El Homo Sapiens recupera los instintos propios del primate depredador
El humanismo clásico se ha convertido en un espectáculo de masas en el que el fútbol ha sustituido al circo romano. El Homo Sapiens recupera los instintos propios del primate depredador que es. Y el mundo globalizado forma una remezcla de la que surge el subhumano, adorador del dios dinero, ahora envuelto en un manto tecnológico.
El nihilismo, como ya decía en el artículo anterior, es un fenómeno que ha existido siempre. Lo que sucede es que en el siglo XIX la mejor literatura rusa y la filosofía de Nietzsche lo des-ocultaron. Utilizo esta palabra exótica porque me parece más exacta que desvelar y sobre todo que la palabra descubrir, que tiene otro sentido.
Llegado a este punto he de decir que renuncio, en aras de la legibilidad y comprensión de estos artículos sobre el nihilismo, a tratar de abordar frontalmente el cómo Heidegger entendió el nihilismo nietzscheano y cómo produjo el “diálogo unilateral” con Nietzsche en el tomo II de su obra de ese nombre, que ya reseñé en mi artículo anterior. Sin embargo, no quedará marginado el gran friburgués, sino tras-portado en el tiempo.
Por ello y para comenzar este debate sobre el ocaso del humanismo, quiero mostrar un texto mucho más actual que recibí en el año 2000 editado por Siruela y escrito por el filósofo alemán Peter Sloterdijk. Su título “Normas para el Parque Humano. Una respuesta a la Carta del Humanismo”(1), texto este último de Martín Heidegger. Su origen: una conferencia pronunciada en un coloquio sobre la filosofía después de Heidegger, celebrado en el castillo de Elmau en julio de 1999. Peter Sloterdijk presentó un texto titulado “Normas para el parque humano” que generó (y aún sigue generando) un controvertido y acalorado debate público en torno al humanismo como modelo de civilización.
Este libro consiste en una indagación sobre el fracaso del humanismo clásico, de Platón a Nietzsche, para amansar y domesticar a la naturaleza humana -muchos dirían educar, pero este verbo, ni abarca a la mayoría de la humanidad, ni tampoco ha dado el resultado apetecido en los países tradicionalmente más cultos-.
Ante esta situación, que cualquiera puede constatar viendo u oyendo los informativos diarios, Sloterdijk reclama una revisión genético-técnica de la humanidad, para lo que se propone enunciar unos nuevos caminos que tienen en la mediación de la técnica su formulación discursiva.
Es innegable que la domesticación del Homo Sapiens ha sido y es todavía literaria, discursiva. Pero el mero hecho de apelar a una revisión técnica y biológica para domesticar o desbravar la manada humana, supuso una enorme polémica, especialmente con los postreros miembros de la Escuela de Fráncfort personalizados en Jürgen Habermas, su último y gran representante.
Dando sentido al humanismo
Más allá de estas polémicas, debe examinarse la verdadera intención de Sloterdijk al interrogar por los fundamentos de la domesticación y la educación humana. En primer lugar, no debe perderse de vista que se trataba de una respuesta a la “Carta sobre el Humanismo”(2) de Marin Heidegger. De manera que los que han comentado y criticado su ponencia, entre ellos Habermas, habían leído con escasa atención su conferencia y tampoco habían entendido que “Normas” se trataba de eso, una “respuesta” o una suerte de comunicación a un texto definido previamente como Carta, por Martin Heidegger.
Allí Sloterdijk dialoga con Heidegger y profundiza las complejas relaciones del ser humano con la técnica. “Normas” es un escrito de respuesta tardío a la citada Carta en la que a su vez Heidegger -en el año 1946- respondía a la pregunta formulada por el filósofo francés Jean Beaufret “Comment redonner un sens au mot “humanisme” (3).
La tesis central del texto de Sloterdijk postula que la evolución cultural humana está penetrada por la desigualdad y por la clara división entre los guardianes (pastores decía Heidegger benévolamente) o educadores al servicio del poder, que han empleado las más violentas técnicas de amansamiento y domesticación, y el rebaño, la masa condenada a la resignación y a habitar casas como jaulas o colmenas(4).
