A propósito del libro
El Marxismo de Gramsci, de Juan Dal Maso
DM en el capítulo V adopta una tripartición no-cronológica de Hegemonía, que nos recuerda la idea de Perry Anderson, afirmando que en Gramsci pueden establecerse tres momentos: 1) el tempo estratégico; 2) el tempo de la Hegemonía en sí; y 3) el tempo “histórico-universal” (sic). El primer momento DM lo encuentra concentrado en un seminal texto del Q13, donde Gramsci presentaría la cuestión de la Hegemonía “vista desde el ángulo de las relaciones de fuerza, es decir: la Hegemonía pensada en función de la resolución mediante las armas de las relaciones de fuerza que van de la estructura social objetiva al enfrentamiento político-militar” (p. 116). Aunque DM remite al propio Gramsci, la tripartición gramsciana no versa sobre el “momento estratégico” de la Hegemonía sino sobre los “grados” en las relaciones de fuerza entre las clases sociales antagónicas, lo que es algo diferente. Gramsci pretende establecer una línea lógica de lo abstracto a lo concreto, fijar materialmente la “gradación” de las relaciones antagónicas. No es otra cosa que re-establecer el principio leninista de “análisis concreto en una situación concreta” (la “Esencia del Marxismo” según la feliz fórmula de Ulianov) que ya ha extraviado el movimiento comunista europeo. Sabemos que, como señala DM, el concepto “rapporti di forza” (relaciones de fuerza) es fundamental para llegar a comprender, de manera materialista, la lucha hegemónica tal como la entiende Gramsci, y ocupando un rol central en lo que podríamos denominar su Ontología social. También que esta insistencia gramsciana se produce invocando una y otra vez a Lenin, pero ya no el Lenin fosilizado y codificado por el Dia Mat, sino el Lenin reactivo del Frente Único, además de elogiar al Trotsky del informe del IVº Congreso de la IC. Podemos incluso afirmar que la mayoría o todos los conceptos decisivos de Gramsci en los Quaderni evolucionan orgánicamente de la idea materialista de “rapporti di forza” (relaciones de fuerza). Este fundamental fragmento, que DM cita in extenso, se relaciona con lo que Gramsci denomina el “problema crucial” del Materialismo Histórico: las relaciones entre Estructura y Superestructura. Y la obsesión gramsciana por este problema crucial del Marxismo nace tempranamente ya en el año 1930, en el Q4 (XIII) , punto genealógico del fragmento, en él Gramsci plantea una suerte de presentación nietzscheana de la Pequeña y Gran Política, y su significado para la scienza della politica marxiana. DM sostiene que en este fragmento Gramsci plantea “una progresión que va de lo social a lo político-militar, con la mediación del momento propiamente político y hegemónico” (p. 117), la Hegemonía (proletaria) sería un momento ubicado entre la lucha social y la guerra civil. En realidad el análisis gramsciano va en primer lugar de lo abstracto-objetivo (estructura económica, las condiciones objetivas de toda situación revolucionaria, “independiente de la voluntad de los hombres” dice Gramsci), lo que explica su creciente interés por el fenómeno del Americanismo (Taylorismo+Fordismo), o su acercamiento teórico al debate entre la izquierda no-leninista europea sobre el derrumbe del Capitalismo y su atención sobre la Ley sobre la caída tendencial de la ganancia de Marx. Recordemos que Marx afirma que los cambios materiales en el capitalismo pueden ser examinados con la exactitud propia de las ciencias exactas o naturales. Un ejemplo de ello, que nos puede explicar qué entendía Gramsci por este “primer grado” en las relaciones de fuerzas, es el fragmento titulado “Apuntes de Filosofía II y Miscelánea” (1930-1931), precisamente