Sacar la filosofía a la calle. José Pablo Feinmann

En su último libro, José Pablo Feinmann reelabora las clases en que repasó lo más granado del pensamiento occidental y establece un diálogo vivo, no exento de una interpretación histórica sesgada, con los grandes maestros de la filosofía
“Es hora de abandonar la filosofía como ámbito de expertos”, dice José Pablo Feinmann en el capítulo inicial de La filosofía y el barro de la historia , libro polémico, fecundo, de reconocible y positivo contenido didáctico. Se trata de una obra de gran aliento, que procura entrelazar la evolución del pensamiento filosófico universal con las vicisitudes y los padecimientos viscerales y concretos que la cruda realidad les fue imponiendo a los hombres y a los pueblos a lo largo de los siglos. Dicho de un modo más simple: procura descubrir qué relación existe entre la filosofía y la historia, qué vinculación corresponde establecer entre aquellos hombres que pensaron y explicaron el mundo desde los altos estrados de la sabiduría y el conocimiento intelectual, y aquellas abrumadoras y anónimas muchedumbres que vivieron y padecieron la implacable realidad cotidiana a través de la historia o se rebelaron consciente o inconscientemente contra ella.

La intención del autor es, en suma, “sacar la filosofía a la calle”, alejarla del estricto lenguaje cientificista y académico en el que muchas veces quedó recluida por el peso de concepciones teóricas demasiado distanciadas de la vida real. Uno de sus objetivos principales es lograr que la especulación filosófica se conecte más profundamente con las palpitantes cotidianidades de la realidad urbana. Es decir, lograr que la filosofía se sumerja en el “barro de la historia”.

Estamos ante una obra voluminosa, que supera las 800 páginas, pero que en ningún momento pierde la frescura y la claridad didáctica propias de un trabajo destinado en gran medida al lector común, a aquellos no necesariamente iniciados en el rigor de los estudios universitarios. Se trata de un libro que llena un importante espacio en el campo de la divulgación intelectual y humanística, aun cuando en más de un caso es probable que haya motivos para discrepar severamente con las concepciones ideológicas o con los reduccionismos políticos que propone el autor.

La idea de escribir y publicar este libro nació como proyección o consecuencia de un recordado curso que Feinmann dictó en 2004, destinado a establecer un diálogo abierto con los supremos maestros de la filosofía universal, de Heráclito y Parménides a Descartes, de Kant a Heidegger, de Hegel a Nietzsche, de Marx a Freud, de Sartre a Foucault, por mencionar sólo a algunos de los grandes pensadores que desfilan por los sucesivos capítulos de la obra. El diario Página/ 12 tuvo, en su momento, la buena iniciativa de publicar en sus páginas el texto completo de esas clases de Feinmann, en las cuales se reflexionaba con amplitud y afinado sentido crítico sobre la obra de los filósofos más influyentes de todos los tiempos.

Tras un primer intento de desgrabar el curso y editar posteriormente, con ese material, un volumen sobre los sucesivos hitos de la filosofía universal, el autor desechó esa idea y optó por un criterio diferente. Prefirió escribir el libro de principio a fin, haciendo un esfuerzo por reproducir el estilo oral de sus clases y por conservar, sobre todo, el dinamismo de un curso universitario. El resultado de todo ese trabajo ha sido este extenso e interesante volumen, por momentos apasionante, en el cual se procura analizar y retener el legado de los máximos creadores del pensamiento filosófico universal desde el doble plano de la difusión analítica y de la crítica reflexiva. A ello se suma, como ya se ha dicho, la intención de confrontar el aporte de cada uno de esos pensadores con los devaneos de la cruda realidad social en las diferentes etapas de la historia.

En los capítulos iniciales de la obra, el autor proporciona las claves que considera fundamentales para comprender el surgimiento de la modernidad, entendida como ese histórico momento decisivo para la evolución del saber filosófico, en que el hombre decide ubicarse él mismo como sujeto central del conocimiento. Feinmann analiza el “gesto revolucionario” de René Descartes, el gran pensador del siglo XVII, que logró la proeza intelectual de ubicar al hombre en la centralidad del conocimiento y en la centralidad de la historia. Feinmann exalta la ejemplaridad del gesto de Descartes, quien se atrevió a decirles “no” a las muy arraigadas concepciones filosóficas que imperaban en su tiempo. En la actualidad son muy pocos -dice el autor- los que se atreverían a decir “no” con la fuerza con que lo hizo el autor del Discurso del método . ¿Quién se atrevería hoy -se pregunta- a apagar el televisor a la hora en que emiten sus mensajes las principales cadenas periodísticas internacionales? Descartes, en cambio, fue capaz -señala Feinmann- de apagar “el televisor de la escolástica medieval” y decidir que, en adelante, sólo iba a creer en aquello que surgiese a partir de su propio entendimiento.