En este proceso de desarrollo, la democracia se presenta como una simple máscara, ya que el rebaño no posee los conocimientos de los poderosos, dispuestos siempre a hacer los experimentos que consideren necesarios con quienes están a su cargo para el pastoreo y la domesticación. El monopolio de la doma se convierte en un instrumento imprescindible del político de turno, sea cual sea y piense como piense, para el control de las manadas humanas.
Llegados a este punto, Sloterdijk propone algo curioso: El humanismo clásico quiso amansar la naturaleza humana mediante la domesticación a través de la lectura, entendida ésta, más que como una campaña de alfabetización, como un masivo envío postal, bajo la forma de extensas cartas dirigidas a los amigos, cartas destinadas a instaurar lo que Sloterdijk define como una sociedad pacificada de lecto-amigos. “Así pues, el fantasma comunitario que está en la base de todo humanismo podría remontarse al modelo de una sociedad literaria cuyos miembros descubren por medio de lecturas canónicas su común devoción hacia los remitentes que les inspiran” (5).
Hay que entender bien la gigantesca carga de dinamita que conlleva esta afirmación. Así que han secuestrado nuestra voluntad mediante textos canónicos y denominan humanismo al proceso de convertir a la humanidad en mansas ovejas agrupadas en extensos rebaños que, hasta mediado el siglo XIX, creían a pie juntillas en una metafísica ya entonces contestada por la ciencia, trabajaban de sol a sol, fornicaban y se reproducían como conejos y se emborrachaban para olvidar su triste condición humana, de esclavos míseramente retribuidos.
Esa situación se va diluyendo a principios del siglo XX y se desmorona en 1918. Surgen nuevas sociedades, unas comunistas, otras fascistas y/o totalitarias y liberales -algunas, las más, de muy dudosa legitimidad- que pusieron patas arriba en Europa la antigua moral del rebaño inspirada en la metafísica.
Sociedad posthumanista
A medida que transcurre el siglo, y tras la II Guerra Mundial, se van sucediendo una serie de hechos que paulatinamente van abriendo un hueco gigantesco con el pasado. Ese vacío, claramente ahora de des-valorización de los llamados valores tradicionales, será estudiado con más detalle en este, y también en próximos artículos.
Sloterdijk presenta el humanismo letrado, como esencialmente libresco, literario, mediante un transporte por el que los clásicos se trasladan en el tiempo a un modelo escolar y educativo que los acontecimientos han superado. Se tornan así insostenibles la ilusión de que masivas estructuras políticas y económicas puedan ser ya organizadas siguiendo el modelo amigable de la sociedad literaria.
Pues bien, retomando el razonamiento sloterdijkiano, observamos que la lectura, vinculada a una manera de construir el intelecto del ser humano que había permanecido casi inalterable desde los griegos, se torna imposible en una nueva sociedad que va a poner “patas arriba” todo modelo anterior de enseñanza. Estamos entrando pues en una sociedad post-literaria, es decir: post-epistolar y, por ello, en cierta medida, post-humanista. La literatura ya no es portadora del espíritu.
Y llegados a este punto resulta evidente que es necesario hacer un paréntesis, un hiato, para explicar y aclarar de dónde proviene ese concepto de educación humanística del que tanto venimos hablando.
El término Humanismus fue acuñado en 1808 por el pedagogo alemán Friedrich Immanuel Niethammer para referirse a las enseñanzas medias, centradas en el estudio de los clásicos griegos y latinos. Partía del término humanista, de uso común ya en el siglo XVI y originado en la jerga estudiantil de las universidades italianas, para referirse a los profesores de humanidades o “studia humanitatis” En su origen, el humanismo no era un sistema filosófico, sino un programa educativo y literario, que al revivir los sistemas filosóficos clásicos griegos y latinos, incorporaba importantes nociones filosóficas de orden diverso coincidentes únicamente en dar valores al ser humano y al estudio de las humanidades.
Libertad y tolerancia
Considerando que el ser humano está en posesión de capacidades intelectuales potencialmente ilimitadas, los humanistas entendían la búsqueda del saber y el dominio de diversas disciplinas como condición necesaria para el buen uso de estas facultades. Defendían la extensión y expresión en lengua vernácula de todos los saberes, incluyendo los religiosos; la palabra divina debía hacerse accesible a cualquier persona, fueran cuales fueran sus orígenes o su lengua, lo que se concretó en las traducciones de la “Biblia” realizadas por humanistas y reformistas. Quizá no pensaron estos últimos que, ofreciendo los textos bíblicos en lengua vernácula, a largo plazo, no acercaban sino que alejaban de ellos al pueblo, algo que también ha sucedido, mucho más velozmente, en el mundo católico europeo tras el Concilio Vaticano II. Lo inaccesible y misterioso atrae. Respecto de lo inteligible, se pasa página.