el cuaderno utilizado por Gramsci para traducir al italiano muchos textos del Marx inédito, escribe: “debe ser muy interesante el libro de Henryk Grossmann, Das Akkumulations und Zusammenbruchsgesetz des kapitalistische Systems (Zugleich eine Krisentheorie) …”, a continuación Gramsci extrae de una reseña del libro (que califica de “poco brillante”) indicaciones sobre sus temas “a reserva de una revisión futura del texto de Grossmann.” El libro de Grossmann aparece en 1929, poco después del Crack del 1929, e intentaba, en el medio del estancamiento del Marxismo oficial, sentar sobre nuevas bases “la idea fundamental del sistema de Marx”, “la Teoría de la crisis y del derrumbe”, fruto, como en el caso de Gramsci, de una profunda y renovada reflexión crítica sobre los supuestos de la vulgata marxista (tanto de la IIº Internacional como del DiaMat stalinista) y la crítica que provenía de la economía teórica burguesa. El libro de Grossmann, que no era un texto militante en sentido estricto, permitirá a marxistas heréticos, comunistas consejistas, intelectuales sin partido y sindicalistas críticos enfrentarse a las nuevas tendencias que contrarrestaban la Ley de la caída tendencial de la ganancia (Americanismo, Taylorismo, Fordismo, Neocorporativismo) y formas organizativas de la economía capitalista, de los regímenes fascistas, nacionalsocialistas, neocorporativistas al “New Deal” de Roosevelt, a través de una profundización de la categoría de Crisis y de la forma del Capitalismo de Estado. A continuación Gramsci introduce el segundo grado que identifica con la relación de las fuerzas políticas (“evaluación del grado de homogeneidad, de autoconciencia y de organización alcanzado por los diversos grupos sociales”, que incluye la misma nomenclatura de clases de los partidos) a lo concreto-subjetivo (esfera –dice Gramsci– de las “superestructuras complejas”). El segundo grado es a su vez subdividido por Gramsci en momentos que se relación con la autoconciencia política colectiva, una suerte de pequeña fenomenología de la conciencia de clase, que va del nivel más abstracto y elemental, el “Económico-corporativo”, pasando por el de “Solidaridad de Intereses”, hasta el más maduro y complejo: “la fase más estrictamente política, que señala el tránsito neto de la estructura a la esfera de las superestructuras complejas, es la fase en la que las ideologías germinadas anteriormente se convierten en ‘partido’, entran en confrontación y se declaran en lucha hasta que una sola de ellas o al menos una sola combinación de ellas, tiende a prevalecer, a imponerse, a difundirse por toda el área social, determinando, además de la unidad de fines económicos y políticos, también la unidad intelectual y moral, situando todas las cuestiones en torno a las cuales hierve la lucha no en el plano corporativo sino en un plano ‘universal’, y creando así la hegemonía de un grupo social fundamental sobre una serie de grupos subordinados”. Obviamente la Hegemonía exige llegar a este nivel de conciencia, es su “umbral”, desde la centralidad económica de las relaciones de producción hacia lo político, no es otra cosa que la solidificación de una “coscienza etico-politica di classe”. En el tercer y último grado en el análisis de la situación concreta, el de “relación de las fuerzas militares”, Gramsci vuelve a distinguir en su interior dos niveles analíticos: el militar en sentido estricto (“técnico-militar”) y el “político-militar”, formas que se dan en la Historia de manera mezclada y combinada. Sintomático que Gramsci no parece presentar la posibilidad de aplicar este tercer momento a las relaciones entre clases (lo que lo diferencia de Trotsky).
