En el parágrafo 26 de Ser y tiempo Martín Heidegger se ocupa de “la coexistencia de los otros y el co-estar cotidiano”, tema que hace parte de su analítica de la existencia, de la vida cotidiana. Este análisis posee elementos críticos para comprender mejor algunas dinámicas del presente. Veamos.
Para Heidegger, el ser humano no es un mero sujeto que está frente a un objeto o conjunto de cosas. No. éste, el existente, está dentro del mundo y en el es constituido por el discurso. Ese mundo es su horizonte de sentido, donde él se encuentra afectivamente siempre en una disposición anímica, y en un estado de comprensión donde el oír, la escucha y el silencio son fundamentales. Así mismo, en ese mundo (vida cotidiana) el ser humano se relaciona con las cosas, con los útiles, los usa, los utiliza, y de ahí parte, posteriormente, toda pesquisa teorética, reflexiva o investigativa.
Pero además de estas características, el humano existente está con otros, convive, co-existe. El otro comparece, nos solicita, está abierto, no es un mero objeto o cosa, no es un añadido, por eso el hombre es un ser-con. No podemos eludir este co-estar, pues somos seres sociales que vivimos dentro de una cultura, tenemos unas costumbres, una nación, un lenguaje. Y si miramos la situación general en que nos empezamos a encontrar dentro del mundo con otros, nos damos cuenta que, no nos diferenciamos mucho, pues en el proceso de nuestro crecimiento aprendemos todo del medio, de los demás. Es decir, el estar con otros, con la gente, con los demás, es en realidad el primer estadio en que vivimos. Por eso Heidegger sostiene que: “los otros son, más bien, aquellos de quienes uno mismo no se distingue, entre los cuales también se está”.
El hombre, pues, está entre la gente de “modo originario”. Esa “gente” es el público, lo indiferenciado, donde impera el impersonal “se”. Donde todo “se” me impone, donde cuando uso los medios de locomoción o leo el periódico estoy bajo la dictadura de la circunstancia. Entre la gente “Gozamos y nos divertimos como se goza; leemos, vemos y juzgamos sobre literatura y arte como se ve y se juzga […] El uno (la gente) que no es nadie determinado y que son todos (pero no como la suma de ellos) prescribe el modo de ser de la cotidianidad”. Este es el punto: en la vida cotidiana el ser humano está sometido a lo que se dice, se habla, se murmura, se interpreta, se comprende… en pocas palabras, estamos sometidos a la publicidad, lo público. Por eso en la cotidianidad los humanos están nivelados, viven en la medianía, tienen la tendencia a “tomar todo a la ligera y a hacer las cosas de forma fácil”. En este estado no somos un sí mismo auténtico, sino que estamos en una “absorción ocupada en el mundo”. Heidegger sostiene de hecho que éste es nuestro estado original y que el encontrarnos a nosotros mismos no es algo excepcional, sino simplemente una modificación de nuestro modo de ser.
El ser humano puede estar en el mundo de dos maneras: la anteriormente descrita que Heidegger llama “impropiedad”, donde estamos perdidos en la Gente, en el “uno”, y el modo de la propiedad o autenticidad donde somos un “sí propio”, en la cual comprendemos el mundo y nuestras posibilidades de ser. El estado de la impropiedad o inautenticidad (la “caída” ) es un modo de ser que nos permite comprender hoy al ser humano en la sociedad de masas moderna, si bien Heidegger negó que esa fuera su intención original.
Al final del parágrafo 34 Heidegger sostiene que él sólo está describiendo dos modos posibles de ser, que su descripción del humano “entre” la “gente” no es una crítica moralizante ni nada semejante a una “filosofía de la cultura”, sin embargo, lo cierto es que bajo esta descripción meramente ontológica se solapaba una crítica a la sociedad de masas que emergía en los años veinte del siglo pasado con los procesos de modernización, urbanización, crecimiento demográfico, irrupción del periódico, la radio, la mayor intercomunicación del mundo, la cada vez más intensa organización de la sociedad y el papel impersonal del ser humano dentro de los mecanismos y engranajes sociales. Era algo que la sociología alemana ya sabía, entre ella, la de Georg Simmel y Max Weber. Por eso sostiene Rüdiger Safranski, biógrafo de Heidegger: “La descripción heideggeriana del mundo de la vida impropio tiene una clara relación crítica con la época, aunque el autor lo negara siempre. En cualquier caso, la crítica a la masificación y al crecimiento de la ciudad, a la nerviosa vida pública, al capricho folletinesco de la vida espiritual, desemboca en la descripción de un ser ahí que no vive de su propio ser sino que es vivido por el uno”, la gente.
