“Sofware libre” y nuevas tecnologías. Por Fernando Rodríguez Genovés

El problema filosófico de la técnica y/o la tecnología reside en esclarecer si los hombres están supeditados a éstas o éstas, al servicio del hombre

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Programas, operativos y libertad

«[…] la técnica es función del variable programa humano»

José Ortega y Gasset, Meditación de la técnica

Uno de los temas que de cara a los próximos años urge debatir con mayor brío es el sentido, las ventajas, los daños y los límites, de las nuevas tecnologías.

Examinaré, a continuación, el conflicto técnico y moral software libre versus «software privativo» (ordinariamente, conocido como «software propietario»). He seleccionado este tema por apreciarlo esencial en estos tiempos en que el hombre vive entre máquinas y artificios, con un largo pasado sobre sus lomos metálicos, y que deberá sobrevivir entre robots, sistemas operativos, utensilios teledirigidos y 5G, unas tramoyas y maquinaciones manipuladas por ingenieros, actuando cual genios salidos de la lámpara maravillosa trazando algoritmos a todo ritmo a las órdenes de sacerdotes del Gran Poder que son los dioses de la religión posmoderna, dura, arrolladora y laica… like a rolling stone.

La técnica ya no está en manos del hombre, sino que el hombre está a merced del software de turno de guardia, ante el que no le cabe sino inclinarse y darle a botón de «Aceptar». He aquí unos temas que, en efecto, urge debatir, tan vitales como respirar aire puro, pero que en este transmundo a trasmano, en que estamos impelidos a transitar, parecen haber sido deglutidos por la mayoría satisfecha, como platos precocinados, sin masticarlos ni triturarlos debidamente.

Refiero, pues, un asunto propio de ingenieros, materia de «expertos», de especialistas, ojeadores y verificadores, aunque no sea de su propiedad. En el mundo transhumano que ya está aquí, los hombres no podrán vivir sin ordenadores, teléfonos móviles y dispositivos varios, pero tampoco con ellos; al menos, tal y como hoy están programados y codificados, casi sin excepción, en el frenesí de las nuevas tecnologías, por el Gran Hermano.

Pues bien, la primera función de la propaganda circundante consiste, respecto a esto y a lo de más allá, en alterar el orden de los factores y el significado de las palabras. Centremos la atención en este caso.

La mayor parte de artilugios neotecnológicos actúan mediante lo que ha sido denominado «software propietario» (Propietary Software). Léase esta «Definición de Software propietario»:

«Definimos como Software Propietario al conjunto de aplicaciones y programas que se enmarcan y protegen bajo los Derechos de Uso, Redistribución o Modificación, siendo entonces mantenidos bajo una reserva por parte de quienes lo han creado, publicado o publicitado, o bien sobre quienes mantienen y hacen uso de dichos derechos.» (la cursiva es mía)

Como he señalado en otro lugar, la errónea traslación del concepto, del inglés al español, se desautoriza por sí misma, ofreciendo el perfil de palabra trampa. Por esta sencilla razón: las categorías «propietario» y «propiedad» son aplicables a personas (físicas o jurídicas), no a cosas. Si acaso, cabría emplearse la fórmula «software con propietario», pero tal redefinición subsanaría la incorrección gramatical, dejando en el camino una llaga abierta en el plano significativo y semántico. Además, con semejante ortopedia preposicional, la alteración todavía permanece. Sibilinamente, se desahucia al verdadero propietario en una transmisión o transacción, que no es otro sino quien posee el producto, no quien lo desarrolla (la técnica de la manipulación prefiere decir «creador»). O dicho de otro modo: según la normativa de la «propiedad intelectual», los autores son los propietarios nominales de la obra, aunque, fácticamente, lo sean los editores. Si la pertenencia de un producto procede de una donación u obsequio, la alteración adopta la forma de fraude; si de una compra, de estafa. Sea como fuere, emplearé tal concepto en su sentido apropiado, no capcioso, a saber, «software privativo»: el término «privativo» remite a aquello que causa privación o restricción de derechos o libertades, asunto que concentra nuestra atención en estas páginas.

Expuesto el asunto de modo sucinto: sucede que los programas escritos con un «software privativo» están cifrados en un código fuente cerrado y reservado («mantenidos bajo reserva»), al que sólo tienen acceso «quienes lo han creado, publicado o publicitado», pero no por «quienes mantienen y hacen uso de dichos derechos», contra lo que sostiene la categorización citada arriba. Con la técnica, el hombre está no sólo capacitado para copiar la naturaleza circunstancial sino también para modificarla. De este modo, en interacción con la técnica, el hombre puede «autofabricarse», lo que supone una manera más de referirse, en sentido estricto, a la perspectiva de la autonomía y la autodeterminación humana; y en interacción con sus semejantes, un modo de compartir con ellos bienes de  información y de producción.

En la agricultura, un labrador intercambia con otro (o recibe sin más de otro) injertos de plantas y los cultiva por su cuenta. Las cosechas resultantes de la injertación tal cual han sido recibidas son reproducciones, o copias, de la planta madre (patrón). Pero, también es posible ser modificadas, o corregidas, en fusión con otras plantas, vecinas o distantes, sea por un proceso natural o por procedimiento técnico (ingeniería genética) por parte del agricultor, con intención de mejorar la producción y adecuarla a sus necesidades. En la ganadería, esta es la tarea, por ejemplo, de los sementales con parejo propósito, más diferentes procedimientos. La historia de la agricultura y la ganadería no hubiese avanzado sin estos intercambios, cruces y cruzamientos. El nacimiento y desarrollo de la industria discurren por la misma senda.

