Es Doctor y catedrático de Filosofía de Instituto
Hoy no iré a clase, no lo haré ya más, después de varios decenios haciéndolo, y los últimos en esta ciudad. Ya no enseñaré a Descartes o a Kant, a ninguno de los grandes pensadores de la humanidad. ¿Nostálgico?, no, decididamente no; ha sido una decisión voluntaria. En muy poco tiempo no podría seguir haciéndolo aunque quisiera, pues la nueva Ley que este curso se pone en marcha, no dejará lugar alguno para el pensamiento, dará el último paso para desterrarlo de la enseñanza. Progresivamente se han ido introduciendo medidas para dejar a la filosofía fuera. La máxima en la que Kant cifraba el ideal ilustrado, pensar por uno mismo, no es ya la de ninguno de los gobernantes, de distinto color, que se han ido sucediendo. Todos parecen estar de acuerdo que todo lo que no sea utilitario, estrictamente funcional debe ser excluido. Y siguiendo ese esterilizante criterio lo que habría de ser una amplia formación del individuo, esa que le tornara en un ser complejo y crítico en lo que afecta a entendimiento y sensibilidad a través de los inicios en los hitos de nuestra cultura, en la ciencia, arte, filosofía… va dejando su lugar a una especie de adquisición de habilidades de diferente nivel para el empleo. Una estrecha adaptación del individuo a las exigencias más inmediatas del mercado, al menos tal como interpretan algunos tales exigencias.
Obsérvense si no las recomendaciones de la OCDE, cuyos informes pesan ya más que ningún otro en los distintos ministerios de Educación europeos, proponiendo introducir materias de cultura financiera, uso de tarjetas de crédito (sic), etc. No se crea que me refiero a la situación de las llamadas “humanidades”, no son solo ellas las cuestionadas, la formación en ciencias no está menos aquejada. Ese demediamiento en la formación fue perfectamente complementado por tres factores devastadores:
1) El imperio de cierta pedagogía, que ocultaba su vaciedad bajo un lenguaje oscurantista, guiada por el principio de creer que se pueden enseñar los métodos sin apenas dominio de los contenidos, ignorando que, a partir de cierto nivel, sin profundizar en estos era imposible realmente iniciarse siquiera en aquellos, que no hay manera de aprender a pensar sin hacerlo hondamente.
2) La pedagogización que atravesó todo el sistema traía casi inevitablemente consigo una infantilización del alumno, una patologización de sus carencias, una apelación continua a su des-responsabilización para derivarla a otras instancias.
3) A esto último contribuyó, sin duda, la pérdida de especificidad de la enseñanza media, lo que en su momento quedó reflejado en la formación del llamado “bloque no-universitario”, con la consiguiente desconexión con la Universidad; el sometimiento entonces de la Enseñanza Media a criterios más apropiados a niveles previos; solo hay que ver hoy a los profesores vigilando los patios o la llegada del autobús; pero criterios acordes fueron aplicados a la selección y formación del profesorado, a la consideración de sus expedientes, etc. Únase a todo esto: la desestabilización de la enseñanza resultado de los cambios en la configuración mundial de los mercados y de la organización política, los flujos sociales y, muy particularmente, una progresiva desigualdad social; una detracción de medios para la enseñanza pública; en fin, un sistema sometido a un constante vaivén por sucesivas leyes de reforma, elaboradas a espaldas de los interesados, la última con el solo asesoramiento de la Conferencia episcopal, como si cada cual quisiera hacer su experimento particular con lo más importante para un país, que hace tiempo que no es otra cosa que el conocimiento.
No, no tengo nostalgia, sí preocupación por ver como se sistematiza progresivamente la formación calculada del hombre unidimensional.
Fuente: http://www.farodevigo.es/opinion/2014/09/17/adios-alumnos-adios/1095453.html?utm_medium=rss
20 de septiembre de 2014. ESPAÑA