“La tristeza nos concilia con la realidad. Nos arroja al fluir de la vida. Nos coloca en el borde afilado de la experiencia (p. 46). La mayor tragedia es vivir sin tragedia. Abrazar la felicidad es odiar la vida. Amar la paz es aborrecer el ser” (p. 50). Aunque nos priva del análisis de la sociedad norteamericana contemporánea, en el presente ensayo Eric G. Wilson cuenta sus conclusiones: la búsqueda de la felicidad a toda costa, por cualquier medio, es su gran mal, pues crea individuos alienados, narcotizados, divorciados de la realidad, alimentados de abstracciones. Como en la caverna de Platón, el hombre contemporáneo se alimenta de sombras en la pared. Este discurso parece muy influido por la literatura distópica –Un mundo feliz, Fahrenheit 451- … o quizá es la sociedad estadounidense la que ha derivado hacia las construcciones de pesadilla de Huxley y Bradbury.
Pero, aunque parte del ataque a la forma de boba felicidad basada en el vaciado del alma, lo que es este libro es una “defensa de la melancolía”. Ahora bien, la pertinencia de su tesis no hace de este un buen ensayo, que es más un clamor, la llantina de un desencantado que vuelca sobre el papel sus penas, pero no como lo hacen los artistas melancólicos que cita en el texto sino prescindiendo de la forma de una creación literaria. Lamenta que haya quien “sólo ve el mundo a través de su propia experiencia”, que es su caso –por las confesiones biográficas que acompañan al texto; y no puede ser de otro modo, como decía Ortega, “nadie puede dolerme mi dolor de muelas”-: una extensión de su propia peripecia a la generalidad del ser humano, a partir de una tesis evidente, que “la mayoría de nuestros innovadores culturales, que van desde el viejo soñador de la selva al nuevo dadaísta de la urbe, han basado su originalidad en el humor melancólico”.
La consecución de la felicidad es una vieja ambición humana que, si acaso, ahora se ha convertido en negocio y, por tanto, en discurso publicitario. Pero no es nueva. Tampoco es una consecuencia de la posmodernidad, pero ahora todos tenemos medios a nuestro alcance. Si antes esa boba felicidad era exclusiva de las clases acomodadas, ahora también las medias pueden permitírselo al precio de una pastilla o de un viaje organizado. “Desear sólo la felicidad en un mundo indudablemente trágico es dejar de ser auténtico” (p. 15). De ninguna manera. Tan auténtico como abrazar el oscuro reverso del alma es rechazarlo, ¿por qué no? A no ser que queramos una unifomidad total entre los hombres, que debe ser, sin embargo, un muy variable compuesto. Su defensa de la melancolía, pues, es tan simple como su contrario, al que critica.
Feliz en su melancolía
Se podría decir que Wilson es feliz con su melancolía, se podrían decir muchas cosas, dado que la argumentación es tan débil –mero sumatorio de breves biografías de autores más o menos malditos-. Ni aclara los conceptos, ni establece un punto de partida sólido que le permita desgranar las anécdotas y la narración de sus experiencias. Y resulta tan repetitivo –la argumentación, si es que se puede llamar así, es en “bola de nieve”- que sus escasas doscientas páginas se pueden llegar a hacer largas, largas. Además, su estilo es cursi y algo torpe -la existencia es “una danza interminable de perros cojos y bellos azafranes, de estoninos con lentejuelas y frustrados gusanos”- aunque también encontramos algunos aciertos expresivos –“la trágica caida del recién nacido en el dolor del tiempo”-.
En la consciencia de la muerte y el dolor encuentra el origen de la melancolía; al aceptar el final abrupto de la existencia se alcanza de alguna forma la paz del espíritu, y para Wilson eso es la melancolía. Aunque no tiene por qué. Recordemos a Yukio Mishima y su búsqueda de la consciencia vital a través de la experiencia del sufrimiento y, al fin, de la muerte. Mishima jamás alcanzó un estado de paz, aunque su agonía nos dejó un puñado de obras maestras. No todos pueden vivir al borde del precipicio y Wilson lo sabe pero, al tiempo que reconoce este punto, no deja de reclamar cierta uniformidad, no deja de reclamar una humanidad melancólica.
LO MEJOR: El diseño de la cubierta.
LO PEOR: Que lo mejor sea el diseño de la cubierta.
Fuente: http://www.elconfidencial.com/cache/2008/07/25/72_contra_felicidad.html
Libro:
CONTRA LA FELICIDAD
Autor: E. G. Wilson.
Editorial: Taurus.
Páginas: 200.
Precio: 10 €.
Dada la naturaleza de la obra, esta critica me parece muy torpe y no adecuada a la misma, se intenta analizar cual si fuera una postura filosofica, con los parametros de la filosofia analítica, que pena por usted, que se priva de dejarse encantar la belleza de esta obra…