Entendido así, el humanismo trata de exponer y difundir con mayor claridad el patrimonio cultural. La persona humana (el hombre, porque hasta el siglo XX las mujeres han pintado poco salvo notorias excepciones) correctamente instruida, permanece libre y plenamente responsable de sus actos en la creencia, un tanto utópica, de su capacidad de elección. Las nociones de libertad o de libre albedrío, de tolerancia, de independencia, de apertura y de curiosidad son, efectivamente, indisociables de la teoría humanista clásica.
Por extensión, se llama «humanista» a todo pensamiento que pone en el primer plano de sus preocupaciones el desarrollo de la cualidades esenciales del ser humano.
El humanismo es, en resumen, un componente de una gran variedad de sistemas filosóficos más específicos y de varias escuelas de pensamiento religioso. Mucho antes de ser ampliamente empleado en términos políticos, el humanismo es un concepto propio de la historia de la filosofía, renovada con el Renacimiento, asociado en particular con el movimiento representado por Erasmo, Montaigne o incluso por Budé a quienes corresponde el honor de haberse interesado también por la literatura de la antigüedad greco-latina.
Naturaleza biológica, ambivalencia moral
Dado que este modelo tiene procedencia alemana -aunque se difundió profusamente- Heidegger y Sloterdijk se sienten concernidos por ese modelo y se proponen indagar a fondo sobre él.
En lo que se refiere al diagnóstico sobre los fines y alcances del humanismo tradicional, Sloterdijk y Heidegger están de acuerdo: El movimiento humanístico pertenece al pasado y su manera de pensar gira alrededor de la idea de la animalidad del hombre. Pero sus interpretaciones del fenómeno histórico y de la función cultural que ha desempeñado el humanismo son no sólo muy diferentes, sino inconciliables. Heidegger asoció al humanismo en su Carta con la esencia de la tradición metafísica europea, la cual, sostuvo el filósofo de Friburgo, concibió insistentemente al hombre como un animal racional (6).
Sloterdijk se da cuenta de que la cuestión siempre presente en todo humanismo es el rescate del ser humano del salvajismo. Sin embargo, a su vez clarifica que con la pregunta-por-el humanismo, se alude a algo más que a la educación por la lectura. Lo que aquí se halla en juego es una definición del ser humano de cara a su naturaleza biológica, y a su ambivalencia moral.
Ciertamente, a lo largo del tiempo, las diversas sociedades se han preocupado por establecer distintos procedimientos de humanización, procedimientos para inscribir al individuo dentro de los parámetros sociales que serán, para él y los suyos, sus soportes principales. La educación es uno de los nombres para estas prácticas que operan sobre la cría en orden a su humanización.
La educación vendría a ser así el conjunto que se reúne alrededor de las operaciones históricas tendientes a la acogida, cuidado, formación y modelado de la cría humana, a partir de la transmisión más o menos programada, de un fondo cultural común de lecturas y conocimientos. Sin esta vinculación entre cuidado y conocimiento no hay humanidad.
Sabemos que no hubo educación que no instaurara una batalla contra el bárbaro, el salvaje, el inculto, el incivilizado. La cultura del aula no ha dejado de informarnos sobre los avatares de esa lucha y sobre el papel casi siempre triunfante de la educación en esa batalla. Nos ha enseñado también, y es útil recordarlo aquí, la cercanía de los términos barbarie, animalidad e inhumanidad.
Bien parece en principio, rescatar al Homo Sapiens de su barbarie innata por las letras y por la cultura, pero ¿Cuál ha sido el éxito de este procedimiento?
Humanización tecnológica
Para Sloterdijk, la cuestión del humanismo es de mucho mayor alcance que la bucólica suposición de que leer educa. Se trata nada menos que de una antropodicea (7), es decir, de una definición del hombre teniendo en cuenta su apertura biológica y su ambivalencia moral. Pero sobre todo, se trata de la pregunta por la posibilidad de cómo convertir hoy al Homo Sapiens en un ser humano verdadero (8).