Todos los “grados” de las relaciones de fuerzas se basan en dos principios metodológicos ex ante que Gramsci toma de Marx, les denomina “Principios”, son extractos de sus lecturas heterodoxas del prefacio de la Crítica… de 1859: 1º Principio materialista: ninguna sociedad se plantea tareas para cuya solución no existan ya las condiciones necesarias y suficientes; y 2º Principio materialista: ninguna sociedad se derrumba si primero no ha desarrollado todas las formas de vida que se hallan implícitas en sus relaciones. La idea gramsciana no puede ser más clara: para que llegue el momento hegemónico (que solo se alcanza en el plano universal) se debe tener como premisa, en el análisis de las relaciones de fuerzas, tanto el momento “subjetivo” (lo que “debe-ser” en términos kantianos) tanto como el “objetivo” (el “ser”, la realización de “formas de vida” necesarias que hacen que las tareas políticas puedan ser materialistas, reales-efectivas). Gramsci repite una y otra vez: para logra el momento hegemónico debemos estudiar si en la sociedad existen las condiciones “necesarias y suficientes” para su transformación, lo que permite en última instancia permite controlar el grado de Realpolitik, de viabilidad, de actualidad y de “traducibilidad” de las diversas ideologías que han surgido sobre el terreno de las contradicciones que se han generado en su propio desarrollo histórico. Se puede ver aquí, como DM lo llega a sugerir, el rol decisivo de la noción de “relación de fuerzas” en la concepción que tiene Gramsci sobre el Estado. El acontecimiento predominante de la dinámica y el devenir de la relación de fuerzas se presenta de esta manera predominantemente en el plano político-ideológico (es en la Ideología donde las personas toman consciencia de la contradicción) si bien sobre el nexo materialista ineludible de la determinación económica. En la conclusión de este seminal parágrafo, Gramsci nos recuerda al Marx joven de 1845, el de Ad Feuerbach, la XI tesis que implica la inseparable (y de ninguna manera eliminable) articulación entre Teoría y Praxis, al señalar que “el punto más importante que debe hacerse acerca de cualquier análisis concreto de las relaciones de Poder es la siguiente: que estos análisis no pueden ni deben ser un fin en sí mismos (a menos que se escriba un capítulo de la Historia del pasado) sino que adquieren un significado solo si sirven para justificar una actividad práctica, una iniciativa de la Voluntad.”
DM también analiza la idea de Gramsci en torno a la Hegemonía en el período de transición, aunque en realidad Gramsci no discute el pasaje abstracto ni las cuestiones formales de la transición socialista, sino el fracaso histórico del Comunismo de Guerra, la regresión que significó la NEP y la posibilidad (o no)de una Hegemonía de carácter proletario en la URSS que nazca desde la centralidad de la producción. La atención intensa y prolongada de Gramsci sobre la temática del “Americanismo” (lamentablemente DM no toca éste tema crucial para entender la Hegemonía moderna de los Quaderni) solo puede ser comprendida desde su intento de volver al Marx auténtico y recuperado. La genial fórmula gramsciana puede ser esquematizada de la siguiente manera: Taylorismus+Fordismus=Americanismo. Gramsci destaca, sobre la vulgarización economicista y tosca del Dia-Mat, de nuevo la primacía lógica de la producción en el Capitalismo. La Kritik marxiana de la economía política (burguesa), hay que recordarlo, es un doble mandoble: consistía, por una parte, en la consecuente aplicación de la Teoría del Valor-Trabajo al desarrollo capitalista sobre la base de las categorías económicas fetichistas dadas; y, por otra parte, en el desenmascaramiento de esas categorías poniendo de manifiesto su carácter de meras “relaciones de clase y explotación” (en absoluto neutrales) peculiares de un modo de producción determinado, el burgués. La injusticia se concentra en el núcleo de las relaciones de producción y allí se define, desde allí se despliega. Pero Gramsci no solo habla de América (EE.UU.) o de Europa, no solo intenta aplicar las herramientas de la Kritik de Marx a la táctica y estrategia del Partido Comunista italiano, a los problemas del desarrollo capitalista italiano, sino simultáneamente observa negativamente los desarrollos de construcción del Socialismo en Rusia. Paradójicamente, los mecanismos de contratendencia del Capital (que ignoran per definitionem el elemento humano), como el Taylorismo, llegaban importados acríticamente al mismo país de los Soviets, en esas fechas ya bajo el régimen político stalinista maduro. ¿Realmente Gramsci apoyaba la (neo) NEP de Bujarin-Stalin como sostiene DM (p. 123 y ss.)