“Una buena sentencia es demasiado dura para los dientes del tiempo, y miles de años no bastarían para devorarla, aunque todas las épocas se nutriesen de ella” (Nietzsche).
Friedrich Nietzsche, en un retrato de Evard Munch.
Ninguna duda: el aforismo profundo no es masticable. Digo profundo para no emparentarlo con los aforismos de almanaque. Entre ambos se abre un abismo similar al establecido entre poesía y versitos sentimentales. Estos últimos quizás cumplan una función catártica en el ánimo del escribidor, en un plano ausente del arte, que podríamos llamar anodino. Adecuo un ejemplo a lo primero: “El poeta que descubre la condición del universo, en su realidad, no debe exigir el amor de sus contemporáneos” (Hebbel). He aquí una primera sentencia breve.
Una verdad expresada en pocas palabras, resulta mucho más efectiva y aclaratoria que un extenso discurrir. Cuando Nietzsche exclama: “¡Di tu palabra y rómpete!” está dicho todo, y es muy difícil que un escritor, aunque sea a escondidas, no lo tenga presente. Se tiene la impresión de que los epigramáticos, en muchos casos, ironizan con seriedad e incluso satirizan. Es conocido de Oscar Wilde aquello de que “el único medio de librarse de una tentación es ceder a ella”, o bien: “La moda es una forma de fealdad tan intolerable, que cada seis meses tenemos que modificarla”, lo que a mi juicio no quita el sueño a las víctimas gustosas de la apariencia. Pero trasladémonos a tiempos remotos.
Marco Aurelio Antoninos, nacido en Roma en el año 121, emperador en 161 y fallecido en 180, nos legó lo siguiente: “El mejor modo de vengar una injuria es no parecerte al que te la infirió”. Y esto otro: “Un instante más y habrá olvidado todo; otro y todos te habrán olvidado”. Sus meditaciones, escritas en griego, no fueron publicadas hasta el año 1558. Francois de La Rochefoucauld, nacido en París hacia 1613 y muerto en esa ciudad en 1680, sostuvo: “Sólo los grandes hombres pueden tener grandes defectos”. Y también: “El ridículo más peligroso de las personas de edad que han sido amables es olvidarse de que ya no lo son”.
Del mencionado Friedrich Hebbel (1813-1863): “El mundo se conquista no sólo como capitán, sometiéndolo, sino también como filósofo, penetrándolo, y como artista, acogiéndolo en sí y volviéndolo a crear”. Además: “Realmente no sé quién merece más ser guillotinado, si el que permanece frío ante una obra de Shakespeare o el asesino pasional”. Otro: “El mundo: la gran herida de Dios”.
Entre tantos aforismos de Nietzsche (1844-1900), rescato: “Hay espíritus que enturbian las aguas para hacerlas parecer profundas”, “Todas las verdades que se callan se tornan venenosas” y “Mientras más te elevas, más pequeño parecerás a los ojos de la envidia. Nadie tan odiado como el que vuela”. Por último: “Todo lo grande pasa lejos de la plaza pública y de la gloria: lejos de la plaza pública y de la gloria vivieron siempre los inventores de valores nuevos”.
La verdad es que el objetivo de esta nota es dar a conocer, a efectos de estimular su lectura, una selección de autores realizada por Ricardo Baeza que lleva por título Grandes aforistas, editado en 1944 y reimpresa en 1997, bajo el sello de El Arcón de Emecé. De manera que lo que llevo escrito debe considerarse sólo una suerte de glosa, es decir un mero comentario de segmentos del texto original. Creo que Baeza dejó de lado a muchos escritores que merecían estar incluidos en su “devocionario”. Pero su libro contiene una reflexión del Dr. Samuel Johnson, que no puedo dejar de transcribir: “Se me ocurre que quizás el hombre llegará un día a no escribir sino aforísticamente (aparte del género narrativo), cansado al fin de preparar, relacionar, explicar, y demás artes por medio de las cuales se fabrica un libro voluminoso. Si hay que esperar hasta entretejer lo anecdótico en un sistema, no cabe duda que la tarea puede ser larga y darnos menos frutos del que habríamos podido obtener de otra manera”.
Lo cierto es que un aforismo golpea, penetra, obliga a introducirnos en terrenos no cuestionados o examinados a medias y, una vez examinado, permite que uno pueda extenderse en la materia que comprime y utilizarlo como epígrafe.
A la lista de Baeza, me permito añadir otros autores. De Susan Sontag, en su libro Cuestión de énfasis: “Algunos creen que la lectura es sólo una manera de evadirse (…) Los libros son mucho más. Son una manera de ser del todo humanos”. De Albert Camus: “El pensamiento de un hombre es, ante todo, su nostalgia”. De Jean-Paul Sartre: “La vida es una pasión inútil”. (Aclaro que forman parte de un texto). De Franz Kafka: “El hueco que la obra genial ha producido a nuestro alrededor es un buen lugar para encender nuestra pequeña luz. De allí la inspiración que irradian los genios, la inspiración universal que no sólo nos impulsa a la imitación”. (De sus Diarios, 1912). De E.M. Ciorán, en El inconveniente de haber nacido: “El Occidente: una podredumbre que huele bien, un cadáver perfumado”. Del mismo: “Se nos ha enseñado tanto aferrarnos a las cosas, que cuando queremos liberarnos de ellas no sabemos cómo hacerlo. Y si la muerte no viniera a ayudarnos, nuestra terquedad por subsistir nos haría encontrar una fórmula de existencia más allá del desgaste, más allá de la misma senilidad”.
Como no deseo estirar el asunto, termino con otro escritor no incluido en la mencionada antología, George Bernard Shaw. Transcribo este aforismo caro a Borges: “Sufrir no es un mérito”. Ejemplo primordial. Valga.
Fuente: http://www.ellitoral.com/index.php/diarios/2015/05/25/opinion/OPIN-03.html
27 de mayo de 2015.
que buenos datos ! gracias .