Por lo demás, “un ser que no vive de su propio ser sino que es vivido” no es otra cosa que un ser alienado, así el mismo Heidegger, con la astucia de su lenguaje, no lo reconociera y buscara no decir lo que ya Hegel y Marx habían dicho, tal como aparece en el parágrafo 38. Esta afirmación se corrobora si nos atenemos a Gianni Vattimo cuando dice: “La comprensión preliminar del mundo que constituye el Dasein (el ser humano existente) se realiza como participación irreflexiva y acrítica en un cierto mundo histórico-social, en sus prejuicios, en sus propensiones y repudios, en el modo ‘común’ de ver y juzgar las cosas”. De ahí que no reconocerse crítica ni reflexivamente en el mundo en el que el hombre vive y ha sido creado por el mismo, no es otra cosa, pues, que alienación, lo cual no implica que por el sólo hecho de “percatarse” se supere ese estado cultural o social.
En la descripción del estado de “caída” del hombre impropio en su cotidianidad, Heidegger alude a tres fenómenos fundamentales que son herramientas útiles para caracterizar al hombre masificado de hoy: la habladuría, la curiosidad y la ambigüedad. En cuanto a la habladuría, si bien Heidegger reitera que la palabra no tiene en su exposición un sentido peyorativo (o moral), se refiere a este fenómeno como: “esa repetición y difusión, por cuyo medio la inicial falta de arraigo se acrecienta hasta una total carencia de fundamento”, es decir, lo repetido en la habladuría es superficial, es una comprensión “a medias” de las cosas; es la “posibilidad de comprenderlo todo sin apropiarse previamente de la cosa”. Así se cierra la vía a una mejor comprensión del mundo dentro del cual estamos, así se obstruye la posibilidad de una mejor comprensión. Es un estado donde lo repetido y lo difundido públicamente, impide la discusión y la interrogación; donde los contenidos se dan por entendidos, pero donde realmente nada está entendido, por eso es que hay un desarraigo o un desprendimiento frente a la cosa de la cual se habla. Así es la vida cotidiana actual. En ella no hay cuestionamiento, ni se crítica nada por el hombre masa, “se come entero” todo lo que circula gracias a la publicidad y al bombardeo mediático.
Por su parte, la “curiosidad”, una palabra en sentido positivo relacionada con el origen mismo del conocimiento y el deseo de saber, en la descripción hecha por Heidegger del hombre cotidiano en medio de la publicidad, adquiere un sentido negativo. En su análisis, la curiosidad tiene que ver con la “tendencia al ver”, con la primacía de la vista en el mundo occidental, de la prelación que tiene la visión como forma de percibir el mundo en desmedro de los otros sentidos. El problema aquí es que los humanos se dejan llevar por el aspecto del mundo, sin detenerse a comprender lo visto, con el solo deseo de “ver por ver”, tan solo ver. De ahí que “si busca lo nuevo, es sólo para saltar nuevamente de eso nuevo a otra cosa nueva”, es abandonarse al mundo, dejarse poseer por él. Ese exceso de curiosidad es lo que José Gaos llamó “afán de novedades”.
El hombre quiere lo nuevo, se deleita con lo recién aparecido, lo recién venido y en esa esquizofrenia curiosa por todo, no se detiene en nada, no mora en nada, no se para a analizar y tratar de comprender las cosas… no se demora en el ente, en los objetos y problemas que hay en su mundo y que le pasan simplemente frente a los ojos. Es una “incapacidad de quedarse en lo inmediato”. Lo que siente el ser humano es una inquietud y una excitación constante por lo nuevo que comparece. De ahí que, sostiene el filósofo alemán, en “esa incapacidad de quedarse en las cosas, la curiosidad busca constante distracción”. Esto simplemente quiere decir que el afán de novedades implica no contemplar calmadamente, sino distraerse con todo lo que atropella la mirada. Y este estado de curiosidad también tiene relación con la habladuría, pues es ésta la que determina qué es lo que debe verse, lo que debe mirarse, leerse u oírse. Y el resultado es que la habladuría y la curiosidad nos hacen creer, por el simple hecho de que participamos y no nos perdemos de nada (“ni de la corrida de un catre” como popularmente dicen en Colombia) que tenemos una “vida plenamente vivida”.