? ¿No es el Americanismo además una crítica irreconciliable con el pronóstico de la “estabilización relativa del Capitalismo” de Bujarin-Stalin? Veamos: el inefable Bujarín, incuestionable gran timonel del Marxismo vulgarizado en la época, acompañado política y administrativamente en las sombras por Stalin, decía sin tapujos ya en 1923 que “debemos adicionar el Americanismo al Marxismo”; Stalin en 1924 ya celebraba la tecnología y el Management del Americanismo (con su disciplina laboral y su división del trabajo) como un punto cardinal en el nuevo Dia-Mat que se estaba codificando. Stalin, ingenioso con los slogans y las fórmulas al estilo catecismo jesuítico, lo definía como: “el impulso revolucionario ruso más la eficiencia americana”, nada menos que este híbrido ideológico sería “la esencia del Leninismo en el trabajo del Partido y del Estado”; ya en 1932, hablando del élan vital de todo bolchevique, Stalin exigía su adecuada mezcla con el espíritu práctico americano, llegando a sostener que “tradición en la industria y en la praxis productiva (de EE.UU.) tienen algo más de democratismo, lo que no se puede decir de los viejos países capitalistas de Europa, donde el espíritu señorial de la aristocracia feudal sigue viva.” Y eso que Stalin no conocía los EEUU y no leía en inglés. El Taylorismo incluso había sido traducido a la jerga burocrática, se le denominaba pomposamente como Nauchnaiia organizatsiia truda, o sea: “Organización Científica del Trabajo”, popularmente conocida como NOT. Coherente con su amor por el Americanismo sans phrase, Stalin inauguró una planta de automóviles y camiones Ford en 1929 (importándose planificadores, técnicos y administradores); hasta el viejo anticomunista y antisemita recalcitrante de Henry Ford cambió su postura desconfiada y reaccionaria frente a la URSS. Trotsky afirmaba que la palabra más popular entre el campesinado de la NEP era sin dudas la palabra “Ford”. Muchas fábricas soviéticas fueron construidas por diseñadores e ingenieros norteamericanos. El futuro sistema de explotación “taylorista-stajanovista” del Stalinismo ya había nacido. Incluso en la misma URSS se estableció oficialmente la idea que Henry Ford y sus ideas complementaban de manera perfecta los aportes de… Karl Marx. Entre la superestructura naciente del régimen stalinista y el establecimiento de una contratendencia capitalista en la Economía-Plan se desarrolló un nexo vital y necesario y aparentemente contra natura. Y el consentimiento, gran hallazgo del Gramsci ordinenovista, tesis fundamental que mantuvo hasta el final de su vida, comienza precisamente en la producción, en la fábrica.
La lucha sucesoria en torno a la dirección del Partido Bolchevique como sabemos la ganó la dupla Bujarin-Stalin. La NEP instaurada por Lenin había revigorizado, con su reinstalación de mecanismos capitalistas, la suspensión de la colectivización agraria y la propiedad estatal de los sectores pesados de la industria, a la economía soviética, que para 1926 ya había recuperado los niveles de 1913. Aquí hay que ubicar el preciso comentario de Gramsci que DM trae a colación, extraído de su carta al CC del PC ruso (escamoteada por Togliatti), sobre la “contradicción inaudita” que había reservado la Historia al Proletariado: “que una Clase dominante estuviera en su conjunto en condiciones de vida inferior a las de determinados elementos y estratos de la Clase dominada y sujeta” (p. 124). Es que eso era precisamente la NEP. Y desde 1922 Bujarin se había transformado en el principal defensor de esta “contradicción inaudita”, que presentaba no como una “regresión” sino como la estrategia correcta y única de transición al Socialismo (IVº Congreso de la IC). La productividad industrial también había mejorado notablemente. Pero no había solución al alto paro industrial y juvenil, y se había producido un desfasaje entre el crecimiento de la productividad y el crecimiento de la fuerza de trabajo industrial. La insurgencia obrera no cedía a pesar de las medidas disciplinarias, lo métodos draconianos y la represión. Explotaba la “contradicción inaudita” de la que hablaba Gramsci, aunque reconocería que el “intento progresista” de implantar el Americanismo y el Fordismo “sea iniciado por una u otra fuerza social no carece de consecuencias fundamentales: las fuerzas subalternas, que deberían ser ‘manipuladas’ y ‘racionalizadas’ según los nuevos fines, resisten necesariamente.” El debate dentro del partido bolchevique venía de lejos: Gramsci precisamente señala que “este desequilibrio entre teoría y práctica (en losbolcheviques sobre la cuestión del Americanismo dentro del esquema de una alianza con el campesinado)… ya se había manifestado anteriormente, en 1921.”, es decir en el agrio debate sobre el rol de los sindicatos en el Xº Congreso del partido bolchevique. Pero el debate venía de más atrás todavía. Efectivamente ya a mediados de 1918, después de la crisis de Brest-Litovsk, se colocó en el centro del debate soviético el problema de la productividad, la disciplina laboral y medidas draconianas para reglar la producción, eliminación del control obrero (el 68% de todas las fábricas de Rusia estaban controladas por comités, y en el 100% en aquellas con más de doscientos trabajadores) estableciéndose una polémica regulación del trabajo donde se introducía el gerente, la cuota por pieza (idea taylorista) y el trabajo a destajo. La oposición de izquierda bolchevique