En el ‘Séminaire XVII. L’envers de la psychanalyse’, Lacan desarrolla su famosa teoría de los Cuatro Discursos: el del Amo, el del Histérico, el Universitario y el del Analista. Podría decirse, a grandes rasgos, que esta tipología es la respuesta concreta del psicoanalista a Mayo del ‘68.
Cuando, en Mayo de 1968, grupos de estudiantes franceses de izquierda salieron a las calles a manifestar su inconformidad, su malestar con relación a las distintas formas de autoridad (social, política, académica, etcétera), se inició un movimiento que, en cuestión de semanas, llegó a sumar a los sindicatos, a los obreros de la industria y, por supuesto, a los militantes del Partido Comunista Francés. Desde los años de la Revolución de finales del siglo XVIII y, quizá, desde las revueltas que llevaron al poder a Napoleón III, Francia no había conocido un movimiento que pudiera convertirse en una instancia de inspiración para los jóvenes estudiantes del mundo.
Pronto, estos sentimientos iniciales fueron “elevados” (‘Aufhebung’, en Hegel), “recogidos” por el discurso político y el movimiento empezó a identificar su lucha antiautoritaria con una lucha contra la sociedad de consumo, el imperialismo americano y, finalmente, contra el Gaullismo, imagen inmediata del peso de la tradición y de la violencia de la función paterna.
Como muchos, los intelectuales franceses se sumaron a las protestas, a la huelga general. Podía verse en las calles, megáfono en mano, a Jean Paul Sartre, a Simone de Beauvoir; y a los jóvenes filósofos recién publicados: Michel Foucault, Gilles Deleuze, Felix Guattari. Otros, más conservadores y vinculados a las estructuras institucionales en cuestión, guardaron silencio,pero se mantuvieron muy atentos a cada movimiento, manifiesto, graffiti, a cada declaración pública e, incluso, a cada provocación que surgía día a día.
¿Y Jacques Lacan, el gran psicoanalista que, durante décadas, había librado una lucha precisamente contra las instituciones psiquiátricas y psicológicas dominantes?, ¿qué tenía que decir a los estudiantes?, ¿qué posición debía tomar?, ¿qué esperaban de él esos jóvenes que habían desatado el movimiento social más importante de la historia francesa del siglo XX?
Son dos las declaraciones que se han vuelto míticas con los años. Cuando, en sus expresiones aforísticas, lapidarias, los estudiantes habían criticado al estructuralismo diciendo que “las estructuras no caminaban sobre las calles”, Lacan, con el tono que lo caracterizaba, replicó: “Precisamente fueron las estructuras las que descendieron a las calles con vuestro movimiento”. Y unas semanas después, interrogado sobre qué se podía esperar del movimiento, si realmente iba a producir un cambio significativo en la sociedad, Lacan respondió: “Como revolucionarios [los estudiantes] son histéricos que están pidiendo un nuevo Amo. Lo obtendrán”.
El escepticismo de Lacan se percibe claramente en estas observaciones. Y se trata de un escepticismo muy meritorio. Es fácil imaginar que, durante esos días, la corrección política de la intelectualidad de izquierda ejercía una presión salvaje sobre todo aquel que osara expresar su opinión, sobre todo si era alguien con algún reconocimiento en el dominio de las Ciencias Sociales.
Pero, con la distancia de los años (en el 2018 será el cincuentenario del movimiento), ¿qué podemos entender de esta crítica devastadora con la que el psicoanálisis sigue minando poderosamente al último gran imaginario de las insurrecciones que claman por una rebelión contra toda forma de opresión?
En esos años (1969: ‘Séminaire XVII. L’envers de la psychanalyse’), Lacan desarrolla su famosa teoría de los Cuatro Discursos: el del Amo, el del Histérico, el Universitario y el del Analista. Podría decirse, a grandes rasgos, que esta tipología es la respuesta concreta de Lacan a Mayo del ‘68. En un marco de reflexión social, Lacan recoge su antigua e intensa relación con el movimiento fenomenológico alemán y, por fin, nos entrega lo que podríamos llamar “una teoría de la intersubjetividad” o, para decirlo en sus términos, “la doctrina psicoanalítica de la relación con el otro”.
Por supuesto, sabemos que la idea de “fenomenología” llegaba más lejos para Lacan. Llegaba hasta Hegel. Y es con Hegel con quien Lacan construye su idea del discurso del Amo. El Amo, nos dice casi parafraseando la dialéctica del Amo y el Esclavo de la ‘Fenomenología del Espíritu’, es aquel que no desea el saber… el saber del otro. Es decir, el Amo es el que, en todo lo que dice, dice que no tiene interés en el reconocimiento del otro, que renuncia al otro como interlocutor del saber. Al hacer esto, pone al histérico (el esclavo, en el lenguaje hegeliano) a trabajar. El producto de ese trabajo es el “objeto a”, el objeto causa del deseo, instancia de identificación imaginaria del histérico de la cual el Amo se apodera.
El histérico, por su parte, representa la articulación discursiva en la que puede inscribirse a cualquier sujeto. De ahí que es el discurso típico del manifestante, del que repite consignas, el discurso de las masas. El discurso del histérico se dirige al Amo. Por un lado, reconociendo en él el lugar del saber y, por otro, cuestionando el valor de ese saber. Ese cuestionamiento constituye su goce, constituye literalmente al “objeto a” que, a su vez, corresponde a su verdad. El histérico es, en el plano social, el siervo que responde disciplinadamente al estímulo de un Amo quien, a fuerza de negarlo, lo mueve a generar el objeto causa del deseo que será el instrumento de manipulación del Amo. En otras palabras, el histérico es aquel que, creyendo que ha encontrado la forma de cuestionar el lugar del saber que legitima a la autoridad, sin darse cuenta, solamente produce una nueva figura de goce. Si el Amo logra apropiarse de esa articulación discursiva que aglutina a todos los sujetos deseantes que se dirigen a él en busca de reconocimiento, podrá encontrar el camino para perpetuar su dominio basado en la negación del otro. Todo lo que tiene que hacer es crear una nueva forma de satisfacción que sea, en el fondo, una manera de negación más radical que la anterior. Por ejemplo, ¿qué son los “logros” de las revoluciones, si no nuevos satisfactores que dan respiración artificial a las estructuras de opresión? ¿O puede decirse que los grandes movimientos revolucionarios han abolido el discurso del Amo? Me parece que no. Solamente lo han hecho más sutil, más difícil de identificar, más cercano.
Por estas razones, Jacques Lacan sospechaba de los “ideales” de Mayo del ’68. Por eso les dijo que esas estructuras que ellos denunciaban estaban marchando sobre las calles a la par de ellos. Por eso les advirtió que, en realidad, es decir, en ese saber que no sabemos que tenemos que él solía llamar “lo Real”, estaban buscando un nuevo Amo, que no se preocuparan, que iban a encontrarlo. ¿No es este nuevo Amo que los estudiantes buscaron con denuedo, lo que Alain Badiou llamó “el significado de la palabra Sarkozy”, palabra que hoy retorna como Macron, el nombre más extremo de la tecnocracia europea actual?
Fuente: https://elperiodico.com.gt
9 de octubre de 2017. GUATEMALA