En lugar de pensar el presente, la filosofía académica se dedica muchas veces a interpretar su propio pasado. De ahí su escasa repercusión social. Divulgar el pensamiento no es vulgarizarlo sino hablar comprensiblemente.
Ilustración de Vincent Sorel en ‘El filósofo-perro frente al sabio Platón’ (errata naturae), de Yan Marchand.
Si no se divulga el pensar hoy, a cierto nivel desaparece. Divulgar no es vulgarizar, es hablar comprensiblemente sin más. (Ya se sabe: lo que se puede decir se puede decir claramente y de lo que no se puede hablar mejor callar). Hay signos hoy de que la gente lo agradece. ¿Se pondrá de moda el pensar? ¿Qué pensar?
Hace unos días Vargas Llosa le decía al periodista Antonio Lucas que “la cultura ya no es posible en nuestra época”, que se ha “banalizado”, “empobrecido” con la democratización, vuelto menos “sólida”, “firme” que aquélla que a él le ha “hecho mejor” y “enriquecido la vida”. Etcétera. Quizá leyera también lo que Pilar Eyre recordaba cuatro días antes sobre Agustín de Foxá. Iba un día paseando por Madrid cuando un curioso le detuvo y preguntó por qué ya no publicaba. Contestó: “Es que, mire usted, esto de escribir es una tontería”.
Ya habló Nietzsche del conocimiento como una invención de la criatura más desventurada y perversa del universo para mantenerse siquiera un instante en la existencia. Da igual en él ilusión que realidad, verdad que mentira. Son categorías que se utilizan interesadamente: no tienen nada que ver con moral o lógica. Cualquier cosa vale para la supervivencia. Es comprensible, enternecedor. Ahí ancla la cultura. ¿De qué habla Vargas Llosa? ¿Por qué prefiere la Capilla Sixtina a las “payasadas” de Damien Hirst? ¿Prefiere también la cultura maquiavélica depravada en que creció Miguel Ángel, la de sus mecenas los Médici, Julio II, los Borgia? ¿A la cultura desencantada e irónica, lúcida e hiperconsciente de hoy, que desconfía y se mofa de la mendacidad de los grandes relatos históricos, también del de la belleza, en la que se incrusta la descarnada sinceridad de Hirst luchando siempre seriamente con la muerte con sus animales en formol o su famosa calavera con diamantes, por ejemplo? (Que lleva, por cierto, el espléndido título For the Love of God: todoun tratado poscultural en sí mismo). La gran cultura, die Kultur, hace muchísimo tiempo que entró en crisis. Ya no es posible en nuestra época, efectivamente. Por suerte. Dibujó paraísos engañosos, que nunca perdimos porque nunca existieron. Pero eso lo sabemos hoy, mientras tanto… Su siniestro castillo de naipes fue y sigue siendo la academia (civil o religiosa).
Un duelo como el de Vargas Llosa por una cultura más bien muerta que imposible introduce a la problemática actual del pensar par excellence y su reducto: la filosofía. Hablando exageradamente para entendernos: la filosofía académica no tiene repercusión social alguna, su seriedad es más bien aburrimiento, sus publicaciones no las lee nadie, sirven solo para mantener el propio enredo: una meritocracia absurda. Hace mucho, por lo menos desde la muerte de Hegel, que la filosofía académica sufre una enfermedad yatrógena: es una ironía sin gracia de la historia que la filosofía haya de invertir desde entonces la mayor parte de su energía en destruirse a sí misma. Curar sus males, cercenar sus gangrenas, sanear el viejo edificio. Eso cuando es filosofía. Cuando no, no es más que historia de la filosofía hermeneutizada ad ridiculum. (Algo así como si los médicos se encerraran en interpretaciones de la historia de la medicina en lugar de poner en práctica y mejorar sus últimos conocimientos).
Hace mucho que la filosofía no se hace en la academia. Hoy solo se produce pensar filosófico en lugares en los que se pasa por alto la filosofía de especialidad o de escuela como una enfermedad superada. Que parece que solo se puede escribir una obra brillante siendo un outsider filosófico. Es el caso de Comte-Sponville, Onfray… De gente tan criticada como envidiada en la academia. Paradigmáticamente es el caso de Sloterdijk y el de la nueva estrella que rompe récords en la lista de best sellers: Richard David Precht. (Inconcebible que un autor venda más de dos millones de ejemplares de tres libros de filosofía. Y eso en Alemania, hablando de cultura…).
Sloterdijk y Precht, sí, son casos paradigmáticos hoy. Muy distintos. Ambos con repercusión social inmensa. ¿Qué hacen? Realmente no son divulgadores de la filosofía. Eso en el caso de Sloterdijk sería una salvajada decirlo y en el de Precht casi. (¿Divulgar una enfermedad? En tal caso recordar la sabiduría general de vida y pensar legada por la filosofía perenne, no sus malsanas elucubraciones de escuela. Eso se comienza hoy a hacer muy bien incluso en cómics, mangas, podcasts. Pero eso no es filosofía. Ni plantea mayores problemas. Simplemente está muy bien). Divulgar la filosofía en su caso es un modo nuevo de concebirla. Cercano a un público mucho más amplio que la academia. Y eso no es vulgarizarla. Al contrario. En tal caso realizarla, como hablábamos de la medicina. Sacarla de su nube y su nada, enfermedad. La vulgaridad reside en los posos yatrógenos de la caspa académica.
Frente al cinismo de gentes que se consideran simplemente espectadores desinteresados del mundo, o frente a la ingenuidad de profetas ideológicos semiiluminados: el realismo de un filósofo lector, descriptor e intérprete de los signos de los tiempos. Que descifra esos signos y los traduce al posible comportamiento de individuos e instituciones. Filosofía es teoría del presente, significa la pasión del ser-en-el-mundo o por ser o estar en el mundo, dice Sloterdijk. La lógica de lo real, no la de la academia. Reconocer la Tierra como lo propio de todos. Y que los seres humanos sienten hoy que el modus vivendi actual no tiene futuro. Plantear condiciones de una nueva Tierra. Sin quejas a lo Vargas Llosa, pero sí: hay que volver a pensar de algún modo. Aunque nada más sea frente a la moda americana de no pensar sino preguntar a la gente qué piensa. Frente a una filosofía adocenada que asume una nueva condición servil: la de recepcionista de la democracia desvirtuada de hoy y de su common sense idiotizado.
En este sentido: volver a los grandes relatos. Los de antes no eran grandes: eran provincianos, unilaterales, ideológicos, sesgados. A relatos interdisciplinarios. En los que se exige eso que Precht llama “ingeniería filosófica”: la construcción de una estructura consistente de sentido sirviéndose de los resultados más punteros y variados de la investigación actual. El filósofo ha de mantener la perspectiva de conjunto y relacionar las disciplinas para llegar a un nuevo nivel de conocimiento, incluso a nuevos conocimientos. Transformando lo que era enfermedad yatrógena en brain training… No se puede vulgarizar la filosofía, pero así sí se puede hablar filosóficamente de cualquier cosa. Y a cualquiera.
Fuente: http://cultura.elpais.com/cultura/2012/04/25/actualidad/1335352662_618331.html
28 de abril de 2012