criticó estas medidas, las citas son del propio Lenin en su polémica de 1918, que definían esta política laboral oficial como “destinada a implantar la disciplina entre los obreros bajo la insignia de la ‘autodisciplina’, a la introducción del servicio laboral para los obreros… al trabajo a destajo, el hecho de alargar el día de trabajo, etc.”, y argumentaba que “la introducción de la disciplina laboral junto con la restauración de la dirección capitalista en la producción… amenaza con esclavizar a la clase obrera y excita el descontento, no solamente en las capas atrasadas, sino en la vanguardia del proletariado.”; se afirmaba en la prensa de la oposición (socialrevolucionaria y menchevique de izquierda, cuya libertad de expresión tuvo efímera vida) que “bajo la bandera de la restauración de las fuerzas productivas, se está intentando abolir la jornada de ocho horas e introducir el trabajo a destajo y el Taylorismo.” Lo que estaba en cuestión era el mismo concepto del Taylorismo, la diferencias salarial, la burda copia de la división del trabajo capitalista y hacer de nuevo al obrero un apéndice de la máquina y el cronómetro. ¿Era éste el Hombre Nuevo? ¿Lenin tachaba con el codo lo que había escrito en El Estado y la Revolución? El resultado fue una ola de protestas obreras, choques armados y huelgas parciales a lo largo de la primavera de 1918 en las principales regiones industriales que concluyeron con la huelga general del 2 de julio. La vanguardia de los trabajadores la conformaban trabajadores de armamento y de locomotoras, que habían sido un apoyo vital a los bolcheviques en octubre de 1917. La resistencia obrera a la nueva “racionalización” taylor-fordista y la respuesta represiva continuaron a lo largo de 1919. Entre las consignas más comunes, se encontraba precisamente la de devolver el dominio en la fábrica y el Management de la producción a los comités de obreros y en especial contra los altos salarios de funcionarios del partido, directores de fábrica (los odiados glavki’s), especialistas y técnicos. La tensión no se resolvió, aunque se apaciguó con una mezcla del palo y la zanahoria: una amplia represión (que incluyó ejecuciones sumarias) acompañó la instauración de la NEP, aumentos salariales en las escalas inferiores y la lenta desmilitarización del servicio laboral. Se amenazaba con la expulsión del partido a quienes se solidarizaran con cualquier huelguista. El enemigo elemental del trabajador industrial ruso era el Taylorismo “rusificado” a base de bajos salarios (cuando la política salarial de Ford eran precisamente los altos salarios), la explotación extensiva y el desempleo producto de la “racionalización” capitalista de la fábrica. El peor de los mundos posibles para un obrero. Entre julio y septiembre de 1923 estalla una nueva oleada de huelgas con la primera huelga de masas que se tiene noticia desde octubre de 1917, en la industria pesada en Karkhov y Sormovo, movimiento espontáneo y desorganizado que el propio Stalin calificó como “una ola de intranquilidad y de huelgas que ha barrido en agosto algunas regiones de la República”. Gramsci fue testigo directo de la resistencia obrera desde abajo: estaría en Moscú, uno de los epicentros de la protesta, desde mayo de 1992 hasta diciembre de 1923, además Moscú era el centro nacional de la Oposición de Izquierda que publicitaba y apoyaba en muchos casos a los huelguistas. Se había llegado a tal extremo que constituía un grave riesgo para el régimen soviético implantar a rajatabla la política laboral de reorganización taylorista y racionalización industrial. El proletariado se encontraba en una situación de revuelta y fermento pre-revolucionario. El futuro para el obrero industrial parecía negro: más trabajo a destajo, sueldos en descenso y la amenaza automática de castigo o desempleo. El nuevo Moloch se llamaba ahora “acumulación socialista”. Se dejó para un etapa futura la cuestión laboral, la profundización de la productividad, la racionalización extrema y la culminación del Taylorismo. Lo cierto es que las reflexiones gramscianas sobre el “Americanismo” y su relación con al nueva Hegemonía burguesa, la gran innovación contratendencial del Capitalismo que Marx no había visto y que Lenin no ha podido prever en sus consecuencias a mediano plazo, se vuelven complejas y productivas a la sombra de su retorno al Marx auténtico. Y la recuperación-retorno de Gramsci sobre el Marx rehabilitado, es simultáneamente una critica in pectore al proceso de regresión que se vivía en la URSS, que Gramsci podía haberlo comprobado in situ en su estadía en 1922-1923. No era ningún espejismo: hacia 1935 la mayoría de los trabajadores soviéticos producían bajo el sistema taylorista “rusificado”, y finalmente al Taylorismo toscamente importado por Gastev (copiado en su lado exclusivamente de explotación intensiva) se le unió el mecanismo auténticamente stalinista de Stakhanov (la explotación extensiva, la eliminación práctica de la jornada de ocho horas) . La fórmula perversa del Capitalismo de Estado estaba completa.