El humanismo, fundamentado en lectura y el estudio de textos, va perdiendo su sentido e influencia. También la palabra como elemento de apoyo y explicación de lo que se lee, se diluye. El Homo Sapiens de hoy lee poco, lo imprescindible, y el proceso de humanización, la manera de esculpir al hombre, ha variado. Es el mundo digital que contiene toda la información y el proceso comunicativo, el que moldea al nativo digital (9), de forma que el proceso de humanización ha de entenderse en términos tecnológicos.
La confrontación entre las tendencias humanizadoras y bestializantes es muy antigua. En Occidente las identificamos con claridad en la antigua Roma. En efecto, influenciaba decisivamente en la bestialización el modo de expansionarse y divertirse del pueblo romano, en la capital y en el resto del imperio. El lugar, el anfiteatro donde se celebraban cacerías, juegos, luchas mortales de gladiadores, ejecuciones teatrealizadas y convertidas en espectáculo, las cuales constituían un acontecimiento mediático de masas enormemente eficaz. El estadio fue el lugar donde el Homo Sapiens liberaba toda su humanidad y se transformaba en bestia humana.
Roma, mediante crueldad real, se adelantó a Hollywood, donde la crueldad que se ofrece es virtual, pero crueldad al fin y al cabo. En la época imperial, el circo cobró aún más fuerza, apareciendo entre los gladiadores venidos de todas las provincias del imperio, verdaderos héroes del pueblo. Los más hábiles, fuertes y sanguinarios recibían, al final de su terrible carrera, la espada de madera, la libertad y una holgada posición económica.
Se advierte un cierto paralelismo con los actuales jugadores de futbol, ya que los gladiadores eran objeto de compraventa por parte de sus propietarios, los lanistas; se beneficiaban de las fuertes apuestas; y también eran objeto de deseo por parte del patriciado femenino que buscaba sus favores sexuales y la emoción de haber yacido con un semental fuerte y famoso.
Retorno a la arena
Aquí se expresa la dimensión deshumanizadora de la “sociedad del espectáculo”(10), la que triunfa por todas partes en el actual mundo globalizado. Se trata del “retorno a la arena” de los medios de entretenimiento de la sociedad poscristiana.
En efecto, esos medios son el estadio, su proyección televisiva y también a través de la red; el gran centro comercial que también incluye cinemas y sitios de comer; la gran central de compras a través de la red, donde se puede adquirir absolutamente cualquier objeto; y la macrodiscoteca donde el ensordecedor sonido, el consumo de alcohol y de otras substancias, sumergen a la masa joven en unas saturnales semanales en las que las relaciones efímeras y el des-compromiso son señales claves de su identidad.
Y todo ello en contexto de culto desenfrenado de culto al cuerpo mediante su escultura o su transformación y su revestimiento adornado de manera que el mundo, todo él, deviene un gigantesco espectáculo, un simulacro donde todos hemos retomado la vieja máscara de la tragedia griega. Porque tras esta aparente explosión de colorido, vitalidad, velocidad, virtualidad, sonido, consumo y cosificación humana propia del mundo occidental u occidentalizado, subyace otro gigantesco mundo de pobreza extrema y de tristeza, cuyos debilitados y paupérrimos pobladores ya ni siquiera sufren la rabia de la impotencia, sino que tan sólo cuentan con la esperanza de sobrevivir un día más.
“Eso” que he mostrado es el mundo globalizado en el que el poder se ha subsumido en el dinero, formando una remezcla de la que surge un subhumano, claramente post-literario, adorador de un ídolo que siempre ha existido pero que ahora alcanza la primera posición en el nuevo panteón de los dioses del mundo: el dios dinero envuelto en un manto tecnológico.
Creo haber des-ocultado la verdad que se esconde tras el humanismo y su metodología hoy periclitada. El ser humano eyectado ahora en el mundo “carece de asideros firmes”, de valores concretos. El Homo Sapiens, en estas circunstancias, retorna de manera natural a aquello que con toda seguridad posee: los instintos propios del primate depredador que es.
El retorno a la condición humana no podrá realizarse sino desde las ciencias biotecnológicas en combinación con las TIC. Los seres capaces de intuir la necesidad de una nueva humanidad serán los científicos. La nanotecnología aplicada a las biomoléculas y su remezcla con las TIC podrán quizá a alborear un ser humano distinto que será verdaderamente posthumano.
