El filósofo griego Aristóteles afirmaba que el hombre era un ser social, no un homo economicus. Y en eso estaba yo, cuando hace unos días me preguntaba quienes son los mercados para mandar a los gobiernos soberanos lo que tienen que hacer, hasta que caí en la cuenta de que las instituciones capitalistas organizan la producción por medio de mercados.
Efectivamente, son numerosos mercados interconectados los que forman la esencia del sistema capitalista, el Gran Mercado. Es decir, vivimos en un sistema económico controlado, regulado y dirigido sólo -o casi- por mercados. El mercado de la deuda, por ejemplo, que nos trae a mal traer, no es el único. Hay el mercado de las hipotecas y el de los derivados, el del capital y el de las arropías. El que menos llama la atención es el que tienes al lado de casa para hacer la compra. Históricamente no siempre fue así. Pero hay algo más que hace que los mercados funcionen hasta que se atascan y viene el Estado a limpiarlos con el erario público: y es que la gente crea la aseveración ideológica del capitalismo de que el método más importante para incrementar la felicidad y el bienestar individual es aumentando el dinero que se tiene o gane. Los ciudadanos tienen que creer que, no importa lo feliz que seas, siempre lo serás más con más ingresos. Una economía de mercado sólo puede existir en una sociedad de mercado y con un homo economicus a tiempo completo. En otras palabras, el sistema cultural del capitalismo corporativo debe inducir -e induce- la idea de que cualquier necesidad subjetiva puede satisfacerse con el consumo de mercancías-y-servicios. Si tu vida está vacía, gana más dinero y experimentarás “la buena vida”. Si tu vida sexual decae, cambia a un coche más potente, toma un crucero por el Pacífico o cómprate unas estampadas sábanas de seda. Compra. Consume. Acapara. Si sientes que no eres nadie, al menos puedes vivir rodeado de tus pertenencias.
Los capitalistas deben querer mantenerse como tales maximizando el beneficio y realizando sus funciones como organizadores de la producción. No siempre es fácil. Por ejemplo, el capitalismo se derrumbaría si siguiera el mandamiento de Cristo: “Si quieres ser perfecto, ve, vende lo que posees y dáselo a los pobres”. De mismo modo, los trabajadores deben responder al sistema de los incentivos y ganancias individuales porque, si no aceptan la proposición capitalista (o de los sindicatos) de que el camino hacia el bienestar pasa por el regateo salarial, el sistema no funcionaría.
De lo que hablamos no es de que el hombre está inevitablemente motivado a ser homo economicus, ni que eso sea bueno ni racional, sino de la tensión que resulta de la necesidad de las instituciones capitalistas de que los hombres se comporten como si lo fueran cuando en realidad no lo son. Porque, aunque puede ser verdad que “se puede comprar cualquier cosa” –ya que mucho de la vida social del capitalismo ha sido subordinada al mercado–, vivir como una persona verdaderamente libre e integrada en la comunidad, que es la alternativa al homo economicus, requiere precisamente lo que no se puede comprar: una comunidad solidaria, un medio ambiente incontaminado y un trabajo no alineado. Pero mientras que las relaciones sociales se imbriquen en el sistema económico y no al revés; mientras el trabajo y la tierra (la Naturaleza) tengan que venderse como una mercancía más, cuando no lo son; mientras la comunidad sea reemplazada por una sociedad determinada por los mercados, Aristóteles estará equivocado: el hombre será obligado a ser lo que no es.
Fuente: http://www.diariocordoba.com/noticias/noticia.asp?pkid=570240
SPAIN. 2 de julio de 2010