertar existiendo” – según Zambrano. Para nacer es necesario contemplar y acoger entornos de la vida tan significativos como la intuición, la belleza o la percepción. Para existir no es necesaria dicha apertura, basta con ir hacia la realidad y asumirla en una dimensión estrictamente discursiva y racional.
A raíz de estas reflexiones y sugerencias, que me iba transmitiendo su método de la razón poética, surgió en mí la necesidad de reinterpretarla, literariamente. Así nació mi primer libro, María entre los claros del bosque, que acaba de publicar la editorial Meubook. Un relato breve, inspirado en algunos episodios vitales de la autora, encarnados en una joven María, que decide adentrarse en un viaje iniciático desde la catábasis de la memoria y de los tiempos a la anábasis de sus orígenes, que se dilucidan mediante una serie de personajes simbólicos o guías que la ayudarán a seguir por el camino, que un hecho fortuito, la animó a emprender.
Quizás sea este un libro comparable, a nivel estilístico, a libros clásicos como los escritos por Saint Exupéry o Lewis Carroll, pues su literatura ofrece varios niveles de lectura, al mismo tiempo que sus historias dicen más de lo que podría parecer, pues en sus protagonistas, hay un ansia de descubrimiento, de reflexión, mediante elementos antitéticos cuya sustancia no es otra que el verbo, la relación de lo humano y lo divino, donde se describen los paisajes del alma, las luces y las sombras, de un paraíso al que queremos volver.
Fuente: http://www.elcorreogallego.es/opinion/ecg/claros-bosque/idEdicion-2011-03-12/idNoticia-648269/
SPAIN. 12 de marzo de 2011