Para Feinmann, lo que define el espíritu de la modernidad es el “pathos” de la rebelión, el espíritu prometeico que retomó la antigua idea de un dios rebelde decidido a robarles el fuego a los otros dioses y a entregarlo a los hombres para que, de ahí en más, fueran ellos -y no los dioses- los que se hicieran cargo de la historia. Por eso se ha dicho tantas veces que la modernidad es la historia o la crónica de la vanidad humana, pero es también la historia o la crónica de la valentía humana, pues marca la decisión a partir de la cual pasaron a ser los hombres -y no un dios supremo- los responsables de construir o diseñar la historia. Esa interpretación provocaría el surgimiento de la famosa frase “Dios ha muerto”, que -como es sabido- estuvo originariamente en Hegel y fue más tarde acuñada por Nietzsche. Ese momento en que los hombres se hicieron cargo de su propia historia jugó un papel decisivo, observa Feinmann, en el surgimiento del capitalismo.

Las naves de Colón que cruzan el océano y el gesto de la reina de España que vende sus joyas para financiar la empresa encarnaron y fundaron, subraya el autor, el espíritu conquistador del capitalismo. Ahí comienza, históricamente, el capitalismo, sostiene Feinmann. Y agrega: “El mundo existe cuando el capitalismo decide que exista, pues toma la decisión de dominarlo”. Todo eso explica, a su juicio, que el proyecto principal de las filosofías posmodernas y posestructuralistas, tan en boga en las últimas décadas, haya estado dirigido, fundamentalmente, a desplazar al hombre del lugar central en el que Descartes lo ubicó.

El gran deconstructor del sujeto cartesiano -se advierte más adelante- será Heidegger, para quien la centralidad propuesta por Descartes adquiere la figura ominosa de la “caída”. O, si se prefiere, del “pecado”. En efecto: desde cierta perspectiva impregnada de un conservadurismo moral sin fisuras, el hombre se extravía históricamente cuando decide ponerse en la centralidad del mundo y resuelve ser él mismo el que domine o diseñe la historia.

Para Kant, que analizaba el tema desde un ángulo relacionado con otros valores, la Ilustración consistió, fundamentalmente, en ese hecho histórico por el cual el hombre decidió salir de su “minoría de edad”. Feinmann nos recuerda que para el gran filósofo alemán la “minoría de edad” estriba en la incapacidad que puede llegar a tener el ser humano para “servirse de su propio intelecto, para actuar sin la dirección de otros”. Oigamos lo que dice exactamente Kant: “¡Es tan cómodo ser menor de edad! Si tengo un libro que piensa por mí, un pastor que reemplaza mi conciencia, un médico que juzga acerca de mi dieta, no necesitaré de mi propio esfuerzo”. Feinmann considera altamente valioso ese texto del filósofo. Y lo contrasta con lo que ocurre en los tiempos actuales, en los que frecuentemente nos dejamos conducir por los grandes medios del poder comunicacional. Y vuelve a citar a Kant en su interpretación de lo que significó, en la historia de la civilización, el acceso a la modernidad: “Se trató del momento en que el hombre decidió pensar por sí mismo. Lo que la Ilustración exigió a los hombres es que hicieran un uso público de su propia razón”.

Acerca de la relación entre la filosofía y la historia existen, en el libro de Feinmann, muchísimas otras referencias y observaciones que merecerían ser destacadas y que, por sí solas, justifican la aproximación a este libro singular. La obra está llena de revelaciones que marchan en esa dirección. Por ejemplo, la que vincula la idea del fin de la historia alentada por Hegel en 1807 con la concepción similar de Francis Fukuyama que cobró notoriedad a partir de la caída del Muro de Berlín y la disolución del imperio soviético. O la que surge de aquella célebre frase de Marx, según la cual los filósofos se han ocupado siempre, de una u otra manera, de interpretar el mundo, cuando en realidad de lo que se trata no es de justificarlo y entenderlo sino de transformarlo. Se ha dicho -observa el autor- que ese juicio supone un inocultable desdén de Marx por la historia. Pero no es así: lo que Marx quiso expresar, en su opinión, fue la necesidad de añadir a la interpretación de la realidad, siempre necesaria, su impostergable e imprescindible transformación.

Hay muchísimo más, en esta voluminosa obra, acerca de las nociones y principios que pueden iluminar el conocimiento del hombre en lo que concierne a la relación entre la filosofía y la historia. En los capítulos dedicados a Nietzsche se incluyen, por ejemplo, revelaciones sumamente enriquecedoras acerca de las concepciones que el filósofo alentaba sobre la “genealogía de la moral”, sobre el “superhombre” o sobre sus discutidas concepciones del “nihilismo completo y del nihilismo incompleto”.

