Alle Lust will Ewigkeit, will tiefe, tiefe Ewigkeit//
Todo placer ansía eternidad, una profunda, profunda eternidad
(F. Nietzsche)
Ἥ τε μνήμη τῶν μὲν καλῶν ἡδεῖα //
El recuerdo de las cosas bellas es grato
(Aristóteles)
Dentro de la tradición neomarxista frankfurtiana, analizamos brevemente la original obra de Herbert Marcuse, Éros y Civilización. Crítica de una Civilización represiva, que conecta con una crítica a la teoría psicoanalítica freudiana. Marcuse corrige a Marx con Freud y a Freud con Marx: la alienación, que Marx situaba en el ámbito económico del trabajo, tiene en Freud un fundamento en el inconsciente reprimido.
En su obra tardía El malestar en la cultura, defendía Freud que si la civilización y el progreso quieren subsistir, deben pagar el duro precio de la represión de las pulsiones instintivas (Triebe): “el precio pagado por el progreso de la cultura reside en la pérdida de felicidad por aumento del sentimiento de culpa”.
En efecto, piensa Freud, la liberación total de las pulsiones del Id, Éros y Thánatos, sexualidad y agresividad, regidos por el principio del placer, llevaría a la destrucción de la civilización. Por ello, las pulsiones del inconsciente han de someterse al principio de realidad (ya Platón defendía que los deseos sin límite del alma concupiscible han de regirse por el alma racional, el auriga del mito de Fedro, que se corresponde con el Ego freudiano).
Marcuse, sin embargo, distingue entre una represión básica y necesaria para que exista la civilización y una represión excedente (surplus repression), adicional e innecesaria, propia de la sociedad actual. Y por otro lado, entre un principio de realidad (reality principle) y principio de rendimiento o eficacia (performance principle), forma histórica propia de la actual sociedad, guiada por intereses de dominación. Se trata de la represión del Éros puesto al servicio de la producción y de la reproducción.
Contra Freud, Marcuse admite la posibilidad de una sublimación no represiva del Éros: “bajo condiciones no represivas, la sexualidad tiende a convertirse en Éros”.
Cabe, pues, un Éros liberado, puesto que la represión es en su mayor parte excedente e innecasaria, debido a la organización social de un trabajo alienado.
Los mitos clásicos de Orfeo, Narciso y Diónisos, afirma, son símbolos de un nuevo principio de realidad. Representan un mundo que no está para ser dominado, sino para ser disfrutado. Prefiguran un nuevo orden del Éros liberado, que obedece a la lógica de la gratificación y son una protesta contra el orden represivo de una sexualidad meramente reproductiva.
Se trataría, siguiendo la teoría de la belleza de Kant y Schiller, de recuperar la dimensión estética de la existencia, situándola por encima de la dimensión productiva del trabajo duro y fatigoso (alienado).
Marcuse cree posible una conciliación del principio del placer con el principio de realidad (de Éros y Lógos). Sería un nuevo orden no represivo, de abundancia y no de necesidad, de “Póros”, no de “Penía”, más allá del trabajo alienado, ligado a la lucha fatigosa por la existencia.
En la actual sociedad represiva, el cuerpo es reducido a mero instrumento de producción y de reproducción. La sexualidad queda reprimida dentro de la familia monogámica y patriarcal, eliminando nuevas relaciones libidinales libres y se carácter polimorfo. La reducción del tiempo de trabajo y de la energía empleada en él, llevaría a la disposición de más tiempo libre y a un cambio cualitativo en la existencia, donde el tiempo libre fuese más importante que el tiempo de trabajo necesario.
En la filosofía occidental, desde Grecia hasta Hegel, el Lógos es concebido como razón dominadora de la naturaleza externa y del ser humano, como lógica de la dominación. En la modernidad, la primacía de la racionalidad técnica o instrumental condujo a explotar la naturaleza externa y terminó dominando a los mismos seres humanos.
Ese Lógos es también razón patriarcal, dominadora del sexo masculino sobre el femenino (Marcuse es partidario de un feminismo de la diferencia, en clara oposición al androcentrismo de Freud). Después de Hegel, afirma, en Schopenhauer, en Nietzsche o en Freud, la esencia del Ser es pensada como Éros, no como Lógos, desde la lógica de la gratificación, contrapuesta a la lógica de la dominación.
El Nirvana budista de Schopenhauer está guiado por la gratificación. Y la doctrina del eterno retorno en Nietzsche recibe su significado central en la canción de ronda de Zarathustra, pues “todo placer quiere eternidad”.
Pero este ansia ideal de permanencia eterna, propia de todo placer (Lust), choca con la resistencia y el límite del tiempo, pues todo momento gozoso anticipa un fin, que convierte la vivencia en dolorosa: “la sola anticipación del inevitable fin, presente en cada instante, introduce un elemento represivo en todas las relaciones libidinosas y hace doloroso al propio placer”.
Ya Platón había analizado esta mezcla de placer y dolor, que implica todo deseo. Sócrates comparaba el hedonismo radical con un tonel lleno de agujeros, que hay que estar llenando de forma cíclica y permanente.
Schopenhauer, más pesimista, sostenía que hay dolor en los deseos insatisfechos, pero también en el aburrimiento de los deseos cumplidos. Idea análoga a la de Goethe cuando afirma que hay más placer camino de la fuente que después de saciar la sed. Los humanos, afirma Marcuse, aprenden que “todo placer es breve, que para todas las cosas finitas la hora de su nacimiento es la hora de su muerte”, como ya había sostenido Hegel en su dialéctica.
Queda en todo caso la memoria, una vez liberada de contenidos reprimidos, unidos a la “mala conciencia”, a la culpa y al pecado: “desde el mito de Orfeo hasta la novela de Proust, la felicidad y la libertad han sido ligadas con la idea de recuperación del tiempo: el temps retrouvé”.
Lo que devuelve la felicidad al pasado: “los paraísos perdidos son los verdaderos, porque en retrospectiva, el goce pasado parece más hermoso y realmente lo era, porque el recuerdo sólo nos da el goce sin la angustia por su brevedad”. La conclusión es que el tiempo es enemigo mortal de Éros: “sin embargo, el deseo de Fausto, que conjura el principio del placer, exige no el momento hermoso, sino la eternidad”.
Aristóteles señaló en su ética lo grato del recuerdo (mnéme) de las hermosas vivencias amorosas del pasado, lo grato de la esperanza (elpís) con respecto al futuro, pero lo más grato de todo es la actividad (enérgeia) hermosa del presente, que se hace duradera.
Finalmente, Marcuse apuesta por la esperanza de la utopía, frente a una teología y filosofía que celebran la muerte como una categoría existencial, convirtiendo un hecho biológico en una esencia ontológica.
Fuente: http://blogs.periodistadigital.com/humanismo.php/2017/05/23/triangulo-amoroso-eros-philia-y-agape-11
12 de junio de 2017