Ensayo. El nuevo libro de Rüdiger Safranski (Rottweil, Alemania, 1945), celebrado biógrafo y estudioso de la cultura europea, trata de algo tan genuinamente alemán como es el romanticismo, la historia de este revolucionario movimiento artístico e intelectual que nació a finales del siglo XVIII y se extinguió hacia la mitad del siglo XIX.
El autor, con su reconocida maestría para la alta divulgación, recrea los avatares y andanzas de los primeros “románticos” en Jena y Berlín: los jóvenes inquietos y geniales que fueron Novalis, Tieck, Wackenroeder; los hermanos Schlegel, Hölderlin, Kleist, Brentano o Dorothea Veit y Carolina Schlegel. Éstos, con sus descubrimientos extravagantes o extraordinarios y sus vidas trágicas o cómicas, sus actitudes soñadoras y antiburguesas, sus amoríos y locuras, pero también con su pureza de almas consagradas a la vida y al arte, contribuyeron a expandir la libertad y a conmover a la humanidad.
A la sombra de los clásicos como Herder, Schiller o Goethe, que habían iniciado su propia revolución prerromántica con el Sturm un Drang, inspirándose en Rousseau, crearon sus obras teóricas, literarias o pictóricas y supieron ver el mundo con ojos abiertos a lo maravilloso. Lo romántico impelía más vida y más misterio al mundo cotidiano; admirar lo infinito y pleno en la mera finitud era su lema, o ver lo asombroso en cada instante y detenerlo por su hermosura.
Con el romanticismo, los alemanes aprendieron a soñar y a evadirse de la triste realidad; y, a la par que ellos, Europa entera; aunque Safranski no se refiere a otros países como Inglaterra o Francia. Con el mismo empuje romántico Hegel, Fichte y Schelling crearon filosofías en las que se exaltaba el yo de manera teórica, maremagnos de ideas y de conceptos con los que, sin embargo, se debilitaba la razón política y el individuo se sometía a un Estado cada vez más pragmático: la cara negra de tan grata evasión teórica. Hasta tal punto llevaron los alemanes sus ansias románticas que, en 1844, el sagaz Heine, uno de los “últimos románticos” a su pesar, escribía: “A franceses y rusos pertenece la tierra / a los británicos, el mar / pero es indiscutible que los alemanes / poseemos el dominio absoluto del etéreo reino de los sueños”. Por esas fechas el movimiento daba sus coletazos, triunfaba el realismo como reacción; mas el germen de lo romántico quedó inoculado para la posteridad.
En una segunda parte del libro, Safranski destaca la pervivencia de lo romántico en la historia alemana posterior y hasta nuestros días; ¿cómo y dónde pervivió ese espíritu? Nietzsche o Wagner acusaron una gran influencia; pero ¿de qué cuño era ya este romanticismo? Estuvo presente en los albores de la I Guerra Mundial (Thomas Mann llegó a decir que en ella luchaban “lo romántico alemán contra la civilización europea”); y pasó a los movimientos juveniles y artísticos del periodo de Weimar. Algunos autores (como Lukács) asociaron romanticismo y nazismo; pero Safranski argumenta que el nazismo se cimentó sobre presupuestos seudocientíficos, como el racismo y el biologicismo, que poco tenían de románticos. El último gran efecto romántico fue Mayo del 68. ¿Dónde pervive después?
El libro es admirable en todos los sentidos: ameno e informativo, rico en anécdotas, bien escrito y trasladado al castellano con excelencia; no decepcionará a los incondicionales del autor y ganará adeptos entre quienes desconozcan el resto de sus obras.
Romanticismo. Una odisea del espíritu alemán
Rüdiger Safranski
Traducción de Raúl Gabás
Tusquets. Barcelona, 2009
380 páginas. 24 euros
Fuente: http://www.elpais.com/articulo/ensayo/dominio/reino/suenos/elpepuculbab/20090808elpbabens_2/Tes
SPAIN. 8 de agosto de 2009