Cioran nunca le perdonó a Dios que no existiera. Por Darío Prieto

Fernando Savater, traductor y máximo experto sobre el pensador rumano-francés en España, desmonta los estereotipos sobre él.

Emil Cioran, en 1957. GETTY

Quizá porque todos hemos fantaseado alguna vez con suicidarnos y dejarle un bonito cadáver a este mundo cruel, la lectura de Cioran se ha convertido en una actividad mucho más extendida de lo que cabría suponer para un autor tan pesimista. Fernando Savater lo ilustra con una anécdota. A comienzos de los 80, en la cima de popularidad del concurso más exitoso de la televisión española, se preguntó a los participantes del ‘Un, dos, tres…’ que enumerasen filósofos conocidos “como, por ejemplo, Aristóteles. Un, dos, tres… responda otra vez”. Tras el estagirita, el primer nombre que le vino a la cabeza a uno de los asistentes fue el de Cioran.

Le divierte mucho esta historia a Savater, que no sólo tradujo al español los libros del pensador rumano-francés. También le consideraba su amigo y, durante 20 años, era la primera persona que iba a ver cuando viajaba a París. “Era un hombre con mucha personalidad. Y ésta era muy cautivadora, una mezcla de ingenuidad y sabiduría muy curiosa”, recuerda el escritor vasco. “Y, por supuesto, era muy, muy divertido. Se reía de mí porque decía que yo hacía esfuerzos por ser pesimista pero que, biológicamente, no podía serlo por mi edad”.

Que el humor es una constante entre las personas inteligentes queda probado en casos incontables. Pero en el de Cioran hacen falta más explicaciones para que este rasgo no se considere una de sus aparentes contradicciones. Josep Maria Ventosa, editor de no-ficción de Tusquets lo explica:”Al margen del pesimismo, todas las personas que le trataron destacan su facilidad para hacer reír a la gente con su sarcasmo brutal. Nada que ver con la imagen de cenizo con que se le podría asociar”.

“Al fin y al cabo”, destaca Ventosa, “Cioran no deja de ser un gran vitalista. Lo que le fascinaba era la existencia, con todas sus consecuencias: dolor, búsqueda, pérdida…”

Aquí Savater recuerda la evolución de Cioran en uno de sus rasgos más conocidos. “En Francia se convirtió en un pesimista irónico, pero en Rumanía era más místico. Una especie de religioso contrariado”, le describe. “Nunca le perdonó a Dios que no existiera”, bromea.

Ventosa sigue por ahí. “Sí, me gusta esta descripción de místico, pero ateo”, reflexiona el editor respecto a la relación del filósofo con Dios. “Siempre he tenido la impresión de que Cioran querría tener unas palabritas con él”.

De ahí la importancia, subraya, de esta nueva edición de los ‘Cuadernos’ que presenta su editorial con motivo del 25º aniversario de su muerte. “Es como la sala de máquinas de su pensamiento, donde se puede encontrar, por ejemplo, que la música de Bach es la única excusa para soportar la vida. O sus retrato de la vida intelectual de París, sus encuentros con Ionesco y Beckett, a veces con una visión muy corrosiva de ese mundo”, explica. Todo ello, añade, para reforzar la “voluptuosidad salvaje” de su manera de pensar.

Nadie sale ‘vivo’ de Cioran. A Savater le marcó a fuego su idea de “hundir las justificaciones estereotipadas” respecto a la vida. “Lo que me parece deprimente es que la vida necesite una serie de apoyos y valores. Y que, sin ellos, no merece la pena vivir”. Pero gracias a su amigo, lo vio claro:”La vida merece la pena cuando la aprecias sin necesidad de ponerle requisitos. Y él acababa con todos ellos, los que usamos para justificar la existencia. Por eso es tan tonificante leerlo”.

Por eso, y por la “voluntad de estilo” de sus textos, incide Ventosa. “Era un estilista sensacional, incluso cuando tuvo que cambiar de lengua, del rumano al francés, con toda la dificultad que ello conlleva”. Ello no hizo mella en la sustancia de su pensamiento, destaca el editor: “Fue un pensador muy sólido, dueño sus palabras. Un antisistema y también antisistemático, por la forma de exponerlas”

Al final, como aquellos antiguos griegos o primeros yoguis, Cioran llegó a poner en práctica lo que muchos han perseguido. “La filosofía como arte de vivir”, resume Ventosa. “No vista como algo para profesores y especialistas, sino como un salvoconducto para tolerar la existencia. Unas coordenadas de cómo vivir”.

Observar la realidad, aprender a vivir con la incertidumbre, no dar consentimiento a nada porque sí… Escarbar en los libros de Cioran no tiene nada que ver con el descenso o el hundimiento: al contrario, es un camino de iluminación. Como podría ser el de los escépticos de Zenón pero también como aquel adolescente que al pensar qué pasaría si dejase de vivir acaba enamorado de la vida.

 

Notas

Fuentehttps://www.elmundo.es/cultura/laesferadepapel/2020/01/19/5e24499921efa0f8078b464d.html

21 de enero de 2020.  ESPAÑA

 

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