Adversus pedagogos

Una verdadera enseñanza racional (platónica, diríamos) se erige contra la tendencia pendular hacia el aristocratismo (premoderno) y el relativismo (postmoderno).

Se cuenta que cuando Euclides acudió a Tolomeo para presentarle los Elementos, éste le pidió un modo más sencillo para aprender Geometría. La respuesta de Euclides fue: “No hay caminos reales [basilikén] a la Geometría”.

Como oportunamente recuerda el profesor Bueno, esta respuesta se sitúa en el punto exacto de confrontación de la racionalidad contra dos enemigos: el elitismo de la aristocracia, que ante el problema geométrico o matemático carece de privilegios para su resolución y tiene que seguir el mismo camino que todo ser racional; y el relativismo de la masa, que se cree libre por poder opinar, sin esfuerzo, de aquello que ignora e incluso califica como elitista el esfuerzo del conocimiento (el esfuerzo del concepto, que decía Hegel), esfuerzo que todo ser racional ha de realizar para conocer pero, al mismo tiempo, que todo ser racional puede realizar, sin discriminación previa.

Así, una verdadera enseñanza racional (platónica, diríamos) se erige contra la tendencia pendular hacia el aristocratismo (premoderno) y el relativismo (postmoderno). En esa encrucijada crítica, precisamente, se encuentra la enseñanza en nuestro país, como producto de la transición pendular de un modelo al otro.

Ricardo Moreno Castillo se ha ocupado de esa crisis desde su interior. Catedrático de instituto y profesor de Matemáticas desde hace más de tres décadas, es autor de dos textos de obligada lectura para entender algo de la deriva que la pedagogía en vigor (esa teología de la postmodernidad) ha tomado en España. Matizaríamos y aun nos opondríamos a algunas de sus tesis (en particular, sobre la contaminación de la materia de Filosofía por la asignatura de Educación para la Ciudadanía), pero su discurso tiene la ventaja de basarse en principios muy claros que no clausuran el problema sino que alimentan la discusión.

El primero fue publicado en forma de libro después de que corriera por la Red y gracias a su difusión. Se trata del Panfleto antipedagógico, celebrado y, mejor aun, denostado por los defensores de la pedagogía vigente. De esta polémica se alimenta el texto, en la mejor tradición del panfleto, esto es, del escrito teórico de combate, que polemiza con sus detractores. En esta misma línea se construye el libro que reseñamos: De la buena y la mala educación.

El texto está compuesto por artículos y escritos que insisten en el desafío lanzado ya en el Panfleto. Es la insistencia del razonamiento lógico que se muestra implacable y no ofrece concesiones al arte de la retórica. De manera que Moreno Castillo se dedica con descaro y rigor analítico a comentar los textos de quienes defienden los postulados básicos de los que se nutre el sistema educativo actual. Para ello recoge, en particular, declaraciones y textos de quienes atacan directamente su trabajo y a su propia persona (con el ya inevitable calificativo de “nostálgico”, por ejemplo, o el de “mal profesor”), y procede a continuación a la demolición dialéctica de las pseudoideas que plantean esos textos y, de paso, de los tópicos, absurdos, falsedades y contradicciones más recurrentes de la pedagogía oficial.

En ambientes educativos circulan muchas frases y dichos muy hermosos en apariencia, (…) que suenan tan bien que provocan antes el asentimiento fervoroso que la reflexión. En cualquier congreso sobre educación es muy fácil arrancar un aplauso diciendo

“La escuela es el reino de la diversidad”,
“Al niño lo educa toda la tribu”,
“No podemos seguir enseñando como hace cien años” o
“La escuela es el reflejo de la sociedad”.

Pero si antes de aplaudir respiramos hondo y examinamos estos dichos con más atención, veremos que están vacíos en el mejor de los casos o son rigurosamente falsos en el peor. Y como muchos de quienes enarbolan estas banderas están haciendo mucho daño a la educación, merece la pena molestarse en desmontarlas cuidadosamente (págs. 27-28).

Su armamento es el “sentidocomún”, que yo prefiero denominar rigor lógico, basado en los principios de no contradicción y del tercio excluso y demás postulados de la lógica, y que pone en marcha de un modo llano, directo, sencillo y con gran humor. El estilo claro y el sentido del humor constituyen ejes centrales del discurso de Moreno Castillo. El primero responde a la necesidad de exponer, apoyado en el razonamiento lógico, lo elemental, que ha quedado oscurecido por lo refinado y eficaz de la retórica al servicio de la pedagogía triunfante y sepultado bajo los fuegos de artificio de la oratoria sofística contemporánea. El segundo (heredero de la ironía socrática) tiene como función no entretener o divertir, aunque lo logre, sino poner de relieve lo disparatado de las ideas sometidas a crítica (pp. 113, 143).