En 1925 la oposición de izquierda, que se hacía eco del creciente descontento proletario a diferencia de su actitud en 1923, enumeró seis características respecto a la situación de la clase obrera en la URSS que eran más propias de un régimen de capitalismo de estado que de un sistema de transición al Socialismo: 1) pago de jornales por trabajo a destajo (viejo recurso del Capital) y sistemas tayloristas de pago por pieza; 2) relación de dominación entre gerentes y obreros; 3) grandes masas de desempleados (ejército industrial de reserva clásico); 4) métodos de contratación y despido de trabajadores; 5) frecuencia de conflictos industriales; 6) uso general de las horas extraordinarias (abandono de la jornada de ocho horas). Stalin abogó en esas fechas no por revisar el sistema laboral en crisis sino por una dura campaña “que terminase con el absentismo en las fábricas y talleres, para elevar la productividad de la mano de obra y para fortalecer la disciplina laboral en nuestras empresas”. En la primavera de 1925 es el momento de la insurgencia obrera: se produjeron nuevamente grandes huelgas inéditas por fuera de los sindicatos oficiales, de los órganos del partido bolchevique, de las agencias económicas en la región industrial de Ivanovo-Vosnesenk, síntomas de una lucha aún mayor que abarcaba ya uno de cada seis sindicatos estatales. Ivanovo (que había encabezado la huelga más extensa de la clase obrera contra el régimen de Kerenski), megacentro textil ruso, vive una serie creciente de movilizaciones, huelgas de hambre, huelgas de brazos caídos, ralentización del trabajo, radicalización de las asambleas de fábrica, sabotajes en la producción, ataques a los managers tayloristas de las fábricas (llamados “industriales rojos” en la jerga de clase), atentados contra las autoridades locales, y la creación de una amplia literatura política subversiva. En todos los pronunciamientos del partido y de los sindicatos se machacaba sobre la supuesta necesidad de aumentar la producción y se insistía en queera primordial que la mano de obra trabajara con más intensidad y con más eficacia con la aplicación del Taylorismo y el Fordismo. En 1926 se produjo la última huelga obrera que pudo aparecer de manera positiva y sin censura en la prensa soviética, de aquí en más en la URSS no existiría por decreto el fenómeno denominado “huelga” en ningún medio informativo. De todas maneras, el Americanismo era una amarga e irreversible realidad en la URSS, resistida y combatida desde abajo, y pocos se hacían la pregunta elemental (entre ellos Gramsci) si era compatible el Taylorismo-Fordismo con una economía de transición al Socialismo. A Gramsci en la prisión no se le escapa la dimensión profunda, gracias a su recuperación del Marx auténtico y su propia formación “ordinenuovista”, de esta ruptura epocal que denomina “histórica”. Declara, a contrariis del Stalinismo, que “la Ley tendencial de la disminución de la tasa de beneficio estaría, pues, en la base del ‘Americanismo’”; el nuevo obrero-masa del Fordismo, el “gorila amaestrado” como le denominaba Taylor (y que Gramsci recuerda en varios pasajes de los Quaderni) se configura desde la idea-fuerza taylorista: “desarrollar al máximo en el hombre trabajador la parte maquinal, destruir el viejo nexo psico-físico del trabajo profesional calificado que exigía una cierta participación de la inteligencia, de la iniciativa, de la fantasía del trabajador, para reducir las operaciones de producción al aspecto físico únicamente.” Las contratendencias del Capital no son nuevas, señala Gramsci, y todas buscan “crear, con una rapidez inaudita y con una conciencia de los fines nunca antes vista en la Historia, un nuevo tipo de trabajador y de hombre.” Y no solo eso: se dará “una selección forzada y una parte de la vieja clase trabajadora será implacablemente