La noche y sus sombras. Por José Cueli

La nota roja inunda nuestra vida en México confundiéndose con la política. La comunidad puede ser distinta vía la desgracia si, a partir de lo desacostumbrado, podemos ser diferentes. ¿No existirá la posibilidad de que la neurosis traumática como secuela lógica de las pérdidas: los muertos, heridos y aterrorizados puedan elaborarse? Está caliente la rabia contenida por el atentado de El Paso, Texas… y sigue y seguirá más rabia por los sucesos de Filadelfia el miércoles, encubiertos por el lamento, la resignación cristiana y por supuesto nuevas pérdidas.

El yo narcisista es inseparable de su herida al nacer de ese ‘‘trazo” que dolerá toda la vida, marca indeleble de la incompletud, entretejido en los desplazamientos y disfraces constituyentes de su modificación. Máscara que cubre otra máscara, travestimiento encubridor de otro travestimiento, en palabras de Gilles Deleuze: ‘‘El yo que no distingue sus propios bufones y marcha a la pata coja sobre una pierna verde y una roja. La noche que no puede distinguirse entre sus propias sombras, como el sol se pierde entre sus propios destellos”. Al mismo tiempo que el yo pasivo se convierte en narcisista, la actividad debe ser pensada (proceso secundario) y no puede serlo sino como efecto, al remitir la modificación que el ‘‘yo” narcisista experimenta por su cuenta a la forma de un ‘‘yo” que se plasma sobre sí como ‘‘Otro”.

La pulsión, definida por Deleuze solamente como excitación ligada, emerge como una nueva forma diferenciada: pulsión de conservación ligada a una línea activa de realidad y como pulsión sexual en una nueva dimensión de profundidad pasiva. Es así que Freud se mostró escrupuloso en el momento de distribuir la diferencia y la repetición, desde el punto de vista de Eros, en la medida en que mantenía la oposición entre ambos factores, e intuía la repetición bajo el modelo material de lo que Deleuze enunció como la diferencia anulada al definir a Eros por medio de la introducción o incluso mediante la producción de nuevas diferencias.

Deleuze introduce así nuevas diferencias vitales: ‘‘No hemos podido discernir en el instinto sexual sino en la tendencia a la repetición, cuyo descubrimiento nos ha llevado a concluir la existencia del instinto de muerte”.

Un yo activo pero fallido, origen y correlato de un yo narcisista, pasivo y herido, producto complejo: bien denominado por Paul Ricoeur (otro de los grandes pensadores franceses del siglo pasado) ‘‘cogito abortado”.

A final de cuentas lo que existe es el cogito abortado, sujeto larvario reflejo de esa fractura del ‘‘yo” que no es otra cosa que el tiempo como forma pura y vacía desprendida de los contenidos. El yo narcisista aparece nítidamente en el tiempo, pero en modo alguno constituye un contenido temporal: el reflujo de la libido hacia el yo hace abstracción de todo contenido.

El yo narcisista se perfila como fenómeno correspondiente a la forma del tiempo vacío sin llenarla, como fenó- meno espacial de dicha forma en general: fenómeno espacial cuya presentación es distinta para la automatiza-ción sicótica que para la castración neurótica.

 

Notas

EI doctor Jose Cueli fue director de la Facultad de Psicologia de la UNAM

Fuente: https://www.jornada.com.mx/2019/08/23/opinion/a04a1cul

23 de agosto de 2019.  MÉXICO

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