Por último, el resultado conjunto de la habladuría y la curiosidad es la tercera categoría usada por Heidegger: la ambigüedad. En ella no existe certeza de lo realmente comprendido, “todo parece auténticamente comprendido, aprehendido y expresado, pero en el fondo no lo está”, no tenemos en realidad nada claro sobre las cosas, pero parecemos tenerlo claro. Y es así como nos autorizamos a hablar de todo, a opinar de todo, pero sin haber entendido nada. Por eso es que el ser humano cotidiano cae en el mundo y es absorbido por todo lo que en él circula, se ve, dice, y opina. Es una con-vivencia inauténtica donde no se es un “sí mismo”, donde somos vividos por los otros; donde no tenemos un punto crítico nuestro, diríamos, sino donde estamos sometidos al repetir incesante de la “gente”. Es una cotidianidad donde “hemos desertado de sí mismos”, pero esa renuncia –no voluntaria, según Heidegger– nos hace vivible la vida, nos tranquiliza, nos da seguridad en el estar-en-el-mundo, en su comercio con los otros.
En realidad, como ya advertí, lo que hace Heidegger aquí, a su pesar, es una crítica del hombre masa, un hombre que José Ortega y Gasset describió a finales de los años veinte del siglo pasado, en La rebelión de las masas, de la siguiente manera: “Es el conjunto de personas no especialmente cualificadas […], es la cualidad común, es lo mostrenco social, es el hombre en cuanto no se diferencia de otros hombres, sino que repite un tipo genérico … implica la coincidencia de deseos, de ideas, de modos de ser en los individuos […] Masa es todo aquél que no se valora así mismo … sino que se siente ‘como todo el mundo’ y, sin embargo, no se angustia, se siente a sabor al sentirse idéntico a los demás”.
Esta descripción del hombre-tipo recoge bien lo que la actual sociedad produce, lo que sus industrias culturales crean y fabrican. En el actual mundo globalizado, tecnológico y mediático, el ser humano está desde su infancia sometido a un bombardeo de imágenes, de publicidad, de mensajes, que reproducen ciertos valores sociales y crean ideales de vida y de sociedad. La primera escuela del niño actual es la Internet, la televisión o el videojuego. Sus espacios tradicionales de socialización han sido desplazados por los mass media. Por su parte, la constante esclavitud al trabajo y la lucha por la existencia de los adultos impide que se ocupen de su formación integral, crítica, creativa, reflexiva.
En la era de la “aldea global” es el espectáculo el que reina, el que se impone, es el gran ejército que a partir de la repetición y la producción serializada de contenidos crea la verdad y los “modelos de existencia”. En la aldea global el mundo queda convertido en una fuente de espectáculos para ser visualizados en la cama mientras se ve televisión y se come. El mundo como espectáculo entretiene, divierte, distrae. Los medios de comunicación lo saben, y por eso imponen la agenda del día a día. Ellos tienen el poder de borrar el pasado, de crear el futuro, y de volver trivial lo importante e importante lo trivial. Los medios excitan las subjetividades, modulan los afectos, tientan la atención y los sentidos y celebran su éxito al imponer el contenido de las habladurías, al atraer la curiosidad y promover la ambigüedad y el chisme como modelo generalizado de atención. Con sus prácticas, todo se torna ambiguo, en especial la visión que tenemos del entorno y de sus dinámicas. De ahí que la crítica y la capacidad reflexiva se vean menguadas, lo cual favorece a los poderes establecidos de turno.
El mundo bajo su égida queda convertida en un cúmulo de imágenes, de sensaciones y percepciones sobre las cuales los humanos han perdido la capacidad de análisis, un mundo veloz, una forma vida-frenesí inasible. Por eso vivimos en una “sociedad teledirigida”, como dice Sartori, donde “el mundo en imágenes que nos ofrece el video-ver desactiva nuestra capacidad de abstracción y, con ella, la capacidad de comprender los problemas y afrontarlos racionalmente”.
Martín Heidegger, uno de los grandes filósofos del siglo XX, comprometido política y filosóficamente con el nazismo se percató de estos fenómenos. Y lo hizo en 1927 en su obra magna Ser y tiempo sin imaginar que el nazismo llevaría la propaganda al éxtasis, incitando las masas al delirio y el paroxismo frenético con sus ideas, su cine, su radio: el espectáculo reproducido como arma y medio para la muerte… el espectáculo que sustentó también el totalitarismo.
Notas
Fuente: https://www.elespectador.com/el-magazin-cultural/heidegger-hemos-desertado-de-nosotros/
9 de febrero de 2022