Miranda Fejzo es la última persona que uno pensaría encontrar de pie en medio de un montón de basura.
Miranda Fejzo es la última persona que uno pensaría encontrar de pie enmedio de un montón de basura.
Elegante, vestida con saco y falda negros y zapatos blancos de tacón alto, explica las complejidades del reciclado mientra se mueve cuidadosamente entre pilas de botella de plástico y cerros de cartón y latas.
“Aquí viene la basura”, dice, y señala con largos dedos de uñas plateadas a una camioneta destartalada que está a punto de descargar su pestilente carga.
“Nosotros buscamos, separamos y trituramos en una gran máquina. Es bonito, ¿no?”, dice Miranda, que tiene un brillo en los ojos y una exuberante cabellera rubia.
Asiento con la cabeza. Es claro que mi anfitriona está enamorada de todo esto.
Esperar lo inesperado
Estamos en Korca, una pequeña ciudad en el sur de Albania.
Albania -que tiene poco más de tres millones de habitantes- es un país raro en el que lo esperado casi nunca sucede y lo inesperado pasa con frecuencia.
Por ejemplo, como Albania es un país dominado por los hombres, las mujeres no desempeñan papeles importantes en la vida pública.
Mapa de Albania.
Pero aquí está Miranda, que tiene a su cargo el primer y único servicio de recolección de basura a domicilio en el país.
Y todavía resulta mucho más sorprendente que Miranda sea parte de la comunidad romaní (que en muchas partes del mundo se conocía como gitana), donde los hombres mandan.
“Ha sido muy difícil para mí”, dice Miranda. “Pero estoy muy decidida”.
En ella hay algo inflexible. Creo que cualquier hombre que se atreva a hacerla enojar podría terminar en la trituradora junto con el resto de la basura.
La historia de Miranda es una constante batalla contra obstáculos que muchos considerarían insuperables.
Me cuenta que cuando era niña luchó para seguir estudiando mientras su familia iba de un lugar a otro en busca de trabajo.
Y se presentó como candidata cuando un proyecto sueco de ayuda buscaba a alguien que se hiciera cargo de un servicio de recolección de basura a domicilio.
“Los hombres romaníes decían que una mujer no debía hacer esas cosas, pero les dije que los romaníes han reciclado y vendido chatarra durante generaciones y había que aprovechar la oportunidad”, dijo Miranda.
Y ganó.
Una vida nómada
Hay entre siete y nueve millones de romaníes en Europa.
Originarios del norte de India, desde hace varios siglos han vivido una existencia nómada y han sufrido discriminación durante todo ese tiempo.
En la Segunda Guerra Mundial, miles de romaníes perdieron la vida en los campos de exterminio nazis.
Miranda me presentó al jefe de los romaníes en el sur de Albania.
Un sonrisa luminosa le cruza la cara bronceada y generosa.
Tiene la boca llena de dientes de oro y su apretón de manos es como caer en la trituradora.
Me da su tarjeta. Tiene una rueda dentada, el símbolo de las comunidades viajeras de Europa.
Nos vamos a inspeccionar otro basurero, un terreno del tamaño de varias canchas de fútbol lleno de plástico y materiales que huelen y se ven mal.
Un químico que se volvió filósofo
Uno encuentra personas fascinantes en los basureros, y parece que especialmente en Albania.
Agron Delui es químico cuyo trabajo consiste en evaluar la toxicidad de los basureros del país.
Caminamos por el lugar y examinamos lo que hay.
Pero pronto se da uno cuenta de que Agron tiene otra vida.
Me habla sobre su pasión. Durante varios años se ha despertado a las 04:30 de la mañana para trabajar en su traducción de las obras filosóficas de Bertrand Russell.
“Fui a la universidad durante los años más horribles de Albania, cuando el dictador Enver Hoxa estaba en el poder”, me dice.
“Quería estudiar filosofía pero mi tutor me dijo que si lo hacía lo más probable era que en algún momento molestara a las autoridades comunistas y terminara pasando 10 años en la cárcel”, explica. “Por eso estudié química”.
Pero Agron nunca dejó de pensar en la filosofía.
Mientras buscábamos entre los cerros de basura y anotábamos niveles horribles de lo que había, Agron me contó que durante los años del comunismo era difícil conseguir textos de filosofía, con excepción de los que escribía Enver Hoxa.
Agron estudió en secreto, pero no escapó al castigo.
A mediados de la década de los 70, su madre, que era una militante distinguida del Partido Comunista, cometió un delito no especificado.
Por asociación, Agron era también culpable. Tenía una “mala biografía”.
Pese a que era uno de los mejores especialistas técnicos del país, pasó 10 años trabajando en una fábrica de ladrillos.
Me cuenta la historia en la cima de un montón de basura. Habla sin inflexiones, sin rastro de amargura.
Es una de las cosas extraordinarias de Albania y de muchas otras sociedades que han padecido años de tiranía.
Parece como si las personas estuvieran contentas de estar vivas y no tuvieran tiempo de mirar hacia atrás ni pensar en revanchas.
Cuando el régimen comunista de Albania se vino finalmente abajo a principos de la década de los 90, los hijos de Agron -que ahora estudian en el extranjero- le enviaron las obras de Bertrand Russell.
Y Agron comenzó su ardua tarea de traducción.
Por primera vez, la obra del filósofo británico se ha publicado en albanés.
“Durante el día analizo la basura y durante la noche pienso en Russell”, dice Agron. Y se ríe.
http://news.bbc.co.uk/hi/spanish/misc/newsid_6966000/6966729.stm
Impresionante y alentadora historia! Gracias por hacernos llegar estos ejemplos de vocación que fortalecen nuestra afición por la filosofía, sobre todo en estos tiempos en los que como humanidad hemos olvidado el valor que tiene…