Desde luego, no falta en el libro de Feinmann un exhaustivo análisis de la imponente y desconcertante personalidad de Martin Heidegger. Los capítulos que el autor dedica a esta figura decisiva del pensamiento filosófico del siglo XX permiten valorar la significativa distancia que se interpone entre el Heidegger de Ser y tiempo , su obra más notable, escrita en 1927, y el Heidegger del famoso “Discurso del Rectorado”, pronunciado el 17 de mayo de 1933 en la Universidad de Friburgo. El Heidegger de 1927 es el que transmite su conmovedora reflexión sobre la diferencia que existe entre el ser de las cosas y el ser del hombre. El Heidegger de 1933 es el que insinúa su inexplicable complicidad con los postulados del régimen nacionalsocialista.

El libro incluye más adelante controvertibles análisis y reconstrucciones de los principales enfrentamientos ideológicos y políticos del siglo XX, con importantes referencias al pensamiento de Jean-Paul Sartre, a sus relaciones con las diferentes coordenadas del marxismo teórico y con las cambiantes expresiones del socialismo real. También incluye clarificadoras e incisivas revelaciones sobre el pensamiento de Michel Foucault, sobre sus diferentes periodos y, particularmente, sobre sus personalísimas reflexiones acerca del poder, la locura y la sexualidad.

Ahora bien, aunque el desarrollo del pensamiento filosófico alcanza en el libro de Feinmann un indiscutible valor didáctico y formativo, hay un aspecto en el que la obra pierde -a todas luces- rigor conceptual y asume riesgos inevitables. Es el que se refiere a la descripción de algunos de los sucesivos procesos históricos y temporales que aparecen mencionados como signos de la correlación que se aspira a establecer, en cada caso, entre la especulación filosófica y los datos de la concreta realidad política y social.

Mientras el marco teórico y filosófico que proporciona el autor tiene la seriedad requerida y muestra un conocimiento sólido y profundo de la disciplina cultural abordada, su manejo de los elementos históricos que ilustran la exposición aparece impregnado, en algunos casos, de un excesivo ideologismo, con apelaciones innecesarias a reduccionismos y categorizaciones tan tendenciosas como infundadas. No sólo la historia universal aparece tergiversada en más de un caso en homenaje a las concepciones ideológicas del autor. También la visión del pasado nacional ha sido objeto de distorsiones antojadizas, propias de un revisionismo trasnochado y carente de un adecuado sustento historiográfico.

Las objeciones señaladas no restan credibilidad al conjunto de la obra ni impiden que pueda ser utilizada como eficiente vía de acceso al conocimiento de los principales contenidos del pensamiento filosófico universal. El libro, en suma, registra incuestionables aciertos en el desarrollo y el análisis de la filosofía occidental. No exhibe el mismo rigor, en cambio, en el tratamiento de algunas de las ejemplificaciones históricas que propone para responder a los requerimientos del plan integral de la obra.

La filosofía y el barro de la Historia
Por José Pablo Feinmann

Planeta/804 páginas/$ 89
Fuente: http://www.lanacion.com.ar/nota.asp?nota_id=1074913

Buenos Aires, ARGENTINA. 29 de noviembre de 2008.

3 comentarios Sacar la filosofía a la calle. José Pablo Feinmann

  1. CHESTERTON

    Sobre los dichos y obras de Feinman, uno no sabe si reír o llorar.
    De todas maneras, su posición ideologica exime de cualquier comentario.

    Decir que los Reyes Católicos eran capitalistas, y asemejar los reinos de Castilla y Aragón con la República comercial de Venecia (por citar un caso), es propio de alguien que solo utiliza el hemisferio izquierdo de su cerebro.

    Llama la atención que no mencione a Pascal, a Kierkegaard…. no parece conocerlos, si un dia se toma la molestia de hacerlo, quizás comience a sospecharse a sí mismo, y deje de hacer tantos papelones.

    Johannes de Silentio

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  2. paulina Bono

    Desde mi humilde conocimiento de filosofía, me atrevo a afirmar que Feinman, es una figura respetable e inobjetable, ya que nos pasea por la historia y filosofía,de un modo tan singular, claro y práctico,que es imposible no sentir ,que éste hombre , no solo sabe de lo que está hablando, sino que lo expresa ampliamente, para que , independientemente de los grandes eruditos de historia y filosofía, las personas ordinarias, pero con sed de aprendizaje, podamos integrarnos a éste mundo que nos interesa- Admiro a Feinman. Sin disución alguna.-

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