eliminada del mundo de la producción y del mundo tout court.” La eliminación no solo es física sino además ideológica: el Taylorismo anuncia un nuevo nivel inédito en la lucha de clases. Interesante que Gramsci discrepe con el “militar-taylorista” Trotsky (y por elevación con el “ultrataylorista” Stalin) sobre este punto en particular, afirmando que dar la supremacía a la industria y a los métodos industriales americanos, “acelerar en métodos coercitivos la disciplina y el orden en la producción, de adecuar los hábitos a las necesidades del trabajo”, sin las condiciones materiales de EE.UU., “habría desembocado inexorablemente en una forma de ‘Bonapartismo’…”, las soluciones propuestas por Trotsky “eran erróneas, aunque sus preocupaciones eran justas… el modelo militar se había convertido en un prejuicio funesto, los ejércitos de trabajo fracasaron.” El Americanismo no podía simplemente ser importado y adoptado sin más, ya que en él se encuentran indisolublemente unidos “modos de vida” (reproducidos por el mismo estado) con los nuevos métodos de trabajo. Como para Gramsci el consentimiento comienza en la producción, la Hegemonía concreta se construye desde la fábrica (“L’egemonia nasce dalla Fabbrica”), la reproducción y ampliación del Americanismo a toda la sociedad se transforma lentamente en una función del estado (funzione di Stato), en “ideología estatal” (ideologia statale), en parte de su reproducción ampliada, ya que una vez establecida, para que la clase dominante pueda ejercerla a voluntad no se necesita más que “una cantidad mínima de intermediarios profesionales de la política y de la ideología.” El Taylorismo para Gramsci no es otra cosa que “una coacción sobre las masas trabajadoras para conformarlas a las necesidades de la nueva industria”, y subraya, con un eco inconfundible en lo que sucede en la URSS, que “la adaptación a los nuevos métodos de trabajo no puede producirse sólo por coerción: el aparato de coerción necesario para obtener tal resultado costaría ciertamente más que los altos salarios.” Tampoco Gramsci tiene dudas de la esencia oculta del Americanismo: “La ley de la Tendencia Decreciente descubierta por Marx estaría, pues, en la base del Americanismo, o sea: del ritmo acelerado en el progreso de los métodos de trabajo y de producción y de modificación del tipo de obrero (tipo di operaio).” Es el teorema de primera aproximación de Marx, así le llama Gramsci a la Ley marxiana, el que nos permite entender críticamente al Taylorismo y al Fordismo, que en suma simplemente son “un intento de superar esta primera aproximación” marxista. Como mecanismo de contratendencia “la industria Ford exige una discriminación, una calificación, en sus obreros que las otras industrias todavía no exigen, un tipo de calificación de nuevo género, una forma de consumo de fuerza de trabajo y una cantidad de fuerza consumida en el mismo tiempo medio que son más gravosas y más extenuantes que en otras partes”, por lo que Gramsci duda incluso de la autodenominación ideológica burguesa de “racional” y “científico” de un método sofisticado de explotación, y mirando la experiencia soviética se pregunta “si el tipo de industria y de organización del trabajo y de la producción propio de Ford es ‘racional’, esto es, si puede y debe generalizarse o si por el contrario se trata de un fenómeno morboso que hay que combatir con la fuerza sindical y con la legislación.” Si la respuesta es que es racional (más progresivo que su anterior figura, el obrero artesano) y debe generalizarse, tal como se hizo en la URSS, y se intenta en Europa, Gramsci señala que “no puede suceder únicamente con la ‘coerción’, sino sólo con una combinación de coerción (autodisciplina) y de persuasión, también bajo la forma de altos salarios, o sea de posibilidades de mejor nivel de vida, o quizá, más exactamente, de