Sería bueno que miraran hacia atrás, aun a riesgo de parecer nostálgicos, y recordaran lo que era este país no hace muchos años. Comprenderían que, aunque todavía quede mucho por hacer, incluso los inmigrantes están en mejores condiciones de escolarización que las que tenían antes muchos niños españoles. ¿Añoramos los tiempos en los que sólo estudiaban los de las clases media y alta? El señor Esteve Zarazaga no sabe lo que dice. Añoramos los tiempos en los que los hijos de obreros, marineros y labradores encontraban en el instituto el ambiente de estudio que no tenían en casa, los tiempos en los que podías prestar ayuda a los alumnos con dificultades porque los más alborotadores estaban controlados, los tiempos en los que no se engañaba a los chavales pasándolos de curso con ocho asignaturas suspendidas, los tiempos en los que los derechos del que quería aprender estaban por encima del que boicoteaba la clase, y los derechos del alumno agredido por encima de los del alumno asesor. Los tiempos, en definitiva, en los que la cháchara de expertos, orientadores y pedagogos no interfería con el buen sentido de las abuelas (págs. 97-98).
A su vez, Moreno Castillo emplea el método clásico (constante en Platón) que consiste en plantear los términos del problema, el de la enseñanza en este caso, en otras actividades, muy en particular en el ámbito de la medicina. El resultado pone de relieve situaciones que serían juzgadas como absurdas en un caso pero que no se consideran tales en el otro.

La cita de Ayuste transparenta tan claramente esta preocupación por la corrección política que casi da risa, parece una caricatura de sí misma. Sostiene que ya no hay que pensar en “sujeto-profesor que transforma a los objetos-alumnos ‘sacándolos de su ignorancia'”. De acuerdo, el alumno no es un objeto, es un sujeto (aunque nunca he oído a nadie defender lo contrario), pero siempre pensé que la obligación del profesor-sujeto consistía, precisamente, en sacar de su ignorancia al alumno-sujeto. Vaya, si al final de curso no son mis alumnos algo menos ignorantes en matemáticas de lo que eran al comenzarlo, la única posible salida honrada sería la de pedir la excedencia como profesor y poner un puesto de chufas. Claro que a lo mejor tampoco es tarea del sujeto-médico sacar de su enfermedad al sujeto-paciente. A juicio de este señor, el aprendizaje se realiza mediante comunidades educativas que aprenden colectivamente a través de un diálogo en el que cada una de las personas que participan contribuye desde la diversidad de su propia cultura. Esto es una solemne necedad, aunque suene precioso. (…) ¿ Qué tendrá de malo que el profesor trate de sacar a los alumnos de su ignorancia, aprovechando la feliz circunstancia de que sabe más que ellos, por encima de sus diversidades culturales? (págs. 143-144).

Acaso el tópico de mayor relevancia, y del que derivan casi todos los demás, sea el del igualitarismo y el delpresuntamente inevitable descenso de calidad en una enseñanza universal. Sin embargo, bajo la ilusión de un igualitarismo que es meramente formal o retórico, este relativismo pedagógico triunfante enmascara, por medio de su jerga para iniciados, un elitismo y un racismo reales:
Por estas razones, esa obsesión por la diversidad en la escuela es irrelevante: si una práctica educativa es buena, es buena siempre y para cualquier alumno. (…) ¿Hay algún tipo de alumnos a los cuales, por alguna característica psicológica, racial o cultural, les convenga más una explicación rápida y confusa y una pizarra desordenada? (…) ¿Existe algún género de estudiantes para los cuales sea más educativo decirles que ellos no tienen que esforzarse nada y que si las cosas no salen bien la culpa es siempre del sistema? (págs. 85-86).
Lo cual nos conduce de nuevo a Euclides y a las olvidadas bases de la racionalidad puesta en juego por los griegos, ese oasis excepcional que enfrenta Matemáticas a Pedagogía.

RICARDO MORENO CASTILLO:
DE LA BUENA Y LA MALA EDUCACIÓN.
Los Libros del Lince (Barcelona),
2008,
172 páginas.
Fuente: http://libros.libertaddigital.com/adversus-pedagogos-1276236965.html

SPAIN. 18 de Septiembre de 2009

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