De pronto, Chile ha dejado de lado el radicalismo que pareció enseñorearse por estos pagos en los últimos años. Parece que ahora somos (de nuevo) un país conservador.
Hasta hace unos meses, los chilenos exigían cambios; hoy, por el contrario, reclaman prudencia. Incluso el oficialismo, que un año atrás tenía ganas de pasar la retroexcavadora, ahora exhibe un discurso diferente. Al escuchar al nuevo equipo político de La Moneda resulta imposible no recordar las palabras del británico Michael Oakeshott. Definiendo lo que llamó “la actitud conservadora”, Oakeshott afirmó en 1956 que “el conservador estima que la función del gobierno no es encender la pasión y darle nuevos objetivos con que alimentarse, sino introducir un ingrediente de moderación en las actividades de personas demasiado apasionadas”.
Nuestro proceso político había sido copado por los nuevos jacobinos, que elevaban “el programa” a la altura de un texto sagrado al que sólo cabía seguir con fe incuestionada. A la cabeza del nuevo culto se ubicaba la Presidenta de la República, cuya incombustible popularidad encarnaba el deseo de cambio que los chilenos venían reclamando desde la calle en 2011.
Sin embargo, bastaron sólo unos meses de experimento mesiánico para que el castillo de naipes se desmoronara. El rey iba desnudo y ya todos lo saben.
Ahora lo que se pide es moderación, aquella virtud conservadora por excelencia. No es que los chilenos consideren de repente que las reformas son innecesarias. El ministro de Hacienda lo dejó en claro el martes, cuando dijo que su misión no es “parar las reformas”. Lo que se pide es aplicar los cambios con cuidado, gradualismo y orden, introduciendo mejoras sin demoler lo ya construido. Antes estábamos en “modo” radical; por el contrario, lo que hoy impera es una “actitud conservadora”.
Pero, ¿no es Chile un país que avanza imparable hacia la modernidad, donde ser conservador supone estar en contra de cualquier cambio y a favor de los privilegios de unos pocos? Es verdad que el término “conservador” ha sido en el último tiempo casi una palabra sucia en nuestro léxico político, pero también lo es que aquella descripción es una caricatura barata y a menudo interesada.
Como bien sabía Oakeshott y entiende todo conservador que se precie de tal, el conservadurismo es mucho más una disposición de ánimo que una ideología. Es precisamente por eso que ha sobrevivido los embates de iluminados y mesiánicos a lo largo del tiempo. No porque se oponga al cambio, sino porque comprende -como ha escrito el filósofo inglés Roger Scruton- que “el deseo de conservar es compatible con todo tipo de cambio, siempre y cuando ese cambio signifique también continuidad”. Lo que le molesta al conservador es justamente lo que nuestra sociedad ahora parece querer evitar: los cambios bruscos, los experimentos ideologizados y los discursos utópicos que prometen transformaciones radicales. Definitivamente, aunque algunos no quieran o no les guste verlo, los conservadores están de vuelta.
Fuente: http://voces.latercera.com/2015/05/21/juan-ignacio-brito/actitud-conservadora/
22 de mayo de 2015. CHILE