La limitación de copia y modificación en la era de la imprenta provenía, precisamente, de la técnica. Por ejemplo, podía prestarse o regalarse el ejemplar de un libro a otra persona, pero la copia del mismo, para uso personal o compartido, y a menos que se copiase a mano (como se hacía antes del advenimiento de la imprenta), quedaba bajo la potestad del impresor o editor, conceptos que a lo largo del tiempo, incluido el presente, han ido convergiendo hasta identificarse de hecho.

El hecho ha hecho derecho, y tal circunstancia ha favorecido el crecimiento de prerrogativas, de potestad y de dominio sobre los productos, por parte de los editores, quienes van logrado erigirse en dueños y amos privilegiados de los mismos, bajo la campana y la campaña protectora del copyright, a cuento de la protección de los autores y a cuenta de usuarios y consumidores.

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Codificados y controlados

Con lo que sale de máquinas e ingenios en las últimas generaciones ocurre algo similar en su significación, si bien cambia profundamente en la forma. Ocurre que el auge de las nuevas tecnologías –con la aparición de las redes informáticas, la tecnología de la información digital, así como el empleo manipulador de la Inteligencia Artificial– ha alterado radicalmente la situación. Dicho brevemente: las neotecnologías, aplicadas en el contexto del totalitarismo pandemoníaco, tienden ni más ni menos que a anular la privacidad de las personas y aun su propia identidad, convirtiendo la sociedad en un conglomerado amorfo, una masa maleable y teledirigida compuesta de zombis o ciborgs, allí donde antes había ciudadanos o, simplemente, individuos.

Comunidad programada: he aquí el programa y el problema.

Las copias y modificaciones de productos digitales, sea una página web, sea un libro electrónico, no sólo son factibles sino accesibles a simple toque de puntero de ratón o dedo en pantalla de cristal líquido. Sin embargo, el código fuente cerrado con el que está escrito el «software privativo» lo impide y las leyes lo sancionan. ¿Impide o sanciona qué cosa? Compartir cualquier elemento proveniente y dependiente de dicho software; además de no poder el usuario controlar y gestionar personalmente el contenido de sus dispositivos electrónicos.

Es más, el software «privativo», extendido progresivamente a más funciones y aplicaciones informáticas, cierra el paso en la navegación internauta, sin contemplaciones y sin salidas, a aquellas páginas web o sitios que el navegador considere «peligrosas» o «inconvenientes» (primero se limitaba a avisar del «peligro» de seguir adelante, para terminar a obligar al internauta a la marcha atrás…); asimismo, los sistemas operativos en los ordenadores y dispositivos móviles obligan al usuario a ser conducido por senderos predeterminados («Iniciar sesión con…») siendo manejado sin remedio bajo su tutela.

«La propaganda no es, en primer lugar, el arte de mentir, sino el arte de la manipulación psicológica. Es, en primer lugar, el arte de dirigir la atención. La propaganda consigue que nos fijemos en ciertos aspectos de la realidad y no en otros. ¿Y qué hay más adecuado para ello que un motor de búsqueda? Google es hoy en día el Gran Otro que responde a todas nuestras preguntas.

»Y esa respuesta está lejos de ser “objetiva” o “neutral”. Google te dirige con más frecuencia a las narrativas “deseadas” que a las indeseables. Y a veces el desequilibrio es bastante evidente.» (Mattias Desmet).

Una alternativa a esta severa limitación a la libertad, que atenta desde la propiedad privada a la privacidad, la ofrece el «software libre».

«Desde 1983, el movimiento del software libre defiende la libertad de los usuarios de ordenadores para que sean ellos quienes ejerzan el control del software que utilizan, y no al revés. Cuando un programa respeta la libertad de los usuarios y la comunidad, lo llamamos “software libre”.»

Con esta declaración de principios, el programador norteamericano Richard Stallman (quien prefiere ser definido como «hacker») encabeza la denuncia de los abusos del omnipotente y hegemónico «software privativo», ha puesto en marcha un sistema operativo libre –el GNU– y es el alma pater de la Fundación para el Software Libre (FSF: Free Software Foundation), con sede en la ciudad estadounidense de Boston.

El «software privativo» genera mercados y usuarios cautivos, mientras que el software alternativo favorece la libertad, la colaboración y la competencia. De hecho, en una muestra de desafío intelectual, que pone en práctica y da ejemplo de los valores que defiende dicha opción, el «software libre» compite con otros modelos de programación y desarrollo informático, como pueda ser el llamado el «software de código abierto» (open source), uno de cuyos promotores y divulgadores es Eric S. Raymond, autor de una trilogía de ensayos sobre el particular, iniciado con El catedral y el bazar (1997); allí puede leerse está declaración de principios: «Los buenos programadores saben qué escribir. Los mejores, qué reescribir (y reutilizar).» Se me antoja que lo que afirma de Raymond es perfectamente aplicable a los ensayistas.

Con todo, y en suma, refiero un asunto principal que interesa y afecta no sólo a Internet –asunto al que he dedicado una Buhardilla anterior: «Redes, PCs y pescados»– sino a las redes informáticas y la tecnología de la información en toda su extensión, que en los tiempos actuales supone decir in toto. No hay hoy actividad económica (agricultura y ganadería, industria y servicios) ni apenas acción social y recreativa que no obedezca al mandato de un software. Que éste sea privativo o libre supone un problema técnico y/o tecnológico, pero algo más: el futuro de la humanidad organizada y gestionada como sociedad abierta o cerrada.

Notas

El Catoblepas

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Fuente: https://nodulo.org/ec/2024/n208p06.htm

27 de septiembre de 2024.  ESPAÑA



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