posibilidades de realizar el nivel de vida adecuado a los nuevos modos de producción y de trabajo”. Precisamente lo contrario de su implantación acrítica en la URSS. El Americanismo importado mecánicamente ignora que éste “exige un ambiente determinado, una estructura social determinada (o la voluntad decisiva de crearla) y un determinado tipo de estado. El estado es el Estado Liberal”, con lo que Gramsci establece la conexión en la Kritik entre Economía-Política, ya que el Taylorismo no es sino la otra cara de la forma-estado basada en la lógica de la “libre iniciativa y del individualismo económico que conduce con sus propios medios, como ‘sociedad civil’, por su propio desarrollo histórico, al régimen de concentración industrial”. Pero tanto en la URSS (como en la Italia fascista) faltan los elementos básicos de este ambiente capitalista determinado. Gramsci no duda en definir que “toda la ideología ‘fordiana’ de los altos salarios es un fenómeno derivado de una necesidad objetiva (necessità obbiettiva) de la industria moderna que ha alcanzado un determinado grado de desarrollo y no un fenómeno primario (lo que sin embargo no exime del estudio de la importancia y las repercusiones que la ideología puede tener por su cuenta).” La fantasía burguesa que el nuevo obrero-masa del Taylorismo sea finalmente un mero “gorila amaestrado” entre relaciones de producción racionalizadas representa en realidad, como lo demuestra su despliegue conflictivo en Europa y en la misma URSS, “un límite en una cierta dirección” . La respuesta al tema de la productividad creciente y a la velocidad en la cadena de producción era una cuestión determinada únicamente por la capacidad de resistencia de los trabajadores, no existía ningún kantiano “imperativo técnico”. La recomposición de clase del obrero artesanal al obrero-masa, auténtica revolución pasiva, abría para Gramsci una nueva etapa en la morfología de la lucha de clases, no su fin. No es un momento absoluto, no es el Fin de la Historia, ya que aunque puede mantener en pie una opresión y una determinada hegemonía, no puede impedir que ella sola pueda sostenerse sin el ejercicio de un permanente trabajo de control en la fábrica. Las nuevas tareaspolíticas a las que nos enfrentamos con el Americanismo son el generar una anti-revolución pasiva
O sea: Gramsci ocupa en el debate internacional una posición heteredoxa intermedia, que no puede ni asimilarse (como sostiene DM ¿siguiendo a Perry Anderson?) a la dupla Bujarin-Stalin, ni tampoco a la mayoría dentro de la Oposición Unificada (liderada por la troika Kamenev-Trotsky-Zinoviev). Gramsci tampoco es un cripto-Trotsky. Si Gramsci aceptaba tout-court el naciente Stalinismo… ¿Para qué entonces Togliatti escondió la carta crítica de Gramsci al CC del PC ruso en 1926 si, como afirma DM, reivindicaba el trabajo político de la dupla Bujarin-Stalin? Lo mismo sucede con Bordiga (a quién Gramsci defendió en el Ejecutivo ampliado de la IC en 1922): no puede clasificarse mecánicamente entre algunos de los bloques enfrentados en la URSS, su ala izquierda en el PCI nunca coincidió “vis-à-vis” con el programa de la Oposición Unificada con el que tuvo escasos puntos de contacto. Por eso podemos hablar en Gramsci de una doble crítica al Stalinismo: 1) Crítica a la doctrina oficial (al Marx vulgarizado, al Leninismo codificado del Dia-Mat, crítica al manual de Bujarin, al Marxismo como Ciencia de la Legitimación, etc.); 2) Crítica al aspecto estatal-organizativo del Stalinismo (esclerotización en la URSS del momento económico-corporativo, aplicación acrítica del Taylorismo-Fordismo “Parlamento Negro” como liquidación de toda oposición legal interna, “Estatolatria”, el concepto tardío de “Política totalitaria” y “Totalitarismo progresivo”, etc.).
Fuente: Nicolás González Varela
3 de mayo de 2017. ESPAÑA