Javier del Arco es Biólogo y epistemólogo. Editor del Blog Biofilosofía de Tendencias21.
Notas
Sloterdijk, Peter, “Normas para el Parque Humano. Una Respuesta a la ‘Carta sobre el Humanismo’”, (Trad. Teresa Rocha Barco); Madrid; Siruela, 2000.
Heidegger Marin, “Carta sobre el humanismo”, (Trad. Helena Cortes y Arturo Leyte, Alianza, 2013.
En 1946, Beaufret pudo tratar a Heidegger, en ese momento puesto en cuestión por su cercanía a los nazis. Beaufret le habló a Heidegger sobre el desarrollo del existencialismo en Francia, y Heidegger escribió para responderle su Brief über den Humanismus (Carta sobre el humanismo). Beaufret fue a visitar a Heidegger en su cabaña de Todtnauberg, en 1947, con alguno de sus alumnos; entre ellos, estaba Jean-François Lyotard del que en sucesivos artículos hablaremos profusamente.
Cela, Camilo José, “La Colmena”, S.L.U. Espasa Libros, Ed. 1999. Esta novela, posiblemente la mejor de Cela, viene a cuento -a pesar del lapso de tiempo transcurrido y de la implantación incompleta la Sociedad del Bienestar, hija de la Socialdemocracia, y casi triturada por el neoliberalismo después de la crisis de 2008- porque en muchos lugares de Europa y no digamos del resto del mundo existen colmenas mucho peores que la descrita por Cela.
Sloterdijk, Peter. (2000) “Normas para el parque humano, una respuesta a la Carta sobre el humanismo”, Madrid, Ediciones Siruela, 2000, p. 23
Cordua, Carla, “Sloterdijk y Heidegger; La recepción filosófica”. Santiago, Ediciones Universidad Diego Portales, 2008, p. 156
El filósofo argentino H. Daniel Dei realiza una introducción a la Antropodicea en su libro “La cuestión del hombre”, editada por Prometeo Libros, Pags. 34-37. Este filósofo comienza por abordar la cuestión etimológica de manera que Ánthropos, que significa hombre en general o ser humano, hace referencia a la justicia y determina el sentido de la expresión.
Sloterdijk Peter, “Normas para el parque humano; Una respuesta a la carta sobre el humanismo”, Siruela, Madrid, 2000.
El término nativo digital describe a una persona nacida en la era digital. Diferencia de aquellas nacidas con anterioridad, que adquirieron familiaridad con los sistemas digitales ya siendo adultos, denominados como inmigrantes digitales. Ambos términos se utilizaron ya en 1996 como parte de la Declaración de Independencia del Ciberespacio. La tecnología digital comenzó a desarrollarse con fuerza alrededor del año 1978, y por lo tanto, se considera que los que nacieron después de 1979 y tuvieron a su alcance (en el hogar y/o en establecimientos de estudio y de recreación) ordenadores y teléfonos móviles, podrían considerarse nativos digitales: un ejemplo de esto son los niños y los jóvenes que toman un móvil, una tableta o un ordenador, y lo utilizan bastante bien, aun sin necesidad de entrenamiento previo.
“La sociedad del espectáculo” (La société du spectacle) es un trabajo de filosofía publicado en 1967 por el situacionista y teórico político Guy Debord, que, mediante 221 tesis expuestas en el libro del mismo nombre, traza el desarrollo de una sociedad moderna en la que “Todo lo que una vez fue vivido directamente se ha convertido en una mera representación”. Debord argumenta que la historia de la vida social se puede entender como “la declinación de ser en tener, y de tener en simplemente parecer”. Esta condición, en la cual la vida social auténtica se ha sustituido por su imagen representada, es según Debord, la que corresponde “al momento histórico en el cual la mercancía completa su colonización de la vida social”. El espectáculo es la imagen invertida de la sociedad, en la cual las relaciones entre mercancías han suplantado a las relaciones entre la gente, en quienes la identificación pasiva con el espectáculo suplanta actividad genuina. “El espectáculo no es una colección de imágenes, es en cambio, una relación social entre la gente que es mediada por imágenes”.
Fuente: https://www.tendencias21.net
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